28 de abril
San Pablo de la Cruz, confesor
A qué grado de santidad habría de llegar Pablo de la Cruz, nacido en Uvada, Liguria, de una familia de Castellario, cerca de Alejandría, lo mostró un resplandor que en la noche de su nacimiento llenó la estancia de su madre, así como el beneficio recibido de la Reina del cielo, que le salvó de la muerte en su niñez, al caer en un río. Ardiendo en amor a Jesucristo crucificado, desde el uso de razón, dedicaba mucho tiempo a la contemplación de la pasión del Salvador, castigaba su carne con vigilias, azotes, ayunos y mortificaciones; los viernes bebía vinagre mezclado con hiel. Deseando dar la sangre por Jesucristo, se alistó al ejército que en Venecia se preparaba para la guerra contra los turcos. Pero conocida la voluntad de Dios en la oración, dejó las armas para consagrarse a una milicia mejor en la que debía ocupar todas sus fuerzas en servir a la Iglesia y velar por la salvación eterna de los hombres. Vuelto a su patria, rehusó un enlace honroso y una herencia de su tío, y comenzó el camino estrecho de la cruz; quiso que su obispo le revistiese con una áspera túnica. Mas, por orden del prelado, impresionado por su santidad y ciencia de las cosas divinas, se dedicó, aún antes de ser clérigo, a la predicación de la palabra divina, con gran provecho de las almas.
Pablo fue a Roma, donde, tras estudiar la teología, fue ordenado sacerdote por mandato del Papa Benedicto XIII. Y como el Papa le había facultado para juntarse con otros, se retiró al monte Argentario, que le había señalado antaño la bienaventurada Virgen, mostrándole a la vez un vestido negro, adornado con las insignias de la pasión de su Hijo. Allí puso los cimientos de una nueva Congregación, la cual, tras haber sufrido grandes trabajos, recibió en su seno algunos miembros ilustres, y con la bendición de Dios creció extraordinariamente. La Santa Sede la confirmó más de una vez, junto con las reglas que en la oración el Santo había recibido de Dios, y con el cuarto voto, que obligaba a promover la devoción al recuerdo bendito de la pasión del Señor. También instituyó religiosas, consagradas a la meditación de la caridad sin límites del divino Esposo. Una insaciable avidez de las almas, le hacía incansable en la predicación y por ella condujo al camino de la salvación a muchos pecadores o herejes. Resplandecía su elocuencia cuando explicaba la pasión de Jesucristo; tanta era su emoción, que prorrumpiendo él y los oyentes en llanto, quebrantaba los corazones más endurecidos, y les movía a penitencia.
Ardía en su corazón tal caridad, que la parte contigua de su hábito apareció muchas veces chamuscada por el fuego; este mismo ardor levantó dos de sus costillas. Cuando celebraba el santo sacrificio de la Misa, no podía contener sus lágrimas. A veces se le veía arrobado y elevado sobre el suelo con el rostro iluminado sobrenaturalmente. Alguna vez, mientras predicaba, se oyó una voz del cielo que le sugería lo que había de decir, siendo oído a muchos miles de pasos. Resplandeció por el don de profecía y lenguas, leyendo los secretos de los corazones, y distinguiose por su poder contra los demonios, las enfermedades y los elementos. Siendo muy apreciado y venerado de los mismos papas, se juzgaba servidor inútil y un gran pecador digno de ser pisado por los demonios. Finalmente, perseverando en la vida austerísima, habiendo dado excelentes avisos a sus discípulos, herederos de su espíritu, y confortado con los sacramentos de la Iglesia y con una celestial visión, murió en Roma en 1775, el día que había predicho. El Papa Pío IX le inscribió en el número de los Beatos, y después en el de los Santos a causa de los nuevos y resplandecientes milagros debidos a su intercesión.
Conmemoración de S. Vidal, Mártir
Vidal, padre de los santos Gervasio y Protasio, era soldado cuando entró en Rávena con el juez Paulino, vio al médico Ursicino llevado al suplicio a causa de su fe cristiana, y al observar su actitud indecisa le dijo: “Ursicino, tú que estás acostumbrado a curar a los demás, guárdate para que no te condenes a la muerte eterna”. Animado Ursicino con estas palabras, sufrió valerosamente el martirio. Paulino, enfurecido, hizo prender a Vidal y tras atormentarle en el caballete y arrojarle en una hoya, le hizo apedrear. Cumplida la orden, un sacerdote de Apolo que había incitado a Paulino contra Vidal, atormentado por el demonio, empezó a clamar: “Me quemas demasiado, Vidal, Mártir de Cristo”; y no pudiendo sufrir aquel fuego, se arrojó al río.
Oremos.
Oh Señor Jesucristo, que comunicaste una singular caridad a San Pablo para predicar el misterio de la Cruz, y por él quisisite que floreciese en la Iglesia una nueva familia: concédenos por su intercesión, que recordando constantemente tu pasión en la tierra, merezcamos conseguir el fruto de la misma en el cielo. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos. R. Amén.