domingo, 29 de diciembre de 2024

EL HORÓSCOPO DEL RENCIÉN NACIDO. Fray Justo Pérez de Urbel

 


DOMINGO INFRAOCTAVA DE NAVIDAD

EI horóscopo del recién nacido

Fray Justo Pérez de Urbel

 

Los cielos habían llorado su rocío; mansamente, como cae un copo de nieve, había descendido la luz sobre la tierra; los ángeles cantaban himnos de paz; los pastores le rodeaban, estallando en ingenuas alegrías, y una doncella, Virgen y Madre, la bendita entre todas las mujeres, le cobijaba en su seno, le sonreía y, meciéndole en sus brazos, le decía con voz arrulladora : Duerme, niño, no llores; duerme, niño celestial; que las tempestades no osen estallar sobre tu cabeza, ni el dolor marchitar tus mejillas." Era la expresión natural del instinto materno. De sobra conocía la Virgen bienaventurada los destinos de aquel niño cuya historia había leído en los profetas; no podía engañarse sobre el sentido de aquellas primeras alegrías, de aquellos cánticos, de aquellas "palabras prodigiosas que ella guardaba y revolvía en su corazón".

Además, allí estaba aquel viejo rabino, el primero que se atrevió a pronunciar el oráculo terrible, a identificar, por decirlo así, al recién nacido. La liturgia nos presenta su figura venerable y austera en este primer domingo que sigue a Navidad, para enseñarnos que en las alegrías de Nochebuena hay un fondo serio y profundo, sin el cual esas alegrías no serían mas que un estremecimiento superficial y pasajero. En el horizonte de Belén se divisa la cumbre del Calvario, y detrás del villancico está el treno.

“Había en Jerusalén un hombre justo y temeroso de Dios, llamado Simeón, que vivía con la esperanza de la consolación de Israel." Las expresiones de San Lucas nos hacen pensar en un alto personaje, tal vez en el famoso escriba, en el "gran maestro" Rabban Simeón, hijo de Hillel. La edad, la virtud, la grandeza de alma, la coincidencia de tiempo y lugar, todo nos invita a confundirle con el anciano del Evangelio. Hasta el mismo silencio de la tradición hebraica; el Talmud, generoso en alabanzas para Hillel y todos los miembros de su familia, se esfuerza por relegar al olvido el nombre de este presidente del Sanedrín, panegirista de Jesús, cuyas ideas sobre el Mesías eran tan distintas de las de sus compañeros, que a causa de ellas se le quitó la presidencia del gran Consejo de su nación.

Desde su cátedra, adosada a una columna del templo, Simeón contempla al Hijo de María. Nada extraordinario se le presenta al exterior; pero, a los ojos del vidente, aquel niño apareció lo que era en realidad: la salud, la consolación esperada, el objeto de sus ardientes anhelos. Y, arrebatado por la fuerza del Espíritu, habla con voz temblorosa, con el acento solemne, con la frase lírica, con la vibración llena de misterio de los viejos profetas mesiánicos. De pronto clavó los ojos en la Madre, y, condensando en cortas palabras largas profecías, exclamó: "He aquí que éste es puesto para levantamiento y para caída de muchos en Israel, y para señal de contradicción. Y una espada atravesará tu alma. Por este medio serán descubiertos los pensamientos que muchos ocultan en sus corazones."

Ha sido dicha la palabra terrible, la palabra cortante y punzante como un cuchillo, el oráculo de las siete espadas. Era un horóscopo extraño el del viejo rabino, sabedor de lejanías proféticas y de celestes decretos. ¿Qué ha visto de aquel Niño, cuyo nacimiento, cuya pobreza, cuya familia parecen presagiar vulgares destinos? No obstante, será un conquistador, un pastor de pueblos, un héroe que cambiará la historia de la Humanidad. Más aún: será un signo de contradicción, un blanco de odio, una bandera de combate. Dondequiera que plante su tienda, los hombres se dividirán en dos campos, el del odio y el del amor. No se le podrá negligir, no se le podrá olvidar; la neutralidad, la indiferencia serán imposibles, tratándose de ese humilde vástago de la doncella de Nazaret.

Jamás se había hecho de un hombre un horóscopo como éste. Todos los grandes hombres habían bajado a la tumba, su muerte había sido también la muerte de los odios y los amores que lograron despertar en torno suyo. Los bienhechores de la Humanidad desaparecieron, lo mismo que sus malhechores. Durante un tiempo sus amigos cubrieron de flores sus sepulcros; sus enemigos, de anatemas y maldiciones. Después el silencio del olvido. La Historia guardó el recuerdo de sus maldades o de sus merecimientos; las generaciones humanas recogieron acaso su nombre, pero fríamente, como despojo de un pasado que ya no existe; sin los sacrificios del entusiasmo, sin los estremecimientos de la ira. Nadie hoy sentiría por Nerón o por don Pedro el Cruel un rencor homicida; nadie se dejaría matar por César o por Bonaparte. Son muertos a quienes no se puede rendir el culto del amor apasionado, ni el homenaje del odio violento. Sólo a este Niño, este hijo de un carpintero, está reservado el privilegio único, la gloria que ningún sabio, ningún rey, ningún filósofo, ningún conquistador pudo pretender. La escuela de Platón se deshizo con la muerte del maestro; las conquistas de Alejandro duraron lo que su ímpetu guerrero; el imperio de Carlomagno se desmoronó tan pronto como bajó al sepulcro el que lo había organizado. Sólo la escuela de Jesús continúa en pie después de veinte siglos, sólo su imperio supervive, sólo sus conquistas aumentan sin cesar. Ni ha muerto, ni morirá. Mientras cruzó por la tierra, fue blanco del amor más ardiente y del odio más implacable.
Emigrado al Cielo, los imperios le persiguen, y sus fieles dan la vida por él. Se le ama y se le odia como se ama y se odia a un ser que vive, que obra, que se impone inexorablemente, cuya presencia, cuya influencia, cuya acción se acepta con alegría o se rechaza con indignación. A veces el apasionamiento se disfraza con máscara de hipocresía. El perseguidor dirá que no persigue a Cristo, sino a los clérigos; otras querrá engañarnos hablando de laicismo, de neutralidad, de aconfesiona
idad. En realidad, ese hombre no tiene más que un odio religioso, el de aquel Niño que nació hace veinte siglos en el pesebre de Belén. No le importará encontrar a un rabino en un hospital, pero la sotana del sacerdote le sacará de quicio; tolerará en la escuela una imagen de Buda o de Lutero; sólo el crucifijo le inspirará una legislación hipócrita, venenosa y taimada. Sólo Jesús sigue en medio del mundo como un signo de contradicción.