COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DÍA
OCTAVA DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR 1 de enero
Forma Extraordinaria del Rito Romano
El pasaje evangélico concluye con una referencia a la circuncisión de Jesús. Según la ley de Moisés, después de ocho días del nacimiento, un niño debía ser circuncidado, y en aquel momento le venía dado el nombre. Dios mismo, mediante su mensajero, había dicho a María- y también a José- que el nombre de dar al Niño era “Jesús” (cfr Mt 1,21; Lc 1,31); y así fue. Aquel nombre que Dios había ya establecido antes aun que el Niño fuese concebido, ahora le es dado oficialmente al momento de la circuncisión. Y esto también marca de una vez para siempre la identidad de María: ella es “la madre de Jesús” o sea la madre del Salvador, de Cristo, del Señor. Jesús no es un hombre como cualquier otro, sino el Verbo de Dios, una de las personas divinas, el Hijo de Dios: por ello la Iglesia ha dado a María el título de Theotokos, esto es “Madre de Dios”.
(...) La paz es don de Dios y está ligada al esplendor del rostro de Dios, según el texto del Libro de los Números, que repite la bendición utilizada por los sacerdotes del pueblo de Israel en las asambleas litúrgicas. Una bendición que por tres veces repite el nombre santo de Dios, el nombre impronunciable, y cada vez lo relaciona con dos verbos indicativos de una acción a favor del hombre: “Te bendiga el Señor y te custodie. El Señor haga resplandecer para ti su rostro y te dé gracia. El señor dirija hacia ti su rostro y te conceda paz” (6,24-26). La paz es por tanto el culmen de estas seis acciones de Dios en nuestro favor, en la que El dirige a nosotros el esplendor de su rostro.
Para la sagrada Escritura, contemplar el rostro de Dios es de suma felicidad: “lo colmas de alegría ante tu rostro”, dice el Salmista (Sal 21,7). De la contemplación del rostro de Dios nacen gozo, seguridad y paz. Pero ¿qué cosa significa concretamente contemplar el rostro del Señor, así como puede ser entendido en el Nuevo Testamento? Quiere decir conocerlo directamente, por cuanto sea posible en esta vida, mediante Jesucristo, en el cual se ha revelado. Gozar del esplendor del rostro de Dios quiere decir penetrar en el misterio de su Nombre manifestado por Jesús, comprender algo de su vida íntima y de su voluntad, para que podamos vivir según su diseño de amor sobre la humanidad. Lo expresa el apóstol Pablo en la Carta a los Gálatas (4,4 -7), hablando del Espíritu que, en el íntimo de nuestros corazones, exclama: “¡Abba! ¡Padre!”. Es el grito que brota de la contemplación del verdadero rostro de Dios, de la revelación del misterio del Nombre. Jesús afirma: “He manifestado tu nombre a los hombres” (Jn 17,6).
Benedicto XVI