domingo, 1 de diciembre de 2024

DÍA 2. LA CREACIÓN. MES A MARÍA INMACULADA

2.

LA CREACIÓN

 

EL MES DE LA  INMACULADA CONCEPCIÓN

 DE MARÍA SANTÍSIMA

EXCELSA PATRONA DE ESPAÑA E INDIAS

Padre Luis Ángel Torcelli

 

ORACIONES INICIALES

 

Abrid, Señor, mis labios y desatad mi lengua

para anunciar las grandezas de la Virgen Inmaculada,

y cantaré las alabanzas de vuestra misericordia.

 

Venid en mi auxilio, oh Reina inmaculada

y defendedme de los enemigos de mi alma.

 

Gloria al Padre, gloria al Hijo y al Espíritu Santo,

que preservó inmaculada a María

por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

HIMNO

Oh Madre dulce y tierna

Oye la triste voz,

La triste voz del mundo,

Que te demanda amor.

 

Salve, salve, Inmaculada,

Clara estrella matutina,

Que los cielos ilumina

Y este valle de dolor;

Tú, con fuerza misteriosa

Por salvar la humana gente,

Quebrantaste la serpiente

Que el infierno suscitó.

 

Salve, salve, Madre mía,

Tú bendita por Dios eres

Entre todas las mujeres

Y sin culpa original.

Salve, oh Virgen! esperanza

Y remedio apetecido

Del enfermo y desvalido,

Y del huérfano sin pan.

 

Tú del nuevo eterno pacto

Eres arca y eres sello;

Luz espléndida, iris bello

De la humana redención.

Tú llevaste en tus entrañas

El que dio á la pobre tierra

Paz y amor, en vez de guerra,

Ya sus crímenes perdón.

 

Eres bella entre las bellas,

Eres santa entre las santas,

Alabándote a tus plantas

Coros de ángeles están.

Resplandece tu pureza

Más que el campo de la nieve,

Y de ti la gracia llueve

Sobre el mísero mortal.

 

Virgen cándida, cual lirio,

Eres fuente cristalina

Donde el triste que camina

Va a calmar la ardiente sed.

Gentil palma del desierto,

Que da sombra protectora

Al que su piedad implora

Consagrándole su fe.

 

¡Gloria al Padre, Gloria al Hijo,

¡En la tierra y en el cielo!

¡Gloria al que es nuestro consuelo,

Al Espíritu de Amor.

Y la Virgen sin mancilla

Siempre viva en la memoria,

Y en su honor repita Gloria

Nuestro amante corazón. Amén.

 

Se lee la meditación de cada día.

