Comentario al Evangelio
DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Desde
el principio del mundo el hombre ha sentido el muy razonable deseo de conocer a
su Creador. Si un cuadro notabilísimo tuviese inteligencia, ¿no desearía
conocer al artista que lo pintara? ¡Y cuanto más lo desearía si fuese un
autorretrato del pintor! Obrero divino, tú te pintaste en mi alma y pusiste
ante mis ojos todas tus obras materiales, y, sin embargo, te has escondido tú mismo. ¿Dónde te
buscaré?
Hay
verdades que han podido ser conocidas porque son fáciles, pero otras se han
escapado al entendimiento humano. Que Dios es el ser por sí mismo, sin haberlo
recibido de nadie, es evidente. Lo gritan los cielos y la tierra, y hasta los
pueblos barbaros lo han confesado. Pero conocer su naturaleza, su esencia y sus
atributos, si es visible o invisible, y su providencia y sabiduría, son
cuestiones oscuras, profundas, secretas a los ojos mortales. ¡Con cuantos
esfuerzos lucharon los antiguos
filósofos por alcanzarlas, y sin embargo, que pocos las consiguieron! Carecían
de aquella luz que ilumina a todo hombre
que viene a este mundo (Io,1,9). Y así, de caída en caída, llegaron a los
absurdos filosóficos que convirtieron en insensatos a los que pretendían pasar
por sabios (Rom. 1,32). ¿Para qué hablaros de sus dioses, si solo la cosecha
había de ser encomendada por el pueblo romano a doce divinidades diferentes?
Absurdos los cultos y los sacrificios, cuya diversidad demostraba no contener
la verdad.
Algunos
filósofos casi la alcanzaron, como Aristóteles y Sócrates, que predicaron en
solo Dios, y como Platón, que, acercándose a un concepto de la Santísima
Trinidad, por lo menos al estilo arriano, admitía un Verbo producido por Dios y
Creador del mundo, o como aquel Hermes Trigemiste, que en un libro, que yo
mismo he leído, escribía las palabras siguientes: “La mónada engendro a la
mónada y, reflexionando sobre sí mismo, produjo el ardor”. Lejanos
reflejos de la Santísima Trinidad y que probablemente se debieron a la
revelación.
Santo Tomás de Villanueva
Por gentileza de Dña.
Ana María Galvez