sábado, 24 de julio de 2021

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE JESÚS. DÍA 25

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE JESÚS

Día 25

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

ORACIÓN PARA COMENZAR CADA DÍA

Jesús mío, acepta todas aquellas buenas obras

que durante este mes me inspires;

en reparación por tantos desprecios,

ingratitudes y blasfemias cometidas por los hombres,

y para que la acción del maligno enemigo

no destruya el deseo y conocimiento de tu Amor

por parte de tus hijos.

Que la Devoción a la Divina Sangre

acerque las almas a tu Sagrado Corazón. Amén.

 

DÍA 25

DEMOS NUESTRA SANGRE A CRISTO

“No os extrañéis del fuego que ha prendido en medio de vosotros para probaros, como si os sucediera algo extraño, sino alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria” (1 Pedro 4, 12-13). San Pablo nos enseña que nuestros sufrimientos son la culminación de lo que falta a la pasión de Cristo. Es precisamente en el dolor donde se reconoce al verdadero cristiano. El hombre tibio o incrédulo se desespera, maldice y jura ante el dolor; sin embargo, el cristiano se alegra de poder sufrir por aquel que tanto padeció por nosotros y se goza al poder ofrecérselo a Dios en beneficio del cuerpo místico al que pertenece todo cristiano. Por lo tanto, los discípulos del Señor, cuando fueron perseguidos se gozaron, porque habían sido dignos de insultos por el nombre de Cristo. ¡Entreguemos, como ellos, también nuestra sangre a Cristo! ¿Deberíamos ir en busca de verdugos? No, no es necesario. Pero cuando Dios quiera visitarnos con sufrimientos le ofreceremos nuestra sangre. La Iglesia siempre ha reconocido a los que sufren porque sabe que tienen una gran riqueza que ofrecer a Cristo para beneficio de todos. Millones de almas están sufriendo con Cristo, un ejército de mártires voluntarios, en quienes la Iglesia cuenta como el pilar más firme de su fuerza. Los hospitales, los orfanatos, todas las casas y camas donde se sufre por amor a Dios y a la Iglesia, constituyen el mayor tesoro de la Iglesia; allí descansa la mirada de Dios y cede su indignación por los crímenes de la humanidad.

 

EJEMPLO

En las primeras décadas del siglo XX México fue oprimida por un régimen de terror y despotismo. La Iglesia fue ferozmente perseguida. Cientos fueron los episodios de heroísmo de los católicos, independientemente de la edad, el sexo o la condición social: niños, mujeres, hombres, sacerdotes… llenaron las cárceles y dieron con valentía su sangre por la fe cristiana. En el pueblo de Falisco, Fiorentino Álvarez, un joven de 18 años, fue detenido y obligado a gritar públicamente: - ¡Abajo Jesucristo! Lejos de eso, Fiorentino, respondió con firmeza: - ¡Soy católico, no puedo y no quiero! - Lo que eres es un revolucionario, enemigo del Estado y te fusilarán. - No-respondió el joven- sólo soy católico y amo a mi país. Tras esta confesión, fue atado detrás de un camión y arrastrado por las calles hasta llegar frente a su casa. La madre, torturada al ver a su hijo ensangrentado, lo apretó contra su pecho y le dijo: - Hijo mío, sabes cuánto te amo y cuánto sufro al verte en este estado, pero te digo que seas fuerte y no niegues a Cristo porque la fe es más preciosa que la vida. Los soldados, enfurecidos, comenzaron a golpear a la madre y al hijo, que con cada golpe gritaban más fuerte: - ¡Viva Cristo Rey! El joven murió en los brazos de su madre. Por esta entrega generosa su nombre fue inscrito con letras de oro en el Martirologio de la Iglesia Mexicana, y en el cielo, Dios lo recibió en la hueste resplandeciente de sus mártires. ¡Qué ejemplo para tantos jóvenes de hoy que no sólo se avergüenzan de ser cristianos, sino que incluso luchan contra la Iglesia, esposa de la sangre de Cristo!

 

INTENCIÓN: En tus sufrimientos agradece y bendice al Señor, que te hace digno de sufrir algo por Él.

 

JACULATORIA: ¡Oh, Jesús acepta todos mis dolores! Te los ofrezco en unión con tu preciosa sangre.

 

 

ORACIÓN PARA TERMINAR CADA DÍA

Oración de San Gáspar de Búfalo

Oh, preciosa sangre de mi Señor,
que yo te ame y te alabe para siempre.
¡Oh, amor de mi Señor convertido en una llaga!
Cuán lejos estamos de la conformidad con tu vida.
Oh Sangre de Jesucristo, bálsamo de nuestras almas,
fuente de misericordia, deja que mi lengua,
impregnada por tu sangre

en la celebración diaria de la misa,
te bendiga ahora y siempre.
Oh, Señor, ¿quién no te amará?
¿Quién no arderá de agradecido afecto por ti?
Tus heridas, tu sangre, tus espinas, la cruz,
la sangre divina en particular,

derramada hasta la última gota,
¡con qué elocuente voz grita a mi pobre corazón!
Ya que agonizaste y moriste por mí para salvarme,
yo daré también mi vida, si será necesario,
para poder llegar a la bendita posesión del cielo.
Oh Jesús, que te has hecho redención para nosotros,
de tu costado abierto, arca de la salvación,

horno de la caridad,
salió sangre y agua, signo de los sacramentos

y de la ternura de tu amor,
¡Seas adorado y bendecido por siempre, oh Cristo,
que nos has amado y lavado en tu preciosísima sangre!
Amén.

 

V/. Alabada sea la Preciosísima Sangre de Jesús.

R/. Sea por siempre bendita y alabada.