LA CREACIÓN

En el principio crió Dios el cielo y la tierra. ¡Cuán sublime es el considerará Dios mandando salir a la naturaleza de la nada! Lo quiso, y con sólo anunciar su voluntad, aparecieron los cielos, se pusieron en movimiento los astros, y giraron en derredor de sus centros los planetas. Lo quiso, y se colocó sobre sus fundamentos la tierra, se adornó con las plantas, se embelleció con las flores, y se fertilizó con los frutos. Lo quiso, y he ahí que apareció el hombre, que, guiado por el mismo Dios, con la frente elevada, tomó posesión del Edén, como rey de la creación. Mansión regia, que Dios fabricó para aquel ser predilecto: morada embellecida y alegre con las primeras armonías del canto de los ángeles, el murmullo de las aguas y el susurro de los céfiros en el jardín del paraíso: mansión iluminada durante el día por un sol que parecía no resplandecer sino para Ella, y hermoseada por la noche por un firmamento que desplegaba sobre ella la inconcebible multitud de las estrellas, a manera de una corona. Pero Dios había establecido desde la eternidad el formar otra mansión regia, tanto más hermosa que la primera, cuanto lo celeste sobrepuja a lo terreno. Aquella estaba destinada a un hombre, a un puro hombre, sujeto al pecado, pero esta debía servir de pabellón á un Hombre-Dios, reparador del pecado; aquella era la muestra de la Majestad divina, que se ostentaba con una pequeña señal de su omnipotencia, esta debía ser la expresión de la amabilidad de un Dios que quería mostrar toda la plenitud de su amor. Lo quiso, y he ahí formada esa divina mansión, no con las maravillas de la naturaleza, sino con los portentos de la gracia; la naturaleza puede sembrar de rosas y jazmines un trono terrenal: puede refrescarle con las auras más puras de la primavera: puede alegrarle con las más suaves armonías, e iluminarle con las más hermosas luces del firmamento; pero sólo la gracia puede preservará un corazón de toda mancha, y sólo un corazón que amase con un amor inmaculado, era la morada digna de recibir al Amor Eterno. Lo quiso, y he ahí establecerse sobre la tierra, hermoseada con la belleza divina, esa mansión regia bienaventurada, la deseada por los Patriarcas, la predicha por los Profetas, el consuelo de las naciones, la inmaculada María. Las virtudes que la adornan son más hermosas que las rosas y las azucenas, más suave que el céfiro: el hálito de su inocencia penetra en el corazón y le llena de una inefable dulzura: más deliciosos que las externas armonías, sus afectos y suspiros entonan un cántico de desconocida melodía: más resplandeciente que cualquiera lumbrera del Empíreo, el sol de la eterna sabiduría alumbra todos sus receptáculos: más numerosos que las estrellas del firmamento, los rayos de la gloria sempiterna van a posarse sobre ella, como sobre un trono purísimo, conservada por la misma divina Triada desde el principio de los infinitos siglos de la eternidad. ¡Oh! ¡cuán hermosa es la inmaculada María!...

 

 

CÁNTICO

Cuán amables son, oh María, los tabernáculos

de vuestro corazón... mi alma arde en deseos

de vos.

Yo os celebraré entre los pueblos, oh Reina

de las vírgenes, y os cantaré salmos entre las

naciones.

Pues que vuestra hermosura es tan grande,

y tan superior a todas las delicias de la tierra.

Mostraos sobre los cielos, oh María, y nuestros ojos tendrán un placer inmenso y una dicha en ver tanta gloria.

Pareceréis más bella que las estrellas del firmamento; todo lo oscurecerá vuestro resplandor.

Vuestra luz será más plácida que la de la luna; más deliciosa y benéfica que la de la aurora

Vuestro corazón se verá tan marcado como

el sol, y sobre él se hallarán grabados los di

vinos caracteres: asiento o silla de la sabiduría.

Despierta, alma mía; dilata las fibras del corazón, y entona un himno de amor.

Invita al Oriente y al Ocaso, al Mediodía y al Septentrión á que unan sus voces a tu cántico.

De una en otra hora se prolongue la armo

nía, y ni aún el silencio de la noche interrumpa el salmo de la alabanza.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo que preservó a María inmaculada, por los

siglos de los siglos. Amén.

 

 

 

ORACIÓN

Muchas veces, oh María, me acerco a la mesa de vuestro divino Hijo, y mi corazón quiere servir de morada al eterno Amor; ¡pero cuán diversamente que el vuestro!... ¡El vuestro, inmaculado, se halla adornado de virtudes emanadas del cielo el mío, lleno de manchas y de los vicios de la tierra! Para celebrar la hermosura del vuestro, no son suficientes las palabras; más abundan las frases para poner de manifiesto y hacer odiosa la deformidad del

mío. No hay en la naturaleza imágenes adecuadas para describir el vuestro, así como no hay nada bastante despreciable para representar el mío. La oscuridad de una noche sin estrellas es nada comparada con las tinieblas de mi espíritu, y una tempestad que trastorna la naturaleza es insignificante en parangón de la perturbación y las agitaciones que con harta frecuencia las pasiones suelen suscitar en mi pecho. Sede Inmaculada de esa Sabiduría que reside en el vuestro para dispensar la gracia y la vida a la mísera humanidad, iluminad mi espíritu, in fundid la paz en mi corazón, para que, al recibir otra vez a vuestro divino Hijo, pueda mi alma llegará ser un templo no indigno de ese Espíritu Santo, único que puede conducirme a participar con vos en el cielo de la gloria de vuestra inmaculada Concepción.

