26 DE DICIEMBRE
SAN ESTEBAN
DIÁCONO Y PROTOMÁRTIR (+35)
EN aquellos días —escribe San Lucas—, Esteban, lleno de gracia y de fortaleza, obraba prodigios y grandes milagros entre el pueblo. Levantáronse, pues, contra él algunos de la sinagoga llamada de los Libertos, y de los Cirenenses, de los Alejandrinos, de los de Cilicia y de Asia, y disputaban con Esteban, pero no podían contrarrestar a la sabiduría y al Espíritu Santo que por boca de él hablaba. Al oír sus discursos se desgarraban de rabia sus corazones y rechinaban los dientes contra él. Mas Esteban, estando lleno del Espíritu Santo, fijando sus miradas en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: «Estoy viendo ahora los cielos abiertos y al Hijo del Hombre a la diestra de Dios». Entonces, clamando con gran gritería, se taparon los oídos, y después, todos a una, arremetieron contra él, y arrojándole fuera de la ciudad le apedrearon. Y los testigos depositaron sus vestidos a los pies de un mancebo que se llamaba Saulo. Y apedreaban a Esteban, el cual estaba orando, y diciendo: «Señor Jesús, recibid mi espíritu». Y poniéndose de rodillas clamó en alta voz: «Señor, no les hagáis cargo de este pecado». Y dicho esto, se durmió en el Señor».
Abanderado y caudillo de un ejército interminable de mártires, San Esteban es el primero en sentir en su carne la realidad sangrienta y gloriosa de estas palabras del Divino Maestro: «Os delatarán a los Tribunales y os azotarán en sus sinagogas, y por su causa seréis conducidos ante los gobernadores y los reyes para dar testimonio de Mí a ellos y a las naciones. Acordaos de aquella sentencia mía que ya os dije: No es el siervo mayor que su señor. Si me han perseguido a Mí, también os han de perseguir a vosotros». Pero es también el primer beneficiario de la herencia eterna prometida a quienes tocase una suerte en apariencia tan poco apetecible: «Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos...».
El prodigioso desarrollo de la semilla evangélica ocasionó un conflicto cruento, considerado como la primera inesperada persecución, y que fue el que se llevó al Protomártir del Cristianismo, al primer testigo de Jesús que selló la Fe con la rúbrica heroica de su sangre.
¿Quién era él? ... Se trataba de un hombre extraordinario, de un alma grande y generosa, del principal de los siete diáconos o ministros elegidos por los Apóstoles para la administración eclesiástica y la distribución de las limosnas. Según el texto sagrado gozaba de estas cinco plenitudes: plenitud de fe, de sabiduría, de gracia, de fortaleza y del Espíritu Santo. En el ambiente hostil en que hubo de moverse el Evangelio desde sus comienzos, Esteban era una garantía y una esperanza para la Iglesia. Los cristianos le veneraban, sobre todo, porque tenía un corazón manso y fuerte, formado en la escuela de Cristo, porque Dios le mostraba su favor con grandes prodigios y el Espíritu Santo «hablaba por su boca». Era un capitán de alma abierta y luchadora, que esgrimía la espada de una palabra vibrante, en arrebatos de fe y de amor.
Pero su doctrina valiente, basada en el mesianismo de Cristo, propuesta con elocuencia irrestañable, era una ideología nueva que echaba por tierra las falsas concepciones rabínicas sobre la ley mosaica. Y produjo, como podía esperarse, la explosión de la Sinagoga. El origen hebreo del Diácono contribuyó a excitar la cólera de los escribas y fariseos. Esteban fue arrebatado un día por la turba enfurecida y presentado ante el sanedrín —como Jesús— bajo la terrible inculpación de blasfemia. Ante aquella asamblea siniestra, pronunció, cara a .la muerte, el ardoroso discurso que nos han trasmitido los Hechos, y que termina con esta vehemente acusación. «Hombres de dura cerviz..., vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como fueron vuestros padres, así sois vosotros, ¿A qué profeta no persiguieron? Ellos son los que mataron a los que prenunciaban la venida del Justo, que vosotros acabáis de entregar y del cual habéis sido homicidas. Vosotros, que recibisteis la ley por ministerio de ángeles, y no la habéis guardado».
El resultado de aquel simulacro de proceso, urdido con saña y envidia, estaba previsto. El Diácono invicto es sacado de la Ciudad Santa entre empujones y gritos de farisaico escándalo, y lo apedrean salvajemente. Escena trágica y sublime, sólo superada por la del Calvario. i Qué bien lo soñó Juan de Juanes! La caridad y el perdón —gesto divino de Cristo en la cruz— es también síntesis de la «plenitud» de Esteban, que muere orando, de rodillas, por sus verdugos. Oración fecunda, que haría exclamar a San Agustín: Si Stéphanus non orasset, Ecclésia Páulum non haberet. «Había sembrado amor —comenta el Padre Leal— y aparentemente cosechaba odio. Pero el amor tiene la propiedad de transformarlo todo en sí. El odio de los judíos contra Esteban y contra Cristo, recogido en el corazón más grande que allí había presente, el único en que cabía, se iba a convertir en amor... La mejor corona de Esteban —que en griego significa coronado— será este joven Saulo, que ahora guarda los vestidos de los verdugos, y que se va a convertir en el Apóstol, en vaso de elección que llevará por el mundo entero el nombre de Jesús, último que pronunciaron los labios del primer Mártir cristiano».