Oh felicidad apacible,
oh dichoso destino, ahora él es todo mío,
Él, maravilloso e
insigne rey, ante quien se inclinan los cielos.
Oh, decidme ¿dónde hay
un trono que sea tan codiciado,
que de su Dios el Hijo
ansía poseer?
¿Dónde hay un castillo
en cuya sala coma el rey de lo creado?
¿Dónde hubo alguna vez
un banquete que lo tuvo por comensal?
¡Oh, inefable y suprema
felicidad! –No tengo palabras
Sobre mí recayó su
mirada de amor, él pasó por mi puerta.
Entró en mi aposento,
que desprovisto de ornato está.
Y me ofreció el vino de
su amor como si tuviera yo su misma dignidad.
¿Hubo alguna vez un
príncipe que, bajando de su trono
llamase al más pobre de
los mendigos para estrecharlo sobre su corazón?
¡Oh supremo Hijo del
gran Rey!, ante quien el mundo se inclina,
Mi corazón, ahora trono
de tu amor, reverente calla y admira;
Calla en santo arrebato
a causa del fuego de tu amor,
Y admira que tú, mi
Señor y Dios, has querido descansar en mí.