martes, 19 de abril de 2022

LAS LLAGAS DE CRISTO RESUCITADO. Santo Tomás de Aquino

 


Martes de la octava de Pascua

LAS LLAGAS DE CRISTO RESUCITADO

Santo Tomás de Aquino

Mete aquí tu dedo, y mira mis manos, y da acá tu mano, y métela en mi costado; y no se incrédulo, sino fiel (Jn, 20, 27) Fue conveniente que el alma de Cristo en resurrección tornase el cuerpo con las cicatrices de las llagas.

1º) Para gloria del mismo Cristo. Porque dice San Beda que “conservó las llagas, no por la impotencia de curarlas, sino para llevar siempre consigo el trofeo de su victoria. Por eso dice también San Agustín que “tal vez en aquel reino veremos en los cuerpos de los mártires las cicatrices de las heridas que sufrieron por el nombre de Cristo, porque no serán en ellos deformidad, sino dignidad; y la belleza de su virtud brillará por ellas en cierto modo en su cuerpo”.

2º) Para confirmar los corazones de sus discípulos en la fe de su resurrección.

3º) Para que al rogar al Padre por nosotros, manifieste siempre qué género de muerte padeció por el hombre.

4º) Para hacer ver a los que ha rescatado por su muerte, poniéndoles a su vista las señales de su suplicio, qué misericordia vino en su socorro. Finalmente para hacer ver en el juicio (final) cuán justamente serán condenados allí mismo (los réprobos). Por esta razón, como dice San Agustín: “Sabía Cristo por qué conservaba las cicatrices en su cuerpo; porque así como las mostró a Tomás, que no creía si no las tocaba y las veía, así también había de mostrarlas a los enemigos, para que convenciéndolos de la verdad les pudiera decir: He aquí al hombre a quien crucificasteis; mirad las llagas que le inferisteis; reconoced el costado que atravesasteis, pues por vosotros y para vosotros fue abierto, y sin embargo no quisisteis entrar”. Así, pues, aquellas cicatrices no son debidas a la corrupción o defecto, sino al mayor cúmulo de gloria, en cuanto son ciertas señales de su virtud, y en aquellos lugares de las llagas aparecerá cierto esplendor especial. Y siempre permanecerán en el cuerpo de Cristo, porque, como dice San Agustín: “Creo que el cuerpo del Señor está en el cielo como estaba cuando subió a él”30. (3ª, q. LIV, a. 4)