Considera que la bienaventurada María fue como el sol fulgurante en la anunciación del ángel, como el arco iris esplendente en la concepción del Hijo de Dios y como la rosa y el lirio en su nacimiento.
En el sol sobresalen tres prerrogativas: esplendor, candor y calor, que corresponden a las tres partes del saludo del ángel. La primera: “Ave, nena de gracia”; la segunda: “No temas”; y la tercera: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti”.
Cuando dice: “¡Ave, llena de gracia! El Señor está contigo; tú eres bendita entre las mujeres” (Lc 1, 28): he ahí el esplendor del sol. Y esto puede referirse también a las cuatro virtudes cardinales; y cada una de ellas refulgió en María en tres modalidades, De la templanza le vinieron la prudencia de la carne, la modestia en el hablar y la humildad del corazón. Tuvo la prudencia, cuando calló en su turbación, cuando comprendió lo que había oído y cuando respondió a lo que se le había propuesto. Tuvo la justicia, cuando atribuyó a cada uno lo que le era debido. Con ánimo decidido aceptó la costumbre en sus desposorios, en la circuncisión del Hijo y en la purificación legal. Manifestó su compasión hacia el que sufre, cuando dijo: “¡No tienen vino!” (Jn 2, 3). Compartió la comunión de los santos, cuando “perseveraba en oración con los apóstoles y con las otras mujeres” (Hech 1, 14). Por su fortaleza y grandeza de ánimo asumió el propósito de la virginidad, lo observó y guardó fidelidad a tan altísimo compromiso.
San Bernardo afirma que “las doce estrellas que resplandecen en la corona de la mujer del Apocalipsis (12, 1), representan las doce prerrogativas de la Virgen: cuatro del cielo, cuatro de la carne y cuatro del corazón, que descendieron del cielo sobre ella como estrellas.
Las prerrogativas del cielo fueron la generación de María, el saludo del ángel, la intervención del Espíritu Santo y la inefable concepción del Hijo de Dios.
Las prerrogativas de la carne: fue la primera de todas las vírgenes, fecunda sin corrupción, grávida sin incomodidad y puérpera sin dolor.
Las prerrogativas del corazón fueron: la devoción de la humildad, el culto del pudor, la magnanimidad de la fe y el martirio del corazón, por el cual “una espada traspasó su alma” (Lc 2, 35).
A las prerrogativas del cielo se refieren las palabras: “El Señor está contigo”; a las prerrogativas de la carne, las palabras: “Tú eres bendita entre las mujeres”; y a las prerrogativas del corazón, las palabras: “Llena de gracia”.