PALABRA DE DIOS Y COMPROMISO POR LA JUSTICIA EN
LA SOCIEDAD
Reflexión diaria acerca de la Palabra de
Dios.
La Palabra de Dios impulsa al hombre a entablar relaciones animadas por la
rectitud y la justicia; da fe del valor precioso ante Dios de todos los
esfuerzos del hombre por construir un mundo más justo y más habitable. La misma
Palabra de Dios denuncia sin ambigüedades las injusticias y promueve la
solidaridad y la igualdad. Por eso, a la luz de las palabras del Señor,
reconocemos los «signos de los tiempos» que hay en la historia y no rehuimos el
compromiso en favor de los que sufren y son víctimas del egoísmo. El compromiso
por la justicia y la transformación del mundo forma parte de la evangelización:
se trata «de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios
de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de
pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad,
que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación».
Los que están comprometidos en la vida política y social han de inspirar su
acción en el mundo en busca del verdadero bien de todos, en el respeto y la
promoción de la dignidad de cada persona. Ciertamente, no es una tarea directa
de la Iglesia el crear una sociedad más justa, aunque le corresponde el derecho
y el deber de intervenir sobre las cuestiones éticas y morales que conciernen
al bien de las personas y los pueblos. Es sobre todo a los fieles laicos,
educados en la escuela del Evangelio, a quienes corresponde la tarea de
intervenir directamente en la acción social y política.
La difusión de la Palabra de Dios refuerza la afirmación y el respeto de los
derechos humanos de cada persona, fundados en la ley natural inscrita en
el corazón del hombre y que, como tales, son «universales, inviolables,
inalienables». La Iglesia espera que, mediante la afirmación de estos derechos,
se reconozca más eficazmente y se promueva universalmente la dignidad humana,
como característica impresa por Dios Creador en su criatura, asumida y redimida
por Jesucristo por su encarnación, muerte y resurrección.
Cfr.
Verbum Domini, 100-101