COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO
II DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Hoy la liturgia nos propone el pasaje evangélico de las bodas de Caná, un episodio narrado por Juan, testigo presencial de los hechos. Este episodio se ha colocado en este domingo inmediatamente posterior al tiempo de Navidad, ya que, junto con la visita de los Magos de Oriente y con el Bautismo de Jesús, forman la trilogía de la epifanía, es decir, de la manifestación de Cristo.
Los de las bodas de Caná es, por así decirlo, "el comienzo de los signos" (Jn. 2,11), o sea el primer milagro realizado por Jesús, con el cual Él manifestó en público su gloria, provocando la fe de sus discípulos. Recordemos brevemente lo que sucedió durante la fiesta de las bodas en Caná de Galilea. Sucedió que el vino se agotó, y María, la Madre de Jesús, se lo hizo notar a su Hijo. Él le respondió que aún no era su tiempo; pero luego atendió la solicitud de María, e hizo llenar con agua seis tinajas grandes, y convirtió el agua en vino, un vino excelente, mejor que el anterior.
Con este "signo", Jesús se revela como el Esposo mesiánico, que vino a establecer con su pueblo la nueva y eterna Alianza, según las palabras de los profetas: "Como se regocija el novio por la novia, así tu Dios se regocijará por ti" (Is. 62, 5). Y el vino es símbolo de esta alegría del amor; pero también alude a la sangre que Jesús derramará al final, para sellar su pacto nupcial con la humanidad.
La Iglesia es la esposa de Cristo, el cual la hace santa y hermosa con su gracia. Aún esta esposa, formada por seres humanos, está siempre necesitada de purificación. Y una de las culpas más graves que desfiguran el rostro de la Iglesia es aquella contra la unidad visible, en particular las divisiones históricas que han separado a los cristianos y que aún no han sido superadas.
Benedicto XVI