III DOMINGO DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió que, apenas salió
el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de
Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios». Otros, para ponerlo a
prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les
dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa.
Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su
reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú.
Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por
arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si
yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha
llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio,
sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le
quita las armas de que se fiaba y reparte su botín. El que no está conmigo está
contra mí; el que no recoge conmigo desparrama. Cuando el espíritu inmundo sale
de un hombre, da vueltas por lugares áridos, buscando un sitio para descansar,
y, al no encontrarlo, dice: “Volveré a mi casa de donde salí”. Al volver se la
encuentra barrida y arreglada. 26 Entonces va y toma otros siete espíritus
peores que él, y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor
que el principio». Mientras él hablaba estas cosas, aconteció que una mujer de
entre el gentío, levantando la voz, le dijo: «Bienaventurado el vientre que te
llevó y los pechos que te criaron». Pero él dijo: «Mejor, bienaventurados los
que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
Lc 11,14-28