COMENTARIO AL
EVANGELIO CATENA AUREA
MÍERCOLES DE CENIZA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Homilía de San
Agustín. Liber 2 de sermone Domini in monte.
Debe advertirse especialmente
en este capítulo que puede haber jactancia, no sólo en el brillo y en la
apariencia de las cosas corporales, sino también en las mismas miserias dignas
de lamentarse. Esto es tanto más peligroso en cuanto engaña, porque se hace
aparecer con el nombre de servicio de Dios. El que brilla por el cuidado
excesivo de su cuerpo, y por el brillo de su vestido y de las demás cosas que
le adornan, fácilmente puede comprenderse que es amigo de seguir las pompas y
vanidades del mundo, y no engaña a los demás con la apariencia de una santidad
engañosa. Pero el que profesando la imitación de Cristo hace que se fijen los
ojos de los demás hombres en su extraordinaria tristeza, en los harapos con que
se viste a este fin -cuando haga esto por su propia voluntad, y no lo sufra por
necesidad-, puede muy bien ser conocido por las demás obras que practique, si
esto lo hace por desprecio del lujo superfluo o por algún mal fin.
Suele preguntarse el
significado de lo que aquí se dice. No es posible creer que Jesucristo mandase que
aunque lavemos la cara todos los días, cuando ayunamos debamos untar nuestros
cabellos, lo cual todos consideran como muy impropio.
Consideramos a la cabeza como
la razón, porque se encuentra en la parte superior del alma y gobierna los
demás miembros del cuerpo. Luego el ungir la cabeza es tanto como alegrarse.
Alégrese interiormente porque ayuna, el que ayunando se separa de las
aspiraciones del mundo para quedar sometido a Dios.
Si alguno hace estas cosas con
el objeto de conseguir algún beneficio terreno, no podrá decirse que tiene el
corazón limpio aquel que se complace con las cosas de la tierra. El que se une
a una naturaleza inferior, mancha la suya, aunque aquélla a la que se ha unido
no esté manchada en su especie. Y así como el oro se deteriora cuando se mezcla
con plata pura, así también nuestra alma se mancha cuando se mezcla con la
tierra, por muy buena que sea en su clase.
Yo no considero en este
lugar el cielo como una cosa corpórea, porque todo cuerpo es tierra. Debe
despreciar todas las cosas del mundo aquél que atesore para sí tesoros en el
cielo, del que se ha dicho: "El cielo son los cielos para Dios"
( Sal 113,16), esto es, en el firmamento espiritual. El cielo y la
tierra pasarán. No debemos, pues, colocar nuestro tesoro en lo que puede pasar
(o constituir nuestro corazón), sino en lo que permanece siempre.