jueves, 13 de febrero de 2025

14 DE FEBRERO. SAN JUAN BAUTISTA DE LA CONCEPCIÓN REFORMADOR (1561-1613)

 


14 DE FEBRERO

SAN JUAN BAUTISTA DE LA CONCEPCIÓN

REFORMADOR (1561-1613)

EL Siglo de Oro español, en la santidad como en todo, fue el XVI, y al Beato Juan Bautista de la Concepción le tocó ser émulo y contemporáneo de una pléyade de grandes Santos como no la hubo en nuestra Patria desde los tiempos apostólicos.

Almodóvar del Campo, en la diócesis de Toledo, es la cuna que mece a esta nueva lumbrera de la Iglesia hispana —lirio de pureza, rosa de amor, violeta de sacrificio—, que, infante aún, arranca a Santa Teresa una brillante profecía sobre su porvenir: «Este niño, será mañana un santo, padre y director de muchas almas y reformador insigne de una Orden religiosa»…

Han pasado varios años. Marco García e Isabel López acaso han olvidado el vaticinio de la Mística Doctora acerca de su hijo. Juan Bautista ha estudiado con buenos maestros y en la Universidad de Baeza ha cursado con aprovechamiento la Sagrada Teología. En una época en que mundo, Lope de Vega no se recata en llamarle «el más hermoso genio de España».

El Cielo no olvidaba a aquel muchacho carismático, serio y hondo, que a los nueve años hiciera voto de castidad. En el alma de Juan bullía el germen de la divina vocación. Su corazón, henchido de Dios, no podía prosperar en el mundo. Pensó en los Carmelitas Descalzos; más, antes de tomar una decisión definitiva, acudió a la Madre del Buen Consejo en demanda de luz. «Si no quieres engañarte —le dijo la Virgen— elige la Orden de la Santísima Trinidad».

En 1580, a los diecinueve años, el celebrado estudiante viste el hábito trinitario en Toledo, en el convento fundado por el propio San Juan de Mata. Y se entrega a Dios con tanta espontaneidad y calor, con devoción tan ardiente y amorosa, con tal austeridad, que pronto ve agotadas sus energías físicas. i Siempre el cuerpo fue mezquino recipiente de los grandes espíritus.

Juan Bautista es enviado a Sevilla para reponerse. Lo que no consiga el clima lo logrará él a fuerza de voluntad.

Es el año 1590. Una terrible epidemia asola la comarca andaluza. Al joven trinitario le falta tiempo para volar a la cabecera de los pobres y abandonados. Y le sobran arrestos para abnegarse hasta el heroísmo...

Había, sin embargo, otra peste más grave en España: Andalucía estaba infestada de moros que vivían en las tinieblas del error. A nuestro héroe le tocó evangelizar la provincia de Jaén. Su palabra elocuente y ungida, unida a la gracia divina, sin la cual ningún fruto es posible, obró prodigios de conversiones. «Cuando subía a la sagrada cátedra, su voz resonaba potente, su rostro parecía iluminarse, palabras de fuego brotaban de sus labios, y todo él, más que hombre, semejaba un ángel bajado a la tierra para comunicar a los pecadores el amor de su alma inflamada». Reseñar todos sus méritos, vicisitudes y caminos recorridos, sería empresa demasiado larga.

Juan Bautista va acercándose a su cenit. Sin embargo, hasta ahora sólo ha cumplido media profecía: es ya santo, maestro y director de almas; pero la Madre Teresa dijo que sería también reformador. Esta es la obra gigante a la que lo lanza Dios en la jornada más densa de su vida.

La Orden Trinitaria necesita remozarse. Cuatro siglos de existencia han relajado en ella el prístino fervor que le inculcaran sus santos Fundadores. Hay muchos religiosos observantes que suspiran por la reforma. Juan Bautista se hace eco de estos puros anhelos de renovación y acomete la ardua empresa con brío varonil. Su conducta le autoriza' a ello. La obra comienza con buenos auspicios) pues el Marqués de Santa Cruz le cede una propiedad en Valdepeñas, donde surge el primer convento reformado. No faltan, con todo, las dificultades. Para obviarlas, Juan sale camino de Roma en 1597, con la esperanza de obtener la aprobación pontificia. Pero llega a la Ciudad Eterna precedido de una ola de animadversión. El Papa se deja influir por aquel ambiente de hostilidad, y el embajador español recibe del Gobierno orden de detenerle como a un ladrón. El golpe es tan terrible que el Santo pierde sus entusiasmos y, abatido y desilusionado, se refugia en Gaeta. Allí el Obispo le acoge en su palacio y le anima a proseguir la reforma. Y lo mismo hacen, por carta, Francisco de Sales, Camilo de Lelis y Magdalena de Pazzis. Sólo se decide cuando la Virgen —¡siempre Ella!— deja oír su voz alentadora: «No temas, yo te ayudaré».

Juan Bautista vuelve a Roma, y el 20 de agosto de 1599 logra de Clemente VIII la ansiada aprobación. Nuevamente palpitará en los conventos trinitarios la brisa perfumada de la primitiva observancia, cristalización viva del espíritu dé Juan de Mata y Félix de Valois. Entre obstáculos y contradicciones, los nuevos noviciados se multiplican milagrosamente como vergeles de perfección: La Solana, Córdoba, Valladolid y Toledo —donde prueba la hiel de la contradicción— hasta dieciocho conventos, son los primeros y sólidos bastiones de la Reforma acometida por este Santo, cuyo nombre fulgura al lado de los de Domingo, Ignacio, Raimundo y Teresa.

La profecía de la gran Reformadora se había cumplido íntegramente, y también la misión de Juan Bautista en este mundo. Dios le llamó a su gloria el día 14 de febrero de 1613. Era ya el Beato Juan Bautista de la Concepción…