domingo, 15 de diciembre de 2024

PRIMERA JORNADA A BELÉN. LA OBEDIENCIA

JORNADA PRIMERA

Por la señal de la Santa Cruz, etc.

 

Acto de contrición

¡Señor y Dios mío! Humildemente postrado a tus divinos pies, te pido perdón por mis repetidas infidelidades, y auxiliado de tu santa gracia, te ofrezco no recaer en ellas. Llena, Señor, mi corazón de un verdadero dolor de haberte ofendido y mis ojos de lágrimas que laven mis culpas y sean en tu presencia prendas seguras de mi perfecta contrición. Haz que nunca me aparte de ti en la vida para que me recibas como hijo tuyo en la hora de la muerte y consiga verte y alabarte en el cielo. Amén.

 

MEDITACIÓN

OBEDIENCIA

El invierno extiende su manto de nieblas sobre la humilde aldea de Nazareth y la tristeza de la estación se aviene bien con la del espíritu de sus habitantes. Según las sagradas profecías, los tiempos del Señor se aproximan, y el Mesías anunciado, hace tantos siglos, no se manifiesta a los que anhelan su venida y tan necesitados están de ella. El látigo de los tiranos azota sin piedad a los hijos de Israel, el fruto de sus tareas apenas basta para saciar la codicia de los romanos, y pobres, humillados, escarnecidos, mezclando con lágrimas el amargo pan que les dejan, suspiran por el cumplimiento de las divinas promesas, como el único remedio de sus males.

Un profundo silencio reina en todo el pueblo, fiel expresión de la tristeza que le domina; en el fondo de sus hogares hilan las mujeres y empapan con llanto el lino de sus ruecas, mientras los hombres se entregan a sus ordinarias labores, sin hallar en ellas la alegría y esperanza que encontraban otras veces.

De pronto, el metálico ruido de los clarines despierta los ecos y turba la triste tranquilidad de todos. Espantados al escucharle y temerosos de nuevos ultrajes, los nazarenos acuden a las puertas de sus viviendas y ven desfilar con guerrero aparato, los soldados de una legión romana, que de tiempo en tiempo hacen cesar el estruendo de los clarines para publicar solemnemente una orden de Herodes, Petrarca de Judea, por la cual se manda que todos sus vasallos acudan en breve término a empadronarse cada cual en el pueblo de su naturaleza.

Llantos y quejas siguen por todas partes a la publicación de esta orden: ¿Qué va a ser de nosotros?, exclaman, ¿cómo obedecer esta nueva exigencia? ¿Por la vanagloria de que Herodes puede contar el número de sus esclavos, se nos obliga a viajar sin recursos, y a sufrir los rigores de este cruelísimo invierno?

Solo en una casa, y precisamente de las más pobres no se ha turbado la paz que disfrutan. En ella vive María, la hija inmaculada del Altísimo, la madre del Verbo eterno, la purísima esposa del Espíritu divino, que por misterio admirable lleva en su seno virginal al prometido a las naciones, el Mesías anhelado, redención del mundo y esperanza de la humanidad; ella y su santo esposo José, escuchan el pregón y se disponen a obedecerle sin exhalar ni una queja. Ni el tiempo les detiene, ni el estado de la Santísima Virgen, que hace más molesto y doloroso el viaje: ellos que eran los únicos que estaban dispensados de obedecer a los hombres se apresuran a ponerse en camino confiados solo en la misericordia de Dios.

¿En qué imitamos el ejemplo que nos dan María y José? Apenas recibimos alguna orden por suave que sea, ¿no se rebela nuestro corazón al yugo, forcejea para librarse de él y si no puede conseguirlo estalla en quejas y publica con ellas su amargura? ¿Merecemos nosotros rebeldes y desobedientes, llamarnos hijos de Dios, ni imitadores de las virtudes de María?

 

ORACIÓN

¡Dios mío! A quien todo en la creación obedece desde el inmenso mar espejo de tu grandeza, hasta la humilde flor, tesoro de los valles; ablanda mi corazón como la cera, y que ele ejemplo de la más obediente de las criaturas, la purísima Virgen María, me dé fuerza no solo para cumplir tus divinos mandatos, sino cuanto me ordenen los que tengan el derecho de imponerme su voluntad y yo la obligación de obedecerla. Esto te pido, por nuestro Señor Jesucristo, que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

 

ORACIÓN

¡Purísima Virgen María! Cuya humildad ensalzó el Señor con tantos dones y privilegios, que el espíritu de la criatura no sabrá comprenderlos jamás; tú que abandonas tu hogar para cumplir una orden injusta y te sometes a ella con tanta paz y tranquilidad de ánimo; ¿cómo juzgarás la perpetua rebeldía que hay en nosotros para cumplir con las justas y suaves leyes de Dios? ¡Apiádate de nuestra miseria, dulce Madre de misericordia; y que tu ejemplo se grabe en nuestras almas para que seamos dignos de llamarnos hijos tuyos. Amén.

 

Tres Ave Marías

Aquí pedirá cada uno a la Santísima Virgen la gracia que desea conseguir.

 

Oración para todos los días

¡Oh, Dios mío! A ti acudo tan lleno de imperfecciones, tan rendido al grave peso de mis pecados, que apenas me atrevo a implorar tu piedad. Hijo soy, aunque ingrato, y tú, Padre de misericordia, tenla de mí y sea mi intercesora para conseguirla la purísima Virgen María, amparo y refugio de los míseros pecadores. Haz que la meditación de estas santas jornadas llene mi corazón de las virtudes que me enseñan y que, así como la reina de los ángeles y el Santo Patriarca José las anduvieron venciendo peligros, incomodidades y toda clase de sufrimientos: así yo venza en la jornada de mi vida todos los obstáculos que el enemigo de las almas ponga a la mía, y llegue a verte y alabarte en el cielo. Amén.

 

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