FIESTA
DE LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO (II clase)
JUEVES DE LA I SEMANA DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
COMENTARIO AL
EVANGELIO CATENA AUREA
Comentario de San
Jerónimo
La pregunta del Señor:
"¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?" es admirable.
Porque los que hablan del Hijo del hombre, son hombres y los que comprenden su
divinidad no se llaman hombres, sino dioses.
No dijo: ¿Quién dicen los
hombres que soy yo? sino: ¿Quién dicen que es el Hijo del hombre? Preguntó así
a fin de que no creyesen que hacía esta pregunta por vanidad. Es de observar
que siempre que en el Antiguo Testamento se dice el Hijo del Hombre, en el
hebreo se dice el hijo de Adán.
Pudo equivocarse el pueblo
sobre Elías y sobre Jeremías, como se equivocó Herodes sobre Juan, de aquí mi
admiración al ver a los intérpretes indagando las causas de cada uno de los
errores.
Observad por el contexto de las
palabras, cómo los apóstoles no son llamados hombres, sino dioses. Porque al
preguntarles el Señor: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del
hombre?", añade: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Que
equivale a decir: aquellos que son hombres, tienen una opinión mundana, pero
vosotros que sois dioses, ¿quién decís que soy yo?
Le llama también Dios vivo para
distinguirle de aquellos dioses que llevan el nombre de dioses, pero que están
muertos como Saturno, Júpiter, Venus, Hércules y las demás ficciones de los
idólatras.
Devolvió el Señor la palabra al
apóstol por el testimonio que dio de El: dijo Pedro: "Tú eres el Cristo,
Hijo de Dios vivo" y el Señor le dijo: "Bienaventurado eres, Simón,
hijo de Juan". ¿Por qué? "porque no te lo reveló la carne ni la
sangre, sino mi Padre que está en los cielos". Reveló el Espíritu Santo lo
que no pudo revelar ni la carne ni la sangre. Luego mereció Pedro por su
confesión ser llamado hijo del Espíritu Santo, que le hizo esta revelación,
puesto que Bar Iona en nuestro idioma significa hijo de la paloma. Opinan
algunos que Simón era hijo de Juan según aquel pasaje ( Jn 21,15) "Simón,
hijo de Juan, me amas" y que los copistas suprimieron una sílaba y
escribieron Bar Iona en lugar de Bar Ioanna, esto es, hijo de Juan. Ioanna
quiere decir gracia de Dios y ambos nombres pueden tomarse en sentido místico,
tomando la palabra paloma por Espíritu Santo y la gracia de Dios por un don
espiritual.
Las palabras "porque no te
lo reveló carne ni sangre" tienen su semejanza con aquellas otras del
apóstol ( Gál 1,16): "Yo no he tenido descanso ni en la carne, ni en la
sangre". En el primer pasaje las palabras carne y sangre significan los
judíos y en este último, aunque en otros términos, dice San Pablo, que Cristo
Hijo de Dios, fue revelado, no por la doctrina de los fariseos, sino por la
gracia de Dios.
Que equivale a decir: puesto
que tú has dicho: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo, yo también te digo a ti
-no con vanas palabras y que no han de ser cumplidas, sino que te lo digo a ti
(y en mí el decir es obrar)- que tú eres Pedro. Antes el Señor llamó a sus
apóstoles luz del mundo y otros diversos nombres y ahora a Simón, que creía en
la piedra Cristo, le da el nombre de Pedro.
Y siguiendo la metáfora de la
piedra, le dice con oportunidad: Sobre ti edificaré mi Iglesia, que es lo que
sigue: "Y sobre esta piedra, edificaré mi Iglesia".
Yo tengo por puertas del
infierno a los pecados y a los vicios o también a las doctrinas heréticas, que
seducen a los hombres y los llevan al abismo.
No se crea que por estas
palabras promete el Señor a los apóstoles librarlos de la muerte. Abrid los
ojos y veréis, por el contrario, cuánto brillaron los apóstoles en su martirio.
Algunos obispos y presbíteros,
que no entienden este pasaje, participan en alguna medida del orgullo de los
fariseos, llegando al punto de condenar a algunos que son inocentes y de
absolver a otros que son culpables, como si el Señor tuviera en cuenta
solamente la sentencia de los sacerdotes y no la conducta de los culpables.
Leemos en el Levítico (caps. 13 y 14) que a los leprosos estaba mandado
presentarse a los sacerdotes para que si efectivamente tenían lepra, los
sacerdotes los declararan impuros y esto se mandaba, no porque los sacerdotes
causasen la lepra o la inmundicia, sino porque podían distinguir ellos entre el
leproso y el que no lo es, entre el que está puro y el que no lo está. Así,
pues, como allí el sacerdote declara impuro al leproso, así también aquí en la
Iglesia, el Obispo o presbítero ata o desata, no a los que están inocentes o
sin culpa, sino a aquellos de quienes por su ministerio ha tenido necesidad de
oír variedad de pecados y distinguir cuáles son dignos de ser atados y cuáles
de ser desatados.