 

Tres Ave Marías.

 

CONCLUSIÓN

PARA CADA UNO DE LOS DIAS.

 

Tota pulchra es, Maria,

et macula originalis non est in te.

Tu gloria Jerusalem, tu laetitia Israel, tu honorificentia populi nostri.

O María, virgo prudentissima, mater clementissima,

ora pro nobis, intercede pro nobis ad Dominum Jesu Christum.

 

 

V. In conceptione tua, O Virgo, immaculata fuisti.

R. Ora pro nobis Patrem, cuius Filium peperisti.

 

 

 

OREMUS.

DEUS, qui per immaculatam Virginis Conceptionem dignum Filio tuo habitaculum praeparasti, quaesumus, ut qui ex morte eiusdem Filii tui praevisa eam ab omni labe praeservasti, nos quoque mundos, eius intercessione, ad te pervenire concedas. Per eundem Christum Dominum nostrum. Amen.

 

 

Ave Maria Purissima,

Sine labe originali concepta.

Sois toda hermosa , María,

y no hay en vos mancha

original;

Sois la gloria de Jerusalén.

Sois la alegría de Israel.

Sois la honra de los pueblos.

Oh María,

Virgen prudentísima ,

Madre de toda clemencia,

Rogad por nosotros,

Interceded por nosotros

 ante Jesucristo, nuestro

Señor.

V. En vuestra concepción ,

Virgen Santísima , fuisteis inmaculada.

R. Rogad por nosotros al Padre, cuyo hijo disteis a luz.

 

OREMOS.

Dios, que por medio

de la inmaculada concepción

de la Virgen preparasteis

una habitación digna

para vuestro Hijo, preservándola de toda mancha, concedednos

por su intercesión

que conservemos fielmente

inmaculado nuestro corazón

y nuestro cuerpo. Por el

mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén

 

Ave María Purísima, sin pecado concebida.

 

2 DE DICIEMBRE. BEATO JUAN RUISBROQUIO, CANÓNIGO REGULAR (1293-1381)

 


02 DE DICIEMBRE

BEATO JUAN RUISBROQUIO

CANÓNIGO REGULAR (1293-1381)

HENOS hoy ante un retablo puro y sencillo, sublime y excelso. Juan Ruisbroquio, el Doctor Admirable, desde el valle oscuro de un vivir callado, anodino, hasta la cumbre iluminada a que lo arrebató el espíritu de Dios, señala, acaso, el punto más alto del misticismo en el siglo XIV. Un discípulo suyo —Dionisio el Cartujano— lo consideraba como «el mayor explorador de la luz divina, después del Areopagita». «La autoridad de Ruisbroquio —decía— es la de aquel a quien el divino Espíritu revela sus secretos». La lista de sus seguidores daría una idea bastante exacta de su fama e influencia. En él se inspiraron, entre otros, Juan de Sconhoven, Enrique Maude, Gerlack Péters, Enrique Harfio, el famoso dominico Juan Taulero y el incomparable autor de la Imitación de Cristo, Tomás de Kempis. Otra lista, la de sus maravillosos libros, escritos para dar salida a una llama que le abrasaba el pecho, dice mucho de la poesía, originalidad y sublimidad de este magisterio. Hela aquí, con sus títulos casi modernistas: Reino de las almas amantes, Ornamento de las bodas espirituales, La piedrecita, Las siete clausuras, Espejo de la belleza eterna, El Libro de los siete grados de salutación del amor místico, El Libro de las retractaciones, Las doce beguinas.

