domingo, 2 de febrero de 2025

3 DE FEBRERO. SAN BLAS, OBISPO Y MÁRTIR (+316)

 


03 DE FEBRERO

SAN BLAS

OBISPO Y MÁRTIR (+316)

LA figura luminosa de San Blas —el obrador de milagros— es una de las más simpáticas y populares del Santoral. Ya en la Edad Media aparece su nombre en la lista de los llamados Auxiliadores. Es un santo con fisonomía propia, cuyo ideal puede sintetizarse en un lema muy en boga hoy día: A Dios por la ciencia. Su conducta es un solemne mentís a la teoría positivista de que el estudio aleja de Dios. De ciencia en ciencia —escribe un autor— se remonta a la reina de todas: la santidad. La Filosofía excita en él el estudio de la Naturaleza; las Ciencias Naturales le aficionan a la Medicina, y el contacto con las lacras humanas le lleva al conocimiento de Dios. Desde este momento, su vida de médico —su plan de vida— se cifra en dos palabras de fuego: caridad y abnegación. El estudio asiduo de la Biblia y la meditación de las máximas evangélicas iluminan su espíritu, y su corazón, despreciando la ciencia de los hombres, se enciende en deseos de penetrar más y más en la de Dios. Ha nacido el santo. Entonces formula el propósito de abandonar el mundo, para llenar el vacío de su alma en la meditación solitaria. Pero Dios desbarata sus planes.

La ocasión se llamó Diocleciano.

El violento huracán de la persecución por él desatada —que hizo de Sebaste de Armenia la Ciudad de los mártires—, acaba de arrebatar al Obispo de su Sede para conducirlo a la muerte, pues es táctica del tirano «herir al Pastor para que se disperse el rebaño». Blas es proclamado obispo por sufragio unánime. Los reparos de su humildad nada pueden hacer contra la manifiesta voluntad del Cielo, que quiere sumar su nombre al catálogo de las víctimas sangrientas. i Qué sentimientos hace brotar en su alma grande la perspectiva del martirio! El momento de su elevación no puede ser más solemne. Los rescriptos persecutorios siguen vigentes. ¿Cómo regir a una grey acorralada? Sólo Blas, elegido de Dios, puede hacerlo con éxito. Si se dejase llevar de su entusiasmo, de su ardor, correría ante los jueces para echarles en cara su injusticia; más una voz interior le dice que la caridad que debe a sus hermanos ha de privar sobre sus gustos personales. Deseando ser útil a todos, ser padre y pastor, establece su Sede en una gruta del monte Argeo. Desde allí irradiará sobre el rebaño la luz de su amable doctrina y de su vida inmaculada, trocándose en médico de las almas el que lo fuera de los cuerpos, en guía y consuelo de su pueblo. Si los hombres le arrojan de la sociedad, en el desierto le obedecen las fieras, le hacen la corte los monstruos y la Providencia le sustenta milagrosamente. De vez en vez deja la soledad amada y baja a la Ciudad a consolar y sostener el ánimo de los cristianos que gimen aherrojados en espera del martirio. Y su corazón paternal se exalta con la vista de las cadenas que oprimen a sus hijos; pero no de compasión, sino de santa envidia. Luego se recluye de nuevo: a rezar por la Santa Iglesia, a pasar las noches en claro sobre el ara penitencial, a lamentar con Jeremías las desventuras de los Hijos de Dios.... Así hasta que llega el momento de dar la vida.

Las Actas del martirio de San Blas no son anteriores al siglo IX. No obstante, presentan caracteres de historicidad y están avaloradas por una tradición milenaria. No digamos nada de la leyenda.

El año 316 llega de improviso a Sebaste el gobernador de Capadocia, Agrícola. Lo envía el emperador Licinio para que avive el rescoldo de la persecución contra los cristianos. El obispo Blas es una de las primeras víctimas. Las palabras con que recibe a los ministros del Gobernador en su gruta del monte Argeo dan fe de su regocijante entereza: «¡Bienvenidos seáis, amigos! Os esperaba. Partamos en nombre del Señor». Y a sus fieles les dice: «Vamos a verter nuestra sangre por Jesucristo. Al fin se ven colmados mis deseos más ardientes. Esta noche me ha dicho el Señor que se digna aceptar mi holocausto».

—Ya conoces el dilema —le dice Agrícola— sacrificar o morir.

—No hay más que un solo Dios inmortal, que es Jesucristo —responde el Santo, enérgico al afirmar su fe— Renuncio a la amistad de tus dioses, pues no quiero arder con ellos en los infiernos.

La respuesta a esta valiente confesión fue la cárcel, los palos, las vergas, los peines de hierro, el potro y todo un sistema de torturas cuya sola pintura espanta. Dios —se lee en las Actas— le honró con multitud de prodigios; más el Prefecto, ciego de ira, negó la luz que le deslumbraba y mandó degollarle. El lictor, al sofocarle la vida terrena, le abrió las puertas de la eterna glorificación. Y, como dijo el poeta Estacio después de la muerte de Lucano:

dolorque festus

Quidquid fleverat ante, nunc adoret.

El dolor se ha trocado en fiesta y Io que antes fuera llanto ya es adoración.

Adoración profunda y universal, porque no hay lugar en el mundo donde el Obrador de milagros no tenga un templo, una ermita o un altar. Se le invoca principalmente contra los males de garganta, a causa de un famoso prodigio por el que libró de la muerte a un niño que ingiriera una espina. Varios gremios de operarios se honran con el patronazgo de San Blas, cuya imagen venerada ha sido «embellecida por la lejanía y transfigurada por la leyenda popular».