PALABRA DE DIOS Y TESTIMONIO CRISTIANO
Reflexión diaria acerca de la Palabra de
Dios.
El inmenso horizonte de la misión eclesial, la
complejidad de la situación actual, requieren hoy nuevas formas para poder
comunicar eficazmente la Palabra de Dios. El Espíritu Santo, protagonista de
toda evangelización, nunca dejará de guiar a la Iglesia de Cristo en este cometido.
Sin embargo, es importante que toda modalidad de anuncio tenga presente,
ante todo, la intrínseca relación entre comunicación de la Palabra de Dios y
testimonio cristiano. De esto depende la credibilidad misma del
anuncio. Por una parte, se necesita la Palabra que comunique todo lo que el
Señor mismo nos ha dicho. Por otra, es indispensable que, con el testimonio, se
dé credibilidad a esta Palabra, para que no aparezca como una bella filosofía o
utopía, sino más bien como algo que se puede vivir y que hace vivir. Esta
reciprocidad entre Palabra y testimonio vuelve a reflejar el modo con el que
Dios mismo se ha comunicado a través de la encarnación de su Verbo. La Palabra
de Dios llega a los hombres «por el encuentro con testigos que la hacen presente
y viva». De modo particular, las nuevas generaciones necesitan ser introducidas
a la Palabra de Dios «a través del encuentro y el testimonio auténtico del
adulto, la influencia positiva de los amigos y la gran familia de la comunidad
eclesial».
Hay una estrecha relación entre el testimonio de la
Escritura, como afirmación de la Palabra que Dios pronuncia por sí mismo, y el
testimonio de vida de los creyentes. Uno implica y lleva al otro. El testimonio
cristiano comunica la Palabra confirmada por la Escritura. La Escritura, a su
vez, explica el testimonio que los cristianos están llamados a dar con la
propia vida. De este modo, quienes encuentran testigos creíbles del Evangelio
se ven movidos así a constatar la eficacia de la Palabra de Dios en quienes la
acogen.
Nuestra responsabilidad no se limita a sugerir al
mundo valores compartidos; hace falta que se llegue al anuncio explícito de la
Palabra de Dios. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el
nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de
Nazaret, Hijo de Dios.
Que el anuncio de la Palabra de Dios requiere el
testimonio de la propia vida es algo que la conciencia cristiana ha tenido bien
presente desde sus orígenes, incluso bajo regímenes adversos al cristianismo o en
situaciones de persecución. Todo esto no
nos debe dar miedo. Jesús mismo dijo a sus discípulos: «No es el siervo más que
su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán» (Jn15,20).
Cfr.
Verbum Domini, 97-98