lunes, 12 de julio de 2021

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE JESÚS. DÍA 13

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE JESÚS

Día 13

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

ORACIÓN PARA COMENZAR CADA DÍA

Jesús mío, acepta todas aquellas buenas obras

que durante este mes me inspires;

en reparación por tantos desprecios,

ingratitudes y blasfemias cometidas por los hombres,

y para que la acción del maligno enemigo

no destruya el deseo y conocimiento de tu Amor

por parte de tus hijos.

Que la Devoción a la Divina Sangre

acerque las almas a tu Sagrado Corazón. Amén.

DÍA 13

LA SANGRE DEL PERDÓN

La sangre de Jesús nos ha redimido y elevado a un estado sobrenatural, pero no nos ha hecho impecables. Cada uno de nosotros está sujeto a fuertes tentaciones que, lamentablemente, a veces van seguidas de caídas catastróficas. Por lo tanto, ¿debe el hombre ser condenado eternamente por ceder a la tentación? No. “Dios, rico en misericordia, conocía nuestra fragilidad y pensó en preparar un remedio vital” (Santo Tomás). En virtud de la sangre divina, en el sacramento de la penitencia, nuestros pecados son perdonados. La confesión no es una obra humana, sino un sacramento instituido por Jesucristo: “A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16, 19). “Para lavar nuestros pecados, solo existe el lavado de la sangre de Cristo” (Santa Catalina). ¡Oh inmensa bondad de Jesús, que encontró el camino para renovar perpetuamente la redención de nuestras almas, el camino para derramar continuamente su sangre en el sacramento del perdón! ¡Cuánta maldad debe limpiar la preciosa sangre de Cristo! Sin embargo, Jesús llama continuamente al pecador a este sacramento y le dice que no se asuste por la gran cantidad de sus pecados, porque siempre está dispuesto a perdonar: ¡Ven, ven que estás manchado por la mácula de tus pecados! ¡Quien se bañe en esta sangre de salud será purificado! Así pues, corramos a los pies del sacerdote. “Él no hace más que arrojar la sangre de Cristo sobre nuestras cabezas” (Santa Catalina). No nos dejemos vencer por la vergüenza, los respetos humanos o cualquier otro miedo. Es Jesús quien te espera en el confesionario.

 

EJEMPLO

El Padre Mateo Crawley narra que en España un gran pecador fue a confesarse y aunque sus pecados eran enormes, el sacerdote le dio la absolución. Pero, poco después, cayó en los mismos pecados y el confesor, creyendo que no tenía voluntad de enmendarse, le dijo: - No puedo absolverte, eres un alma maldita. Ve, no hay redención para ti. El hombre, al escuchar tremenda sentencia, se echó a llorar ante aquel pastor de almas. Mientras esto sucedía, una voz les llegó desde el crucifijo: - ¡Oh sacerdote, no diste la sangre por esta alma! Tanto el confesor como el penitente quedaron absortos al ver que de la imagen del crucifijo comenzó a brotar sangre de un lado. También nosotros hemos podido experimentar estas sentencias irrevocables por parte de algún sacerdote demasiado estricto. Hemos de saber que el tiempo de la misericordia se prolonga durante nuestros días en la tierra, debemos apelar siempre a ella, pero con corazón sincero y con la firme resolución de no volver a pecar más, pues no debemos abusar de ella infravalorando el precio de nuestra redención y el dolor que le acarrearon a Cristo todos y cada uno de nuestros pecados.

 

INTENCIÓN: Si estás en pecado mortal corre a los pies del sacerdote y pídele la confesión. Si no fuera posible, haz un acto de contrición con la firme resolución de no volver a pecar más.

 

JACULATORIA: Padre eterno y divino, escucha la voz de la sangre de Jesús y ten piedad de mí.

 

 

ORACIÓN PARA TERMINAR CADA DÍA

Oración de San Gáspar de Búfalo

Oh, preciosa sangre de mi Señor,
que yo te ame y te alabe para siempre.
¡Oh, amor de mi Señor convertido en una llaga!
Cuán lejos estamos de la conformidad con tu vida.
Oh Sangre de Jesucristo, bálsamo de nuestras almas,
fuente de misericordia, deja que mi lengua,
impregnada por tu sangre

en la celebración diaria de la misa,
te bendiga ahora y siempre.
Oh, Señor, ¿quién no te amará?
¿Quién no arderá de agradecido afecto por ti?
Tus heridas, tu sangre, tus espinas, la cruz,
la sangre divina en particular,

derramada hasta la última gota,
¡con qué elocuente voz grita a mi pobre corazón!
Ya que agonizaste y moriste por mí para salvarme,
yo daré también mi vida, si será necesario,
para poder llegar a la bendita posesión del cielo.
Oh Jesús, que te has hecho redención para nosotros,
de tu costado abierto, arca de la salvación,

horno de la caridad,
salió sangre y agua, signo de los sacramentos

y de la ternura de tu amor,
¡Seas adorado y bendecido por siempre, oh Cristo,
que nos has amado y lavado en tu preciosísima sangre!
Amén.

 

V/. Alabada sea la Preciosísima Sangre de Jesús.

R/. Sea por siempre bendita y alabada.