sábado, 15 de febrero de 2025

16 DE FEBRERO SAN ONÉSIMO OBISPO DE ÉFESO (SIGLOS I Y II)

 


16 DE FEBRERO

SAN ONÉSIMO

OBISPO DE ÉFESO (SIGLOS I Y II)

EN lo tocante a las costumbres —escribía León XIII en su encíclica Libertas, 1888— la ley evangélica no sólo supera con grande exceso a toda la sabiduría de los paganos, sino que abiertamente llama al hombre y le forma para una santidad inaudita en lo antiguo; y, acercándole más a Dios, le pone en posesión de una libertad más perfecta... Basta recordar, como trabajo y beneficio principal suyo, la abolición de la esclavitud, vergüenza antigua de todos los pueblos del gentilismo».

La vida de San Onésimo es como el símbolo de esta abolición llevada a cabo por la Iglesia en nombre de Cristo. Por eso viene de molde la cita pontificia al iniciar su biografía...

Por el año 61 envía San Pablo una Carta al carísimo Filemón, venerada hoy como documento transcendental. Le dice en ella: «Te ruego acojas benigno a mi hijo Onésimo, a quien he engendrado entre cadenas».

¿Quién es este personaje por el que aboga el Apóstol desde su prisión de Roma? Un esclavo, un paria —el hombre, la «cosa» más despreciable en concepto romano— que ha venido a comer con él el pan de los proscritos. Un carcelero soez acaba de introducirlo de un empellón en el ergástulo donde Pablo está aherrojado «por causa del Evangelio». El de Tarso se le ha quedado mirando fijamente y ha descubierto en sus ojos un alma grande, digna de mejor causa. i Acaso Dios se lo trae para que lo convierta en vaso de elección! ¿Qué importa que sea judío, griego o escita, esclavo o libre? ¿No ha muerto el Señor en la cruz para hermanar a todos los hombres en una misma fe, en una misma esperanza y en un mismo amor, para devolverles la originaria dignidad de su naturaleza?

Onésimo se le franquea pronto. «Soy esclavo de un tal Filemón, de la ciudad de Colosos. Le he robado y, huyendo de su justa venganza, he venido a dar en esta cárcel. ¿Qué puede interesarte un esclavo?». San Pablo sabe medir con entrañas paternales el triste drama de aquella alma. Y su voz apostólica y caritativa se torna paca ella en caricia, lenitivo y esperanza. «Poco me costaría romper tus cadenas, dada mi amistad con tu amo —Filemón era una conquista suya o de alguno de sus discípulos— más prefiero darle ocasión de hacer una buena obra». Y redacta la referida Epístola, inapreciable y bellísima. Con acento conmovedor solicita el perdón y la libertad para aquel miserable al que espera la muerte o, por lo menor, la F infamante marcada en la frente con fuego. Llega al colmo de la osadía y de la amabilidad al hacer al propio Onésimo portador de la misiva. El espíritu del Evangelio campea en ella de la cruz a la fecha:

«Te ruego, pues, carísimo, por mi hijo Onésimo a quien he engendrado entre cadenas. Si en algún tiempo fue para ti inútil —gracioso juego de palabras, pues Onysimos significa útil— al presente es provechoso para ambos. Recíbele como a mis entrañas. Había pensado retenerle conmigo, pero no he querido hacerlo sin tu consentimiento, para que tu beneficio no fuese forzado, sino voluntario, Quizá él te ha dejado por algún tiempo a fin de que le recobrases para siempre, no ya como siervo, más como quien de siervo ha venido a ser hermano muy amado en Jesucristo... Ahora bien, si me tienes por amigo, acógele como a mí mismo. Y si te ha causado algún detrimento o te debe algo, anótalo a mi cuenta... Confiando en tu obediencia te escribo, seguro de que harás aún más de lo que te aconsejo».

Aquí está en síntesis el proceder de la Iglesia con relación a la esclavitud. San Pablo declara que puede quebrantar las cadenas y apela, no obstante, a la «obediencia de Filemón», para que el perdón que solicita sea obra exclusiva de la caridad evangélica.

Filemón hizo honor a su «reconocida liberalidad para con los santos», y Onésimo, libre de la esclavitud «con la libertad de los hijos de Dios», pudo volver al lado de San Pablo, para servirle voluntariamente en su cautividad. Fue uno de sus más queridos discípulos, comisionado suyo ante la Iglesia de Colosos y entusiasta colaborador en la propaganda apostólica. Se cree que llegó a ocupar la sede episcopal de Éfeso —en sustitución de Timoteo— y tuvo la dicha de poder saludar a San Ignacio mártir en Esmirna, el cual dice en una de sus Cartas que «Onésimo era de una caridad inmensa».

El ladrón vulgar se había trocado en ladrón de almas por obra de la gracia y dilección divinas. Y las robó incansablemente sin temor a gravar su conciencia. El esclavo, consciente de su dignidad de cristiano, fue el hombre más libre del mundo. Tanto que, por defender la verdadera libertad, sufrió primero el destierro en la ciudad italiana de Puzzuoli y obtuvo, después, en Roma, la palma eterna de un triunfo sangriento...

Un hecho clave en la historia del Cristianismo: en los albores apostólicos, un esclavo, la hez de la sociedad romana, ciñe su frente redimida por la sangre de Cristo con la triple diadema de la dignidad episcopal, de la santidad y del martirio. Y es que la igualdad ante la ley, la verdadera fraternidad humana —habla León XIII — las afirmó Jesucristo el primero, de cuya voz ft eco la de los Apóstoles, que predicaban no haber ya ni judío, ni griego, ni escita, sino todos hermanos en el Señor... Su doctrina santa ha convertido la ferocidad en mansedumbre. y en luz de verdad las tinieblas de la barbarie.