lunes, 11 de abril de 2022

SI QUEREMOS QUE CRISTO REINE. EXHORTACIÓN DE DOMINGO DE RAMOS

Domingo de Ramos 2022

Hoy es domingo de Ramos. Repitiendo lo mismo que las gentes y, particularmente, los niños hebreos hicieron con nuestro Señor Jesucristo en su entrada en Jerusalén; también nosotros lo aclamamos Rey. La procesión solemne, nuestros cantos, nuestros ramos de olivo y palman quieren ser un homenaje de reconocimiento y adoración al que es Rey de Reyes y Señor de Señores. Pero, ¡atención!: la iglesia pide en la oración de la bendición que todo esto que hacemos externamente ha de ser correspondido con una actitud interior de suma devoción.

Jesucristo es Rey, pero su reino no es de este mundo, declarará él mismo ante Poncio Pilato. Repetidas veces en los evangelios aparecen intentos de proclamar a Jesús como Rey. Él lo rechaza. Todavía no ha llegado su hora. Pero ahora sí, en su entrada en Jerusalén acepta la aclamación de las gentes sencillas que cantan: Hossanna al Hijo de David, Hossana en las alturas. Bendito el que viene en nombre del Señor.

Jesucristo entra en Jerusalén y es aclamado Rey, pero llega para padecer.

Jesucristo entra en Jerusalén y es aclamado Rey, pero el mismo lo había anunciado por tres veces a sus discípulos: Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará.

Jesucristo entra en Jerusalén  y aclamado Rey, pero será entronizado –no en el solio real de la casa de David- sino que su trono será el patíbulo de la cruz.

Jesucristo entra en Jerusalén  y aclamado Rey, pero le pondrán como cetro -símbolo de su poder real- una caña.

Jesucristo entra en Jerusalén  y aclamado Rey, y será coronado –no con una corona de metal precioso y piedras- sino con la corona de espinas.

Jesucristo entra en Jerusalén  y aclamado Rey, y el homenaje que le prestarán su vasallo no será la adoración y reconocimiento, si no los insultos, las burlas, el maltrato, los azotes.

Jesucristo es Rey, pero su reino –claro está- no es de este mundo, y por ello los mundanos no lo entienden, lo rechazan y luchan en oposición contra él.

Y, ¿nosotros? Lo aclamamos Rey. ¿Pero somos conscientes de lo que decimos? ¿Del significados de nuestras palabras? ¿Concuerda nuestra voz con nuestro espíritu?

Si queremos que Cristo reine en nuestras almas hemos de tener su misma voluntad, y él no tuvo otra que hacer la voluntad de su Padre que está en el cielo. Por ello, no hemos de buscar otra cosa más que lo que a él le agrada, hemos de vivir con él, por él y en él, ofreciendo nuestro homenaje de fe, esperanza, caridad y adoración.

Si queremos que Cristo reine en nuestras almas hemos de saber cuáles son los enemigos de su reino – y no son otros que los de nuestras almas: mundo, demonio y carne- y junto con él, con las armas de justicia que nos ha entregado –sacramentos, oración, penitencia, obras de misericordia- hemos de defender su reino.

Si queremos que Cristo reine en nuestras almas hemos de amar lo que el ama y detestar lo que el odia. Él ama la verdad, la virtud, el bien. Él odia el pecado, el mal, la mentira, la hipocresía y la falsedad.

Si queremos que Cristo reine  en nuestras almas hemos de ser siervos fieles –decididos a correr la misma suerte que el Maestro-: Si él aceptó la cruz, también nosotros hemos de cargar nuestra cruz y seguirlo para poder resucitar con él.

Si queremos que Cristo  reine en nuestras almas hemos de vivir como él vivió dándonos ejemplo de toda virtud: humildad, pobreza, obediencia, castidad, alegría, mansedumbre, perdonándonos los unos a los otros, como él nos perdonó.

Si queremos que Cristo reine en nuestras almas y nos defienda en el combate, hemos vivir de confianza, en santo abandono, obedecer su palabra, no apartarnos de su lado, huir de toda ocasión de perdernos.

Si queremos que Cristo reine en nuestras almas hemos de quitar el escollo más grande que impide su reinado: nuestra soberbia y amor propio, nuestra deseo de independencia, la tentación desde el principio: ser nosotros los dioses de nuestra vida.

Si queremos que Cristo reine en nuestras almas y nos lleve a su reino hemos de implorar cada día de nuestra vida lo que el buen ladrón supo hacer en las últimas horas de la suya: “Señor, acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino.”

Viva Cristo Rey.

Hosanna a Dios en las alturas.

Bendito el que viene en nombre del Señor.

Reine Cristo en nuestro mundo, en nuestra España, reine en nuestras almas. Amén.