viernes, 2 de julio de 2021

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE JESÚS. DÍA 3

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE JESÚS

Día 3

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

ORACIÓN PARA COMENZAR CADA DÍA

Jesús mío, acepta todas aquellas buenas obras

que durante este mes me inspires;

en reparación por tantos desprecios,

ingratitudes y blasfemias cometidas por los hombres,

y para que la acción del maligno enemigo

no destruya el deseo y conocimiento de tu Amor

por parte de tus hijos.

Que la Devoción a la Divina Sangre

acerque las almas a tu Sagrado Corazón. Amén.

 

DÍA 3

PRÁCTICA DE DEVOCIÓN A LA PRECIOSA SANGRE.

La devoción a la preciosa sangre no debe ser estéril, sino fructífera y abundante de vida para nuestras almas. Las gracias espirituales serán mayores si seguimos el método enseñado por los santos. San Gaspar del Búfalo, serafín de la preciosa sangre, nos aconseja fijar la mirada en el cuerpo ensangrentado de Cristo para profundizar en el siguiente pensamiento: “¿Quién dio la Sangre por mí? El hijo de Dios”.

Cuan agradecidos estamos a aquellos que nos hacen bien, por lo tanto ¿cuánto más hemos de estarlo a aquel que siendo Hijo de Dios se dio por entero a mí?, sin embargo, ¡cuánta ingratitud recibe de nuestra parte! San Pedro nos exhorta diciendo: “… habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo” (1 Pedro 18-19). ¿Y qué méritos tenía yo? Ninguno. Sabemos que una madre daría la sangre por sus hijos y el que ama la derramaría por el amado. Pero yo, a causa de mi pecado, era enemigo de Dios, más Él no se fijó en mi delito, sino en todo el amor que me tenía. ¿Cómo se entregó? Del todo, hasta la última gota de su sangre y en medio de insultos, blasfemias y tormentos. Jesús quiere, a cambio de tanto dolor movido por su infinito amor, nuestro corazón; quiere que huyamos del pecado, que le amemos con todo nuestro ser. Amemos a este Dios clavado en la cruz, amémoslo intensamente para que sus sufrimientos no hayan sido en balde y su sangre derramada nos purifique de todas nuestras inmundicias.

 

EJEMPLO

El mayor apóstol de la devoción a la preciosa sangre fue sin duda San Gaspar del Búfalo de Roma, nacido el 6 de enero de 1786 y fallecido el 28 de diciembre de 1837.

La hermana Inés del Verbo Encarnado, que murió envuelta en un halo de santidad, vaticinó que San Gaspar sería “La trompeta de la sangre divina”, debido al gran ardor con que difundió esta devoción y el amor con el que cantaba las glorias. Se vio sometido a grandes sufrimientos y calumnias, pero finalmente tuvo la alegría de fundar la Congregación de los Misioneros de la Preciosa Sangre, extendida ahora por muchos lugares del mundo. En una ocasión se encontraba celebrando la santa misa y, tras la consagración, le fue mostrado el cielo desde donde descendía una cadena de oro que, pasando por el cáliz, ataba su alma para llevarla a la gloria. Todo le fue presentado para consuelo en sus muchas tribulaciones. A partir de ese día tuvo que sufrir aún más, pero su afán por llevar a las almas todos los beneficios de la sangre de Jesús se hizo cada vez más intenso. Fue beatificado por San Pío X el 18 de diciembre de 1904 y canonizado por Pío XII en 12 de junio de 1954. Su cuerpo que descansa en la iglesia de Santa María en Trivio, Roma, se encuentra dentro de en una rica urna. Desde el cielo continúa alcanzando gracias y favores especialmente a los devotos de la preciosa sangre.

 

INTENCIÓN: Pensaré con frecuencia, especialmente en los momentos en los que me vea tentado, en los sufrimientos que Jesús padeció por amor a mí.

 

JACULATORIA: Te adoro, ¡oh, sangre preciosa de Jesús derramada por amor a mí!

 

ORACIÓN PARA TERMINAR CADA DÍA

Oración de San Gáspar de Búfalo

Oh, preciosa sangre de mi Señor,
que yo te ame y te alabe para siempre.
¡Oh, amor de mi Señor convertido en una llaga!
Cuán lejos estamos de la conformidad con tu vida.
Oh Sangre de Jesucristo, bálsamo de nuestras almas,
fuente de misericordia, deja que mi lengua,
impregnada por tu sangre

en la celebración diaria de la misa,
te bendiga ahora y siempre.
Oh, Señor, ¿quién no te amará?
¿Quién no arderá de agradecido afecto por ti?
Tus heridas, tu sangre, tus espinas, la cruz,
la sangre divina en particular,

derramada hasta la última gota,
¡con qué elocuente voz grita a mi pobre corazón!
Ya que agonizaste y moriste por mí para salvarme,
yo daré también mi vida, si será necesario,
para poder llegar a la bendita posesión del cielo.
Oh Jesús, que te has hecho redención para nosotros,
de tu costado abierto, arca de la salvación,

horno de la caridad,
salió sangre y agua, signo de los sacramentos

y de la ternura de tu amor,
¡Seas adorado y bendecido por siempre, oh Cristo,
que nos has amado y lavado en tu preciosísima sangre!
Amén.

 

V/. Alabada sea la Preciosísima Sangre de Jesús.

R/. Sea por siempre bendita y alabada.