Tanta grandeza y excelsitud sólo puede equipararse con su humildad desprecio de sí mismo. Por tener, Juan no tiene ni apellido, pues Ruisbroquio es el nombre del pueblecito flamenco que le dio cuna en 1293. Todo en su vida es pequeño, manso, amable, contrastado con el plano sobrenatural en que aletea su espíritu. Alterna con los ángeles sin olvidarse de los hombres. Envuelto en divinos esplendores, no pierde nunca el contacto con las miserias humanas, a las que abre, compasivo, sus ojos y sus manos. Las mismas avecillas del cielo suscitan su compasión y se preocupa por ellas con espíritu verdaderamente franciscano. Los cronistas no registran otros milagros que los de sus éxtasis y visiones, los de sus obras, y el de su equilibrio inefable entre lo humano y lo divino.

Sencilla nomenclatura la de su biografía; tres etapas con denominador común. Infancia anónima en el ambiente de una familia cristiana y pobre. Juventud sacerdotal anónima y sacrificada. Vejez anónima del fraile que pasa sus horas en el silencio y la oración, más atento ya a las mociones interiores que a los ruidos de las criaturas. De no haberle traicionado sus libros, nadie conocería hoy el nombre Juan Ruisbroquio, que no subió a los altares hasta el año 1890.

En Bruselas, un tío suyo, Juan Hinckaert —canónigo de Santa Gúdula— lo inicia en los estudios sacerdotales. Canta misa a los veinticuatro años. Durante veintiséis desempeña un oscuro y eficaz ministerio como capellán. En este período hay que colocar la redacción de sus primeros libros y el comienzo de su lucha contra la secta de los «Hermanos del Libre Espíritu», dirigida a la sazón por una pobre alucinada —Blomardina— que predica y defiende una peligrosa libertad espiritual, cuyo principio fundamental es éste: «El perfecto está exento de toda ley moral». «Creo —escribe el Santo— que son pocos los quietistas, pero los considero como a los hombres más peligrosos e incurables». Él logrará confundirlos y relegarlos al olvido.

Las almas superiores buscan la paz. Ruisbroquio y los canónigos Cudenberga e Hinckaert —tres amigos y tres santos— se pusieron un día de acuerdo para retirarse del mundanal ruido. La mansión de sus ensueños la hallaron en un vallecito encantado que bautizaron con el poético nombre de Groenendael o Valle Verde. Ruisbroquio no lo abandonaría hasta su muerte. En 1343 nacía de esta santa semilla el priorato del mismo nombre, que en el 49 era ya una floreciente comunidad religiosa, regida por las constituciones de los Canónigos Regulares de San Agustín. Por espacio de muchos años, Juan procuró mantenerse en un segundo plano muy modesto, consagrado totalmente a la oración y a escribir páginas de fuego —«infantiles balbuceos», decía él— sobre cosas inefables, que fueron pronto la admiración de todos los doctores. Al fin de su vida lo nombraron Prior. Pero el extático siguió siendo el mismo, con sus místicas ascensiones y amorosos desfallecimientos, que lo derribaban con frecuencia al pie del altar. Una vez, estando en el bosque, fue visto envuelto en un globo de fuego. «Es más fácil para mí —solía decir— levantar el alma a mi Dios que la mano a mi cabeza». Esta intimidad con lo divino le inspiró páginas de elevado misticismo, incomprensibles para los no iniciados en 12 vida contemplativa. «Si carecéis de experiencia personal, os será difícil comprenderme». Ruisbroquio se hizo famoso en los Países Bajos, porque no pudo ocultar aquella sabiduría no aprendida que le brotaba del alma. Poco después de su muerte —ocurrida el 2 de diciembre de 1381—, uno de sus más grandes admiradores, Gerardo Groot, escribía a los monjes de Vauvert estas palabras que pudieron servirle de epitafio: «Encomendadme, os ruego, al Padre Ruisbroquio. No he encontrado en la tierra objeto digno de mayor amor y reverencia. Mi alma está unida a la suya. Él es quien me ha enseñado la vida. De él he aprendido la prudencia y el discernimiento de las cosas divinas. ¡Oh, si yo pudiese llegar a ser en el tiempo y en la eternidad el escabel de sus pies!».