miércoles, 5 de febrero de 2025

6 DE FEBRERO. SAN TITO, DISCÍPULO DE SAN PABLO (SIGLO I)

 


06 DE FEBRERO

SAN TITO

DISCÍPULO DE SAN PABLO (SIGLO I)

SAN Tito —«apóstol de las Iglesias y gloria de Cristo»— fue uno de los más caros discípulos de San Pablo, y también uno de sus más adictos y valiosos colaboradores en las tareas de su asombroso apostolado.

Ignoramos su patria. Las leyendas más antiguas —San Juan Crisóstomo y las Actas de Tecla— discrepan al señalarla: la isla de Creta, Corinto, Iconio y Antioquía, se disputan el honor de esta paternidad. Pero existe un hecho histórico y transcendental: que en Antioquía nace al Cristianismo y que desde ese momento lo encontramos siempre al lado del Apóstol como a «hijo muy querido según la fe»…

El maestro cala pronto en 'el alma superdotada del discípulo. Descubre en él una ayuda preciosa y providencial, un misionero a prueba de martirio, un carácter enérgico, decidido, apasionado, y no duda en asociarlo a sus tareas apostólicas. Será su intérprete, su secretario particular, su delegado en las empresas y comisiones difíciles que no se avengan con la manera de ser del dilecto Timoteo.

La primera vez que le vemos embarcado en un asunto de importancia es en el año 52. Asiste con Sari Pablo al Concilio de Jerusalén, siendo causa de disensión su calidad de incircunciso. En la tercera misión sigue también al Apóstol en sus fundaciones y correrías evangélicas, en sustitución de Silas. Permanecen algún tiempo en Éfeso y, desde aquí, Tito es enviado a Corinto —de cuya Cristiandad se reciben noticias inquietantes— con el fin de calmar los espíritus, atajar escándalos, cismas y disensiones y organizar una colecta en favor de los «santos» de Jerusalén. Indudablemente es ésta una misión escabrosa, que requiere tacto, prudencia, celo, temple y energía: una misión que «oprime el corazón de Pablo y hace brotar las lágrimas de sus ojos»… El arrojo y decisión de Tito, su actividad incansable, su profundo conocimiento de los hombres y espíritu organizador, conciliador, su gran prestigio personal, en suma, son armas invencibles en manos de un Santo. Con ellas, no sólo consigue imponer su autoridad y restablecer el orden, sino que se conquista el corazón de los corintios, con inmenso consuelo de San Pablo, que escribe en su segunda Epístola a los fieles de aquella Ciudad: «En nuestro consuelo hemos gozado aún más con el gozo de Tito, por cuanto su espíritu fue recreado de todos vosotros... Y su corazón os está muy aficionado al acordarse de la obediencia con que le recibisteis con temor y reverencia».

Tras este rotundo éxito, maestro y discípulo juntan diestra con diestra y su trato se hace más íntimo. Tito vuelve a ser comisionado a Corinto en compañía de dos delegados de las iglesias de Macedonia y Acaya. Allí espera la llegada de Pablo. Luego viajarán juntos a la Ciudad Santa a hacer entrega de la ayuda fraternal.

San Lucas no vuelve a mencionar ya a Tito hasta después del primer cautiverio del Apóstol en Roma. «Esta omisión —escribe un autor francés— es un punto de los más oscuros de los Hechos. Sin las Pastorales se hubieran perdido totalmente las huellas de uno de los obreros apostólicos de mayor relieve del Nuevo Testamento». Pero hay una Carta —escrita probablemente en el 55, después del viaje a España— que proyecta un rayo de luz sobre la amable silueta del discípulo predilecto. De ella se desprende que Tito se halla por estos días en Creta luchando con grandes dificultades en la organización de aquella Iglesia. La situación religiosa en la isla es lamentable. Los cretenses se entregan a toda clase de vicios: son perezosos, mendaces, inmorales, herejes. «Hacen profesión de conocer a Dios —dirá San Pablo— pero le niegan con sus obras, haciéndose abominables, rebeldes e inútiles para todo acto bueno. Razón, conciencia, todo en ellos está manchado». Hay, además, gran número de judaizantes y «charlatanes» que, por una torpe ganancia, enseñan lo que no conviene y se enzarzan en «cuestiones necias, genealogías, altercados y vanas disputas sobre la Ley». Tito es, sin duda, el único capaz de remplazar al Apóstol en la isla, por ser el que mejor ha asimilado la doctrina del Evangelio y su espíritu organizador. El maestro le alienta y le da sabias instrucciones para el ejercicio del ministerio pastoral. «Ante todo —le dice— es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio ni colérico. sino amante de la hospitalidad, afable, sobrio, justo, santo. Ten mucha autoridad frente a los indisciplinados y mucha vigilancia... Que nadie te desprecie. Habla con imperio. Enseña conforme a la sana doctrina: que tu palabra sea irreprensible, para que quien es contrario se confunda, no teniendo mal que decir contra nosotros».

En este molde de perfección vació su empeño el buen discípulo a quien San Pablo pudo llamar «su hijo querido, su entrañable hermano y su valioso colaborador». Y la obra de santidad salió perfecta, exacta al modelo. «¿Por ventura Tito se enriqueció a vuestra costa? ¿No hemos caminado siempre con el mismo espíritu? ¿No hemos seguido las mismas huellas?».

Nada sabemos sobre los postreros años de este «Apóstol de las Iglesias». Según la opinión más respetable, murió en Creta rodeado de afecto y sumisión. Sus reliquias, conservadas durante siglos en Gortina; se veneran hoy día en la célebre iglesia de San Marcos de Venecia.