PRIMER
SÁBADO EN EL TIEMPO DE NAVIDAD
La Iglesia nos propone siempre a
Nuestra Señora como modelo o referencia en el seguimiento de Cristo que es la
vida cristiana. Por ello, en el recorrido de la vida del creyente, cuando es
necesario “repostar”, recuperar fuerzas, revisar el mapa de nuestra vida,
ajustar la brújula de nuestra alma, lo natural y verdaderamente eficaz es
hacerlo en la oración y la vivencia de la Sagrada Liturgia. De este modo el
trayecto personal del cristiano se configura particularmente con el ritmo del
Año Litúrgico en el que los distintos tiempos con sus acentos y simbolismo nos
descubren la fuerza sobrenatural de la acción de Dios en medio de la historia y
de la vida del hombre. En estos tiempos litúrgicos el papel de la Santísima
Virgen adquiere una singular relevancia por su misión en la vida de la
comunidad de los creyentes, es decir, de la Iglesia.
La Iglesia nos invitaba a vivir
con una profunda acentuación mariana el Adviento. María no es una figura o
modelo más de este tiempo, sino la principal inspiradora de toda alma creyente
que anhela la llegada del Esposo y se mantiene, en vigilante espera, aguardando
su llegada. Ella es la Virgen oyente de la Palabra Divina, atenta a la voz del
Señor, que se presenta con actitud de disponibilidad ante las sorpresas de Dios, y con actitud de generosidad para responder
a ellas.
La Virgen María no está precavida para responder al Señor con
una negativa (no se mantiene a la defensiva: “a mí el Señor que no me pida
“esto”). Ella se muestra disponible y dócil para acoger la Voluntad del Padre
aceptando que esto puede significar un cambio de planes, un trastorno de su programa personal.
En
el misterio de la Natividad del Señor, se nos ofrece para la contemplación el
cumplimiento en la historia de lo anunciado por el Arcángel Gabriel: María es
Madre. Y no una madre cualquiera.
María es MADRE Y VIRGEN. Dios
mantiene la ofrenda de su virginidad que había realizado antes de la
Anunciación. No altera la decisión de María y hace destacar, de este modo, su
Omnipotencia. Dios hace posible lo imposible. La Virginidad de María se
convierte en fecundidad.
María es MADRE DEL REY DE
ISRAEL. El Mesías, el esperado desde antiguo, es ahora el Emmanuel, Dios con nosotros. María Santísima ha hecho suya la esperanza
y el anhelo del Pueblo escogido y contempla con asombro su cumplimiento. Ser Madre del Rey conlleva responsabilidad y
riesgos, pensemos en los apuros de Nuestra Señora con San José en la matanza de
los inocentes, su Hijo, Jesús, era el objetivo.
María es MADRE DE DIOS. Misterio
sublime, Ella va profundizando lo anunciado por Gabriel en Nazaret, y junto con
su esposo, San José, escucha con admiración lo que se dice del Niño, Verdadero
Dios y Verdadero Hombre.
A menudo el Santo Evangelio nos
recuerda que María guardaba todas estas
cosas meditándolas en su corazón. El Corazón Inmaculado de María es un
corazón precioso ante Dios y ante los hombres, porque está lleno de Dios, lleno
de sus dones, de sus tesoros: amor, bondad, fidelidad, compasión, disponibilidad,
docilidad, etc…
Imitemos a Nuestra Señora,
hagamos lo posible para que nuestro pobre corazón, a menudo tendente a lo
seguro, a la comodidad, el egoísmo y la soberbia, se vaya asemejando cada vez
más al de Ella.