JORNADA SEXTA
Por la señal de la Santa Cruz, etc.
Acto de contrición
¡Señor y Dios mío! Humildemente postrado a tus divinos pies, te pido perdón por mis repetidas infidelidades, y auxiliado de tu santa gracia, te ofrezco no recaer en ellas. Llena, Señor, mi corazón de un verdadero dolor de haberte ofendido y mis ojos de lágrimas que laven mis culpas y sean en tu presencia prendas seguras de mi perfecta contrición. Haz que nunca me aparte de ti en la vida para que me recibas como hijo tuyo en la hora de la muerte y consiga verte y alabarte en el cielo. Amén.
MEDITACIÓN
FORTALEZA
Tranquilos y animados salen María y José del pueblo donde tan ingratos han sido para ellos. La fortaleza de sus almas no se abate con los contratiempos de la vida, las injusticias de los hombres, ni el cansancio de las jornadas. José suspira algunas veces al ver la imposibilidad en que se halla, de proporcionar alivio ni descanso a su paciente compañera; pero una dulce palabra de María disipa las nubes de su alma, como una brisa llena de perfumes orea la frente del trabajador fatigado y se lleva en sus alas todas las inquietudes que le atormentan.
Fuertes con la fortaleza que da el Señor, caminan sin cesar, evitando los peligros que les rodean por todas partes, recibiendo con humilde gratitud el pan, las frutas y la leche, con que les brindan compasivos pastores, sirviéndoles de asilo los bosques de palmeras y sicomoros, las ruinas abandonadas, las cabañas más humildes: de día oran caminando, de noche se entregan a la oración y suspiran sus dichosas almas por el pronto cumplimiento de las divinas promesas.
A medida que se aproximan a Jerusalén, aumenta el número de viajeros como el agua de los arroyos que durante las lluvias del invierno bajan de las montañas, convertidos en bulliciosos torrentes: de todos los lados se divisan mujeres ricamente vestidas y velados sus rostros, montadas en hermosos camellos, cubiertos enteramente con mantas de finísima lana, bordadas a toda costa en Damasco y Alepo. Los hombres montan con orgullo sus magníficos corceles, y se entregan a mil distracciones para hacer más llevadero el cansancio de la marcha. El polvo forma espesas nubes que medio ocultan a María y a José, en quienes nadie repara por su pobre aspecto. ¡Cuál hubiera sido la admiración de todos, si penetraran el altísimo misterio, que precisamente se realizaba entones! Pocos días faltaban para que aquella tierna y hermosa Virgen, tan desconocida y olvidada por todos, meciera en sus brazos y arrullara con maternal amor, al Redentor del mundo prometido a los hombres desde el pecado de Adán.
¡Cuánto debe admirarnos y conmovernos la fortaleza de ánimo de María y José en la difícil empresa que habían acometido! ¡Ellos tan fuertes y nosotros tan débiles! ¿Dónde está el valor que necesitamos? ¿Seremos siempre tímidos como niños para seguir la senda del bien y cumplir la voluntad del Señor?
ORACIÓN
Señor, que ves nuestra miseria y debilidad, danos una santa fortaleza, para resistir las penas de la vida, las tentaciones del enemigo, las contrariedades que nos rodean y el desaliento que continuamente nos amenaza. Nada podemos solos, pero todo lo esperamos de tu divina gracia, por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo y los eficaces auxilios del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN
¡Virgen divina! Cuya fortaleza es tanta que, desde el primer instante de tu inmaculada concepción, humillaste para siempre la orgullosa cabeza del arcángel rebelde, ya que tus ruegos son tan poderosos para conseguir gracias del Eterno, sé Abogada de la humildad de quienes te hiciste madre al pie de la Cruz. Débil y ciega corre el abismo que amenaza sepultarla, hazla fuerte para la lucha que tienen que sostener y que imite el ejemplo que le das. Amén.
Tres Ave Marías
Aquí pedirá cada uno a la Santísima Virgen la gracia que desea conseguir.
Oración para todos los días
¡Oh, Dios mío! A ti acudo tan lleno de imperfecciones, tan rendido al grave peso de mis pecados, que apenas me atrevo a implorar tu piedad. Hijo soy, aunque ingrato, y tú, Padre de misericordia, tenla de mí y sea mi intercesora para conseguirla la purísima Virgen María, amparo y refugio de los míseros pecadores. Haz que la meditación de estas santas jornadas llene mi corazón de las virtudes que me enseñan y que, así como la reina de los ángeles y el Santo Patriarca José las anduvieron venciendo peligros, incomodidades y toda clase de sufrimientos: así yo venza en la jornada de mi vida todos los obstáculos que el enemigo de las almas ponga a la mía, y llegue a verte y alabarte en el cielo. Amén.
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