El Sufrimiento (I). Hora Sa... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...
EL SUFRIMIENTO (I)
CONSEJOS DE VIDA ESPIRITUAL
El camino del justo está bordeado de un doble cerco: el de la gracia, escalonado a lo largo del camino, como el arroyuelo, el pan y la fuerza del caminante; y el de la cruz de nuestro Señor, que reviste toda clase de formas, pero que siempre es cruz. A medida que uno avanza son más numerosas las cruces, y con frecuencia más crucificantes para la naturaleza; pero también están coronadas de diademas más resplandecientes; nos anuncian la proximidad del paraíso.
No; nunca ha habido felicidad en la tierra desde que Dios dijo a Adán: “Comerás el pan con el sudor de tu frente”. Nunca la tendrán los discípulos de Jesucristo: no les quedan en este mundo más que persecuciones, cruces que sobrellevar, sacrificios continuos que hacer; he ahí lo que Jesucristo nos reserva en este mundo y lo que, largo tiempo ha, viene concediendo.
Hemos de sufrir de parte de todos y en todo lugar: ésta es la semilla del calvario esparcida en toda la tierra; éste es el bordón de viaje del cristiano, su espada en el combate, su cetro y su corona.
Se diría que el amor de Dios penetra en nuestro corazón por una llaga nueva y que se goza perforando ese corazón para hacerlo pasar así a través de su celestial llama. Pues bien: ¡Viva la cruz de nuestro bondadosísimo Dios y vivan las criaturas que nos la proporcionan o que en ella nos crucifican!
La cruz viene de Dios
Sí; ¡viva la cruz en este mundo, sobre todo la cruz que nos viene de su Corazón paternal!
El divino maestro nos visita a veces con la gracia del calvario; pero también con la fuerza de su amor. ¡Qué espectáculo más bello ver a Dios dulcificando nuestras cruces!
Es preciso que nos visite esta hija del cielo, porque, de otro modo, permaneceríamos sobre nuestro Tabor.
Todo pasa pronto. El sol es más bello después de una tempestad o de un día nublado.
Tenedlo entendido: el estado de sufrimiento viene siempre de Dios, quien nos lo proporciona para nuestro mayor bien y para otorgarnos alguna gracia espiritual. Y si por ventura vuestra pobre naturaleza ha sufrido algunos momentos, reanimadla por medio de la santa entrega y no os desaniméis.
Dejaos crucificar de buen grado por la santa obediencia y por el amor a nuestro Señor.
Sentíos dichosos al poder sufrir lo que el divino maestro os envía por puro amor. Bendecid a Dios, porque en su bondad os da cuanto hay de más preciado, de más amable: la prueba de su amor.
Un trozo de la cruz de nuestro Señor
No digáis que es un castigo; no, no es un castigo, sino un trozo de la cruz de nuestro Señor. Cuando os venga alguna cruz no debéis despreciar su divino origen, sino recibirla como a hija del calvario, como a una gota de la sangre del Salvador.
El divino maestro os coloca sobre la cruz: os quiere ver crucificados con Él. Pero ¡qué diferencia! A Él le crucifican sus enemigos y a vosotros sus divinas manos, su amor, para poderos dar el precio de su muerte y la gloria de su cruz. ¡Qué dicha el sufrir por el amor y para el amor!
Sí; sufrid de buen grado por amor de Jesucristo.
El amor que no sufre no merece el nombre de amor.
Nuestro Señor no exige de vosotros más que un ejercicio y un pensamiento: el de estar unidos a su amor por la cruz y el de una completa entrega por una santa pobreza de medios y de ayudas externas.
¡Qué unión más feliz y hermosa la del holocausto!
Amad de continuo a Jesús crucificado, que hallaréis tesoros y delicias desconocidas para los que no se atreven a subir hasta la cima del calvario.
Job era más grande y más rey en su estercolero que en su refulgente trono.
Jesús era más grande en el calvario que en el Tabor; y cuando quiere santificar a un cristiano lo atrae a sí, según aquellas palabras: “Cuando fuere levantado sobre la tierra atraeré todas las cosas a Mí”.
