08 DE FEBRERO
SAN JUAN DE MATA
FUNDADOR (1160-1213)
A de Juan de Mata y la de Félix de Valois —¡almas gemelas de un quehacer heroico!— son dos vidas cruzadas, que diríamos hoy, dos vidas que se abocan para llenar en la historia un alto destino providencial: la fundación de la benemérita Orden de la Santísima Trinidad para la redención de cautivos. Respetando el calendario litúrgico, nos concretamos hoy al primero. La ilustre familia española de los Barones de Mataplana de Gombreny y Marsá, se extingue en su casa solariega de Falcón, en la Provenza. Eufemio y Marta no tienen sucesión. El mote del escudo nobiliario: O Dómine, líbera me ab istis vínculis —líbrame, Señor, de estas cadenas—, que define la gloriosa trayectoria familiar eh la lucha contra el Islam, pronto va a ser letra muerta. Pero los piadosos consortes hacen violencia al Cielo, y la plegaria confiada siega en agraz las cábalas humanas. El 23 de junio de 1160 nace el suspirado vástago, llamado a interpretar a lo divino la divisa familiar, según revelación hecha a su madre por la misma Virgen.
Juan no desmintió en su juventud los presagios divinos. Enviado a estudiar a Marsella, con frecuencia iba a ver a los infelices galeotes que llegaban a aquel gran puerto mediterráneo, como si sintiera el apremio de una misión recóndita. i Era el marco ideal para su alma bien templada de apóstol auténtico! Su madre fomentaba estas apetencias redentoras, estos sueños humanitarios. Eufemio, en cambio, imaginaba al brillante heredero de su nombre ciñendo la espada, derrotando moros y cubriendo de gloria la casa solariega. Juan mantenía su postura de apóstol: Ecce ego, mitte me... Frecuentó las aulas de Aix y París. Se hizo maestro, bachiller, licenciado y doctor en Teología. Sentó cátedra de ciencia y de virtud. No faltaron tentaciones a aquel joven «puro como un ángel» en medio del ambiente frívolo y deslumbrante de la Capital francesa. La nobleza de la sangre hubiera poa. dido suscitar en él deseos de humanas grandezas; pero Dios había depositado en su alma gérmenes de una gloria más pura y santa. Orando un día ante el sepulcro de Santa Genoveva, oyó esta invitación celestial: «Estudia la sabiduría, hijo mío, y alegra mi corazón». Era la llamada formal de la Gracia, y Juan de Mata se entregó de lleno en manos de la divina Providencia. Mauricio de Sully, obispo de París, guio sus pasos hasta el altar. Allí le esperaba Dios...
Juan celebra su primera misa en la capilla del palacio arzobispal. Están presentes al acto los abades de San Víctor y Santa Genoveva y el Rector de la Universidad. Al momento de alzar la Sagrada Forma, todos los circunstantes ven que su rostro resplandece con luz sobrenatural y sus ojos permanecen fijos en algo concreto, invisible para los demás. ¿Qué ha pasado? Oigamos al mismo Santo: «Vi un ángel vestido con hábito blanco, que ostentaba en el pecho una cruz roja y azul; sus brazos se abrían acogedores a dos cautivos, uno cristiano y otro moro, postrados a sus pies en ademán implorante». Es evidente que la visión se refiere al rescate de los cristianos prisioneros de los moros. Pero el Prelado le aconseja consultar el asunto con el Sumo Pontífice.
Juan, movido por el Espíritu Santo, decidió ir a visitar a un célebre anacoreta que vivía en los bosques de Meaux y que no era otro que Félix de Valois. Los dos se habían presentido y ambos pudieron exclamar al encontrarse: «Este es el hombre a quien yo buscaba». «Soy — dijo Félix al visitante — príncipe de sangre real. Cuarenta años ha que dejé la Corte. Viví en Claraval con Bernardo. En la soledad del desierto he sostenido las mayores batallas y he gozado sobrehumanas consolaciones. Dios me ha anunciado tu llegada. Juan hace a su vez un breve resumen de su vida, que termina con el prodigio de la capilla de París. Y hablando estaba, cuando apareció ante ellos un ciervo, enarbolando entre su cornamenta la cruz luminosa de la visión. Así nació la Orden Trinitaria, Juan de Mata y Félix de Valois emprenden el camino de Roma. En la Silla Apostólica se sienta Inocencio III, a quien Juan dijera un día: «Serás papa». Mas no basta la amistad para decidir en las cosas de Dios...
Es el año 1198. El Pontífice celebra misa en San Juan de Letrán. Al llegar a la Consagración, su rostro se ilumina. Está viendo al ángel misterioso. ¿Para qué más recomendaciones? La Orden queda establecida canónicamente y Juan es nombrado Superior General. Ha sonado la hora de la lucha. Son los. tiempos heroicos de las Cruzadas. Miles de prisioneros cristianos gimen en las cárceles sarracenas de Túnez, Trípoli y Marruecos. La labor es inmensa. El Santo organiza sus huestes, funda casas en Francia, Italia y España. ¡Sueños de Juan de Mata! Los primeros rescatados empiezan a llegar a Europa. Entre ellos viene un día Miguel de Cervantes, preso en Argel. El propio Fundador pasa a Túnez y saborea el peso de las cadenas. Poco a poco su vida se va quemando en el fuego de una caridad insaciable llevada a los mayores extremos. ¡Si pudiera hablarnos el hospital de Santo Tomás in Formis! Acostumbrado sólo a dar, cuando el 17 de diciembre de 1213 vino la muerte a llamar a su puerta, Juan de Mata visitado desde el cielo por su colaborador Félix de Valois — entregó a Dios sus cincuenta y dos años colmados de virtudes, pero también floridos de esperanzas, en supremo holocausto por la redención de los que habían sido siempre su obsesión e iban a ser su corona.