1
"Señora mía, dueña
y poderosa sobre mí, madre de mi Señor, sierva de tu Hijo, engendradora del que
creó el mundo, a ti te ruego, te oro y te pido que tenga el espíritu de tu
Señor, que tenga el espíritu de tu Hijo, que tenga el espíritu de mi Redentor,
para que yo conozca lo verdadero y digno de ti, para que yo hable lo que es
verdadero y digno de ti y para que ame todo lo que sea verdadero y digno de ti.
Tú eres la elegida por Dios, recibida por Dios en el cielo, llamada por Dios,
próxima a Dios e íntimamente unida a Dios. Tú, visitada por el ángel, saludada
por el ángel, bendita y glorificada por el ángel, atónita en tu pensamiento,
estupefacta por la salutación y admirada por la anunciación de las promesas.
He aquí que tú eres dichosa entre las mujeres, íntegra entre las recién paridas, señora entre las doncellas, reina entre las hermanas. He aquí que desde ese momento te dicen feliz todas las gentes, te conocieron feliz las celestes virtudes, te adivinaron feliz los profetas todos y celebran tu felicidad todas las naciones. Dichosa tú para mi fe, dichosa tú para mi alma, dichosa tú para mi amor, dichosa tú para mis predicciones y predicaciones. Te predicaré cuanto debes ser predicada, te amaré cuanto debes ser amada, te alabaré cuanto debes ser alabada, te serviré cuanto hay que servir a tu gloria. Tú, al recibir sólo a Dios, eres posterior al Hijo de Dios; tú, al engendrar a un tiempo a Dios y al hombre, eres antes que el hombre hijo, al cual, al recibirle solamente al venir, recibiste a Dios por huésped, y al concebirle tuviste por morador, al mismo tiempo, al hombre y a Dios. En el pasado eres limpia para Dios, en el presente tuviste en ti al hombre y a Dios, en el futuro serías madre del hombre y de Dios; alegre por tu concepción y tu virginidad, contenta por tu descendencia y por tu pureza y fiel a tu Hijo y a tu esposo. Conservas la fidelidad a tu Hijo, de modo que ni El mismo tenga quien le engendre; y de tal modo conservas fidelidad a tu esposo, que él mismo te conozca como madre sin concurso de varón. Tanto eres digna de gloria en tu Hijo cuanto desconoces todo concurso de varón, habiendo sabido lo que debías conocer, docta en lo que debías creer, cierta en lo que debías esperar y confirmada en lo que tendrías sin pérdida alguna."
He aquí que tú eres dichosa entre las mujeres, íntegra entre las recién paridas, señora entre las doncellas, reina entre las hermanas. He aquí que desde ese momento te dicen feliz todas las gentes, te conocieron feliz las celestes virtudes, te adivinaron feliz los profetas todos y celebran tu felicidad todas las naciones. Dichosa tú para mi fe, dichosa tú para mi alma, dichosa tú para mi amor, dichosa tú para mis predicciones y predicaciones. Te predicaré cuanto debes ser predicada, te amaré cuanto debes ser amada, te alabaré cuanto debes ser alabada, te serviré cuanto hay que servir a tu gloria. Tú, al recibir sólo a Dios, eres posterior al Hijo de Dios; tú, al engendrar a un tiempo a Dios y al hombre, eres antes que el hombre hijo, al cual, al recibirle solamente al venir, recibiste a Dios por huésped, y al concebirle tuviste por morador, al mismo tiempo, al hombre y a Dios. En el pasado eres limpia para Dios, en el presente tuviste en ti al hombre y a Dios, en el futuro serías madre del hombre y de Dios; alegre por tu concepción y tu virginidad, contenta por tu descendencia y por tu pureza y fiel a tu Hijo y a tu esposo. Conservas la fidelidad a tu Hijo, de modo que ni El mismo tenga quien le engendre; y de tal modo conservas fidelidad a tu esposo, que él mismo te conozca como madre sin concurso de varón. Tanto eres digna de gloria en tu Hijo cuanto desconoces todo concurso de varón, habiendo sabido lo que debías conocer, docta en lo que debías creer, cierta en lo que debías esperar y confirmada en lo que tendrías sin pérdida alguna."
2
"Oh clementísima Virgen, que con mano piadosa repartes vida a los muertos, salud a los enfermos, luz a los ciegos, descanso a los desesperados y consuelo a los que lloran. .
Saca de los tesoros de tu misericordia refrigerio para mi ánimo quebrantado, alegría para mi entendimiento y llamas de caridad para mi durísimo pecho. .
Se vida y salud de mi alma, dulzura y paz de mi corazón y suavidad y regocijo de mi espíritu.
Y, pues, tú eres estrella clarísima del mar, madre llena de compasión, endereza mis pasos, defiéndeme de riesgos de enemigos, hasta aquella postrera y suspirada hora en la cual, asistido de tu auxilio, enriquecido con tu gracia, vencidas las enemistades del infernal dragón, salga de este mundo para los eternos y seguros gozos de la vida bienaventurada. Amén."
3
“Ahora me llego a Ti, la única Virgen y Madre de Dios; caigo de rodillas ante Ti, me humillo ante Ti; te suplico que sean borrados mis pecados, que hagas que yo ame la gloria de tu virginidad, que me otorgues también consagrarme a Dios y a Ti: ser esclavo de tu Hijo y tuyo y servir a tu Señor y a Ti.
A Jesús como a mi Hacedor, a ti, María, como a Madre de nuestro Hacedor; a él como Señor de las virtudes, a ti como esclava del Señor de todas las cosas; a él como a Dios, a ti como a Madre de Dios, a él como a mi Redentor, a ti como a obra de mi redención. Porque lo que ha obrado en mi redención, lo ha formado en la verdad de tu persona. El que fue hecho mi Redentor fue hecho Hijo tuyo. El que fue precio de mi rescate tomó de tu carne su cuerpo mortal, con el cual suprimirá mi muerte; sacó un cuerpo mortal de tu cuerpo mortal, con el cual borrará mis pecados que cargó sobre sí; tomó de ti un cuerpo sin pecado; tomó de la verdad de tu humilde cuerpo mi naturaleza, que él mismo colocó en la gloria de la mansión celestial sobre los ángeles como mi predecesora a tu reino.
Por eso yo soy tu siervo, porque mi Señor es tu Hijo. Por eso tú eres mi señora, porque eres esclava de mi Señor. Por eso yo he sido hecho esclavo, porque tu has sido hecha Madre de mi Hacedor.
Te suplico, Virgen Santa, que yo reciba a Jesús de aquel Espíritu de quien tu engendraste a Jesús; que mi alma reciba a Jesús con aquel Espíritu por el cual tu carne recibió al mismo Jesús.
Por aquel espíritu que me sea posible conocer a Jesús, por quien te fue posible a ti conocer, concebir y dar a luz a Jesús. Que exprese conceptos humildes y elevados a Jesús en aquel espíritu en quien confiesa que tú eres la esclava del Señor, deseando que se haga en ti según la palabra del ángel.
Que ame a Jesús en aquel Espíritu en quién tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo. Que tema a este mismo Jesús tan verdaderamente como verdaderamente él mismo, siendo Dios, es obediente a sus padres”.