martes, 31 de diciembre de 2024

1 ENERO. LA CIRCUNCISIÓN DEL SEÑOR

 



1 ENERO

LA CIRCUNCISIÓN DEL SEÑOR

El pórtico de este Santoral es una mancha de Sangre divina, una nota impresionante en las rústicas y sencillas alegrías de Belén. Sobre el trémulo alborozo de los «nacimientos» —ternura y transparencia— deja caer el Niño Jesús su primera lágrima, su primera gota de sangre. En medio de los aleluyas navideños, cuando todavía perduran los ecos jubilares del Gloria in excelsis Deo y de los angélicos concentos, hiere nuestros oídos el primer vagido doloroso del Niño Dios...

Acaso entre los grandes misterios que envuelven en un halo sobrenatural la infancia de Jesús no haya otro tan imponente como el de la Circuncisión, tierno y cruento, que San Lucas nos anuncia con sencillez ritual:

«Y cuando se cumplieron los ocho días en que debían circuncidar al Niño, le pusieron por nombre Jesús, como había sido llamado por el ángel antes que fuese concebido».

Dios había dicho a Abrahán: «Yo te daré una descendencia numerosa como las estrellas del cielo y las arenas del mar; te haré padre de reyes y jefe de naciones poderosas; te bendeciré y seré siempre tu Dios y el Dios de tu pueblo. Y he aquí el sello de esta alianza, el pacto que observaréis inviolablemente: todo hijo que venga a este mundo será circuncidado al octavo día; y si no le circuncidaren, se le arrojará de mi pueblo, por haber roto el pacto de mi testamento».

Esta alianza divina —¡misterio insondable!— no quiso romperla el que había venido «no a abolir la Ley, sino a cumplirla»; o como dice Orígenes, «a abolirla cumpliéndola». La circuncisión tenía por virtud borrar el pecado original, por la fe en el Mesías, de la que era testimonio, como lo explica Santo Tomás. Jesucristo —Autor de la Ley, Legislador y Juez— se somete a este rito, para Él inútil y humillante, por varios motivos: para demostrar que es realmente el Verbo hecho carne —Verbum caro factum—, que es uno de nosotros —factus sicut unus ex nobis— y de la descendencia de Abrahán; para «liberar de este pesado yugo a los redimidos»; para ofrecer las primicias de su Sangre preciosa por la salvación del mundo, y para darnos ejemplo de obediencia a las leyes divinas. Opinan casi todos los autores que quiso circuncidar en Sí a todo el género humano. San Beda dice en este sentido: «Nuestro Redentor, que para quitar el pecado del mundo vino al mundo sin pecado, así como por su Bautismo nos proporcionó remedio para lavar nuestras culpas, consagrando el agua que nos limpiase, así también por su circuncisión quiso expiar no sus pecados, que no tenía, sino los nuestros, renovando en Sí nuestra naturaleza envejecida, limpiándola de las manchas del pecado y restaurándola en el último día del virus de la muerte, con una inmortalidad admirable». Ardía en deseos de redimirnos y el corazón no le sufría larga demora. El poeta podría exclamar:

Si eres Niño y has amor, ¿qué no harás cuando mayor?...

Sobre la cuna del Niño Divino gravitaba una profecía tremenda: «Dios puso sobre el Salvador las iniquidades de todos». Ser considerado como simple criatura humana era ya humillación inmensa para el Verbo Eterno hecho carne; pero pasar por pecador, por «hijo de ira» y enemigo de Dios, el que era el Unigénito muy amado del Padre, suponía el aniquilamiento: semetipsum exinanivit. Aquel que en breve se asomará al mundo por la ventana del milagro, que arrastrará en pos de Sí a las multitudes sobrecogidas de pasmo, que domeñará las olas y amainará los vientos y arrancará la vida del seno de la muerte, aparece Él mismo mortal. ¡Jesucristo, Dios-Hombre: dos naturalezas y una sola persona en admirable paralelismo, sin que ningún acto de su vida rompa esta compenetración maravillosa, esta divina originalidad que escapa a toda imaginación! San Bernardo —en las lecciones de Maitines— hace unas consideraciones ingeniosísimas, excelsas, sobre la circuncisión y la imposición del nombre de Jesús. «Circuncidan al Niño y le llaman Jesús. ¿Qué significa esta conexión? Porque la circuncisión más parece del que necesita salvación que del que llaman Salvador, y mejor cuadra al Salvador circuncidar que ser circuncidado. Pero repara que es el mediador entre Dios y los hombres y que desde el comienzo de su navidad junta lo humano a lo divino y lo sublime a lo bajo. Nace de una mujer, pero de modo que con el fruto de la fecundidad no caiga la flor de la virginidad. Es envuelto en pañales, pero los honran los cánticos de los ángeles. Lo esconden pn un pesebre, pero le traiciona la estrella radiante en el cielo. De igual manera la circuncisión certifica la verdad de que se ha hecho hombre, pero el Nombre que está sobre todo nombre indica la gloria de su majestad. Lo circuncidan como a verdadero hijo de Abrahán, pero le llaman Jesús, como a verdadero Hijo de Dios».

La circuncisión era figura del Bautismo. La Circuncisión de Jesús es el símbolo de nuestra regeneración espiritual. «En Cristo somos circuncidados — dice San Pablo — no con cuchillo material, sino con aquella piedra viva, que es el mismo Cristo, con el cual estamos sepultados en el Bautismo». Fenelón pedía la «circuncisión del corazón» con esta bella plegaria: «¡Oh, Niño Jesús! Dadme la simplicidad de vuestra infancia en el dolor. Si lloro, si gimo, que al menos no resista nunca a vuestra mano crucificadora y salvadora.