TESTIMONIO SOBRE LA SANTIDAD DE VIDA DE LA FAMILIA CRISTIANA
En que trata cómo
comenzó el Señor a despertar esta alma en su niñez a cosas virtuosas, y la
ayuda que es para esto serlo los padres.
1. El tener
padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con
lo que el Señor me favorecía, para ser buena. Era mi padre aficionado a leer buenos
libros y así los tenía de romance para que leyesen sus hijos. Esto, con el
cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de
nuestra Señora y de algunos santos, comenzó a despertarme de edad, a mi
parecer, de seis o siete años. Ayudábame no ver en mis padres favor sino para
la virtud. Tenían muchas.
Era mi
padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos y aun
con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos,
porque los había gran piedad, y estando una vez en casa una de un su hermano,
la regalaba como a sus hijos. Decía que, de que no era libre, no lo podía sufrir
de piedad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio jurar ni murmurar. Muy
honesto en gran manera.
2. Mi madre
también tenía muchas virtudes y pasó la vida con grandes enfermedades.
Grandísima honestidad. Con ser de harta hermosura, jamás se entendió que diese
ocasión a que ella hacía caso de ella, porque con morir de treinta y tres años,
ya su traje era como de persona de mucha edad. Muy apacible y de harto
entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron el tiempo que vivió.
Murió muy cristianamente.
3. Éramos
tres hermanas y nueve hermanos. Todos parecieron a sus padres, por la bondad de
Dios, en ser virtuosos, si no fui yo, aunque era la más querida de mi padre. Y
antes que comenzase a ofender a Dios, parece tenía alguna razón; porque yo he
lástima cuando me acuerdo las buenas inclinaciones que el Señor me había dado y
cuán mal me supe aprovechar de ellas.
4. Pues mis
hermanos ninguna cosa me desayudaban a servir a Dios. Tenía uno casi de mi edad,
juntábamonos entrambos a leer vidas de Santos, que era el que yo más quería,
aunque a todos tenía gran amor y ellos a mí. Como veía los martirios que por
Dios las santas pasaban, parecíame compraban muy barato el ir a gozar de Dios y
deseaba yo mucho morir así, no por amor que yo entendiese tenerle, sino por
gozar tan en breve de los grandes bienes que leía haber en el cielo, y
juntábame con este mi hermano a tratar qué medio habría para esto.
Concertábamos irnos a tierra de moros, pidiendo por amor de Dios, para que allá
nos descabezasen. Y paréceme que nos daba el Señor ánimo en tan tierna edad, si
viéramos algún medio, sino que el tener padres nos parecía el mayor embarazo
(9).
Espantábanos
mucho el decir que pena y gloria era para siempre, en lo que leíamos.
Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto y gustábamos de decir muchas
veces: ¡para siempre, siempre, siempre! En pronunciar esto mucho rato era el
Señor servido me quedase en esta niñez imprimido el camino de la verdad.
5. De que
vi que era imposible ir a donde me matasen por Dios, ordenábamos ser ermitaños;
y en una huerta que había en casa procurábamos, como podíamos, hacer ermitas,
poniendo unas pedrecillas que luego se nos caían, y así no hallábamos remedio
en nada para nuestro deseo; que ahora me pone devoción ver cómo me daba Dios
tan presto lo que yo perdí por mi culpa.
6. Hacía
limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad para rezar mis devociones,
que eran hartas, en especial el rosario, de que mi madre era muy devota, y así
nos hacía serlo. Gustaba mucho, cuando jugaba con otras niñas, hacer
monasterios, como que éramos monjas, y yo me parece deseaba serlo, aunque no
tanto como las cosas que he dicho.
7.
Acuérdome que cuando murió mi madre quedé yo de edad de doce años, poco menos
(10). Como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fuime a una
imagen de nuestra Señora y supliquéla fuese mi madre, con muchas lágrimas (11).
Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente
he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a ella y, en fin,
me ha tornado a sí (12).
Fatígame
ahora ver y pensar en qué estuvo el no haber yo estado entera en los buenos
deseos que comencé.
8. ¡Oh
Señor mío!, pues parece tenéis determinado que me salve, plega a Vuestra
Majestad sea así; y de hacerme tantas mercedes como me habéis hecho, ¿no
tuvierais por bien no por mi ganancia, sino por vuestro acatamiento que no se
ensuciara tanto posada adonde tan continuo habíais de morar? Fatígame, Señor,
aun decir esto, porque sé que fue mía toda la culpa; porque no me parece os
quedó a Vos nada por hacer para que desde esta edad no fuera toda vuestra.
Cuando voy
a quejarme de mis padres, tampoco puedo, porque no veía en ellos sino todo bien
y cuidado de mi bien.
Pues
pasando de esta edad, que comencé a entender (13) las gracias de naturaleza que
el Señor me había dado, que según decían eran muchas, cuando por ellas le había
de dar gracias, de todas me comencé a ayudar para ofenderle, como ahora diré. (V
1)