miércoles, 14 de febrero de 2018

ALÉGRESE INTERIORMENTE PORQUE AYUNA, EL QUE AYUNANDO SE SEPARA DE LAS ASPIRACIONES DEL MUNDO PARA QUEDAR SOMETIDO A DIOS. San Agustín




COMENTARIO AL EVANGELIO CATENA AUREA

MÍERCOLES DE CENIZA
Forma Extraordinaria del Rito Romano

Homilía de San Agustín. Liber 2 de sermone Domini in monte. 
Debe advertirse especialmente en este capítulo que puede haber jactancia, no sólo en el brillo y en la apariencia de las cosas corporales, sino también en las mismas miserias dignas de lamentarse. Esto es tanto más peligroso en cuanto engaña, porque se hace aparecer con el nombre de servicio de Dios. El que brilla por el cuidado excesivo de su cuerpo, y por el brillo de su vestido y de las demás cosas que le adornan, fácilmente puede comprenderse que es amigo de seguir las pompas y vanidades del mundo, y no engaña a los demás con la apariencia de una santidad engañosa. Pero el que profesando la imitación de Cristo hace que se fijen los ojos de los demás hombres en su extraordinaria tristeza, en los harapos con que se viste a este fin -cuando haga esto por su propia voluntad, y no lo sufra por necesidad-, puede muy bien ser conocido por las demás obras que practique, si esto lo hace por desprecio del lujo superfluo o por algún mal fin. 
Suele preguntarse el significado de lo que aquí se dice. No es posible creer que Jesucristo mandase que aunque lavemos la cara todos los días, cuando ayunamos debamos untar nuestros cabellos, lo cual todos consideran como muy impropio. 
Consideramos a la cabeza como la razón, porque se encuentra en la parte superior del alma y gobierna los demás miembros del cuerpo. Luego el ungir la cabeza es tanto como alegrarse. Alégrese interiormente porque ayuna, el que ayunando se separa de las aspiraciones del mundo para quedar sometido a Dios. 
Si alguno hace estas cosas con el objeto de conseguir algún beneficio terreno, no podrá decirse que tiene el corazón limpio aquel que se complace con las cosas de la tierra. El que se une a una naturaleza inferior, mancha la suya, aunque aquélla a la que se ha unido no esté manchada en su especie. Y así como el oro se deteriora cuando se mezcla con plata pura, así también nuestra alma se mancha cuando se mezcla con la tierra, por muy buena que sea en su clase
Yo no considero en este lugar el cielo como una cosa corpórea, porque todo cuerpo es tierra. Debe despreciar todas las cosas del mundo aquél que atesore para sí tesoros en el cielo, del que se ha dicho: "El cielo son los cielos para Dios" ( Sal 113,16), esto es, en el firmamento espiritual. El cielo y la tierra pasarán. No debemos, pues, colocar nuestro tesoro en lo que puede pasar (o constituir nuestro corazón), sino en lo que permanece siempre.