lunes, 10 de febrero de 2025

11 DE FEBRERO. NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

 


11 DE FEBRERO

NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

HACE solamente un siglo, Lourdes era un pueblecito sin historia, perdido entre las escarpas del Pirineo, como puede verse en el artístico y monumental Panorama que se muestra ahora a turistas y peregrinos en la encantadora Ciudad de la Virgen. Pero desde que el cielo se asomó a la Gruta de Massabielle —apertum est templum Dei in cælo—, dejó de ser una aldehuela insignificante, para trocarse en pórtico de la gloria, en símbolo de las bondades de María, en milagro asombroso y perenne de espiritualidad y de amor…

Fue el 11 de febrero de 1858. Todos sabéis la historia maravillosa.

Pirineos, montes ígneos. Mañana gris, Hora del Ángelus, de la paz. A orillas del Gave, tres niñas recogen un poco de leña para el hogar de Francisco Soubirous, el molinero. Juana y María han atravesado el riachuelo. Bernardita, aunque sofocada por el asma, no se resigna a quedarse sola, y empieza a descalzarse... De repente, oye un leve rumor de frondas agitadas. Alza la vista. No se mueve una hoja. El ruido se repite más fuerte hacia el roquedal de Massabielle. La niña gira instintivamente la cabeza. Un grito de asombro se quiebra en su garganta, mientras cae de rodillas, iluminado el pálido rostro con fulgores de Tabor... «Alcé los ojos y miré hacia el hueco de la roca — dirá luego ante el Procurador imperial— Sobre un rosal silvestre apareció una joven blanca y bellísima, la cual me saludó con una leve inclinación. Creyendo engañarme, me restregué varias veces los ojos y, al abrirlos, vi que la joven me sonreía y me invitaba a acercarme. Pero no me atrevía; no porque tuviese miedo, pues el miedo nos hace huir, y yo me hubiera quedado mirándola toda la vida. Mientras que yo rezaba el rosario, la señorita iba pasando las cuentas del suyo sin decir nada; más, cuando dije: Gloria al Padre..., también ella lo dijo. Concluido el rosario, me saludó sonriente, se elevó un poco y desapareció». He aquí el relato ingenuo, inconfundible, de la verdad.

No. Bernardita no sueña. La Psicología y la Patología no podrán descubrir en ella la menor anormalidad. Acaba de ver a la Virgen María, vestida de blanco, como el lirio de los valles, como el cáliz de una azucena. Ha contemplado su talle gracioso ceñido con un jirón de cielo y dos rosas encendidas sobre sus pies desnudos, purísimos, y ha sentido la inefable caricia de su mirada, y se ha estremecido de gozo al oír la melodía de su voz...

Dieciocho veces se repiten las portentosas apariciones, en presencia de miles de personas. «Durante ellas —dice un testigo— Bernardita se transfiguraba totalmente. Parecía un ángel en éxtasis. Su ademán, unas veces era de súplica, otras de acción de gracias. Lloraba, reía, pero evidentemente contemplaba algo sobrenatural». En la sexta aparición, es examinada en pleno éxtasis por el doctor Dozous: «Esto no es ni la rigidez de la catalepsia, ni el arrobo inconsciente de la alucinación; aquí hay algo inaudito, completamente desconocido para la medicina».

La niña habla con la Visión y recibe divinos mensajes. Un día es un encargo para el señor Peyramale, párroco de Lourdes: Quiere la Señora que se le construya una iglesia y que vayan en procesión a la Gruta. Otra vez oye estas palabras que se repetirán en Fátima: ¡Penitencia, penitencia, penitencia! El 25 de febrero brota de la peña una fuente ignorada de aguas límpidas y milagrosas. El día de la Anunciación, Bernardita, movida de irreprimible ímpetu, solicita y reitera con encantador apremio: Señora, ¿tenéis la bondad de decirme quién sois y cuál es vuestro nombre? Entonces el rostro de la hermosa Dama se ilumina, extiende sus brazos hacia el suelo —como la vio Catalina Labouré—, alza luego los ojos a lo alto, levanta al mismo tiempo sus manos, las junta sobre el pecho y exclama:

Yo soy la Inmaculada Concepción.

Era la revelación más estupenda hecha a los hombres, después de la Redención; la respuesta del Cielo a la declaración dogmática de la Inmaculada, proclamada por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854; el antídoto de María contra el veneno del racionalismo y del librepensamiento...

Las muchedumbres se apiñan en torno de la Gruta. Se multiplican sin cesar los prodigios. La ciencia soberbia y atea se revuelve contra las apariciones. Todo se pone en juego. Se prohíben las reuniones. Hay largos interrogatorios y duras amenazas. Se habla de superchería, de locura, de sugestión... Pero el milagro termina estremeciendo al mundo y la Iglesia sanciona con su divina autoridad el sobrenaturalismo que la ciencia escarnece y niega. Llueven los donativos. Surge una gran Basílica. Francia, el mundo entero, con el concurso de una naturaleza espléndida, ponen a los pies de su Reina uno de los escabeles más bellos de la piedad y del arte. Lourdes representa acaso el mayor triunfo de la Iglesia en los últimos tiempos. El dedo de Dios está en la Gruta bendita de Massabielle, ante la cual, la toga y la púrpura, la espada y él cetro, todos los rangos y clases sociales, se confunden en un desbordamiento de fe, apretados en un mismo abrazo de amor, a los pies de la Inmaculada. «De las orillas del Gave parte y pasa sobre los hombres de nuestra época un soplo poderoso que les obliga a levantar los ojos y mirar al cielo...».