Y cuando seáis vosotros por entero de Jesús, Él, si preciso es, obrará milagros en vuestro favor. Los ángeles le sirvieron cuando tuvo hambre después de cuarenta días de ayunos y combates.
No miréis, os lo ruego, el dolor natural del sufrimiento: mirad la cruz en nuestro Señor, que así será otro su aspecto.
No olvidéis que la cruz es Jesús que viene a descansar un poquito en vuestro corazón mientras escala la cima del calvario, de donde subirá al cielo.
Vivir, glorificar a Dios, morir: ¡qué ideal más bello! ¿Cómo lo representaríamos? Yo no conozco otra forma que la de Jesús crucificado o la del alma enclavada en la cruz con Jesús.
Floración de la santidad
Uno de los fines principales del sufrimiento, según los designios de Dios, que lo envía, es purificar el alma para que, desasida de los bienes y alegrías terrestres, se dé del todo a Dios.
El sufrimiento es, por tanto, una floración de la santidad. Ya sabéis que la viña y el castaño destilan sus lágrimas, antes de florecer. Por eso nuestro divino maestro purifica de continuo el corazón para unírsele más íntimamente.
Dejadle obrar. No hará más que separar las escorias mezcladas con el oro para que sea todavía más puro.
Amad a Jesús en todos los estados en que su amor os coloque; y así, cuando estéis tristes y desolados, amad con Jesús desolado; pero id progresando siempre en el amor. Cierto que uno sufre cuando está crucificado con Jesús, pero a la par que llora está siempre alegre.
Lloramos porque el sufrimiento no gusta a la naturaleza, porque ella odia el reinado de Dios en nosotros.
No hemos de extrañarnos de que gima y tenga miedo, ni debemos reprenderla ásperamente, sino decirle con el real profeta: “Alma mía, ¿por qué estás triste, por qué te turbas? Ten confianza en Dios, que es tan bueno”.
Pero al mismo tiempo se está alegre porque la gracia estima el sufrimiento, y el amor nos hace quererlo y desearlo, porque la esencia del amor en esta vida radica en la inmolación y el sufrimiento.
Pero, por desgracia, ¡cuán trabajoso resulta para Dios el arrancar de nosotros todo lo que estorba a su gracia e impide el reinado de su amor en nosotros! Dejémosle obrar. Aun cuando el dolor del sufrimiento nos hiere muy hondo, lo es para más rápidamente dar muerte a esta miserable naturaleza.
La gracia del sufrimiento
La cruz nos lleva a Jesús, nos une con Jesús y nos hace vivir de su amor
Grande es la gracia del sufrimiento y grande asimismo la virtud de sufrir en sólo el amor.
No hay equivocaciones sobre la cima del calvario: existe tan sólo una senda que conduce directamente hasta Jesús; recorredla de continuo y no os detengáis más que en su Corazón.
Aprended a encontrar a Jesús sobre su cruz, y mejor aún a quedaros a sus pies.
Bien está uno donde Dios le coloca, pero a condición de estar como Él quiera.
La cruz de Jesús es nuestra herencia, pero su amor es nuestra fuerza.
Sed magnánimos en amar para poder elevaros por encima de vuestras cruces y ser más fuertes que la misma muerte. Id a nuestro Señor por el corazón y por el abandono en sus manos; éste es el camino real de la Eucaristía, el más corto, el más agradable y el más noble de todos.
¡Ah! Nuestro amor no es grande, porque Dios nos lleve en brazos, ni porque nos favorezca con sus dulzuras, ni porque nos conceda sus favores, sino cuando nuestra alma, como Job, le bendice en la adversidad; o como el Salvador en el huerto de los olivos bebe el cáliz que se le ofrece, y sufre con más amor todavía los abandonos de su mismo Padre celestial: entonces el amor muestra su generosidad y gana su mejor triunfo. Sed fieles a esta gracia de inmolación que nuestro Señor os renueva cada día: sed cordero con el cordero de Dios, dejaos inmolar, como se dejó el esposo divino de vuestro corazón, el cordero de Dios tan manso y tan humilde.