DEBER Y PODERES DE LOS PASTORES.
Dom Prospero Gueranger
XVIII DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
DEBERES DE LOS PASTORES. — En el siglo xn se leía hoy como Evangelio, en muchas Iglesias de Occidente, el pasaje del libro sagrado que trata de los Escribas y Fariseos que se sentaron en la cátedra de Moisés
El Abad Ruperto, que nos da a conocer esta particularidad en su libro De los Divinos Oficios, hace ver con acierto la relación que hay entre dicho Evangelio y la antífona del Ofertorio que todavía se dice hoy, en la cual también se habla de Moisés. “El Oficio de este Domingo, dice, muestra con elocuencia al que preside en la casa del Señor y recibió la cura de almas, cómo debe portarse en el alto puesto en que la vocación divina le ha colocado. No se parezca a aquellos hombres que se sentaron indignamente en la cátedra de Moisés; al contrario, aseméjese a Moisés, el cual presenta en el Ofertorio y sus versículos un modelo acabado a los jefes de la Iglesia. Los pastores de almas no deben ignorar, en efecto, por qué razón ocupan un lugar más elevado: a saber, no tanto para gobernar como para servir” -. El Hombre-Dios decía de los Doctores judíos: Haced lo que os dicen; lo que ellos hacen, guardaos bien de hacerlo; porque dicen bien lo que hay que hacer, pero no hacen nada de lo que dicen. A la inversa de estos indignos depositarios de la ley, los que se sientan en la cátedra de la doctrina “deben enseñar y obrar conforme a sus enseñanzas, dice Ruperto; o mejor, hagan primero lo que deben hacer, para poder luego enseñar con autoridad; no busquen los honores y los títulos, sino miren tan sólo a este único fin: a cargar sobre sí los pecados del pueblo y apartar la cólera de Dios de los encomendados a su solicitud pastoral, como hizo Moisés según se nos dice en el Ofertorio”.
PODERES DE LOS PASTORES. — El Evangelio de los Escribas y Fariseos sentados en la cátedra de Moisés se reservó más tarde para el Martes de la segunda semana de Cuaresma. Pero el que hoy se lee en todas partes, no distrae nuestro pensamiento de la consideración de los excelsos poderes del sacerdocio, que son un bien común de todo el linaje humano, redimido por Jesucristo. Antiguamente los fieles fijaban en este día su atención en el derecho de enseñar otorgado a los pastores; hoy meditan en la prerrogativa que estos mismos hombres tienen de perdonar los pecados y curar las almas. Así como una conducta que estuviese en contradicción con lo que enseñan, no disminuiría en nada la autoridad de la cátedra sagrada, desde la cual dispensan a la Iglesia y en su nombre a sus hijos el pan de la doctrina, del mismo modo, la indignidad de su alma sacerdotal no mermaría tampoco en sus manos lo más mínimo el poder de las augustas llaves que abren el cielo y cierran el infierno. Y es natural que así suceda, ya que es el Hijo del hombre, Jesucristo, quien por su medio libra de sus culpas a los hombres, hermanos y criaturas suyas, el cual, cargándose con las miserias humanas, nos mereció a todos con su sangre el perdón de los pecados.
EL PERDÓN DE LOS PECADOS. — Siempre ha sentido la Iglesia placer en recordar este episodio de la curación del paralítico, el cual ofreció a Jesús ocasión de afirmar su poder de perdonar los pecados como Hijo del hombre. Efectivamente, desde los principios del cristianismo negaron los herejes a la Iglesia el poder, que había recibido de su divino Jefe, de perdonar los pecados en nombre de Dios; esto equivalía a condenar a muerte eterna a un número incalculable de cristianos, que, caídos desgraciadamente en pecado después de su bautismo, sólo pueden ser rehabilitados por el Sacramento de la Penitencia. Mas, ¿qué tesoro puede defender una madre con mayor empeño que aquel que lleva prendido el remedio para la vida de sus hijos? La Iglesia, pues, tuvo que anatematizar y expulsar de su seno a estos fariseos de la nueva ley, que, como sus padres del judaísmo, desconocían la misericordia infinita y la amplitud del gran misterio de la Redención. Como Jesús en presencia de sus contradictores los escribas, así también la Iglesia, en prueba de sus afirmaciones, había obrado un milagro visible en presencia de los sectarios, pero no fué más afortunada que el Hombre-Dios para llegar a convencerlos de la realidad del milagro de gracia que sus palabras de remisión y de perdón obraban de modo invisible. La curación externa del paralítico fué a la vez imagen y señal de la curación de su alma reducida antes a la miseria; pero representaba también a otro enfermo: el género humano que yacía inmóvil desde siglos en su pecado. Ya había abandonado este suelo el Hombre-Dios al obrar la fe de los Apóstoles este primer prodigio de llevar a los pies de la Iglesia al mundo envejecido en su enfermedad.
La Iglesia entonces, al ver al género humano dócil al impulso de los mensajeros del cielo y teniendo ya parte en su fe, halló para El en su corazón de madre la palabra del Esposo: Hijo, ten confianza, tus pecados están perdonados. Al instante y de modo visible el mundo se levantó de su lecho ignominioso, causando admiración a la filosofía escéptica y confundiendo el furor del infierno; para demostrar bien que había recobrado sus fuerzas, se le vio cargar sobre sus espaldas, por medio de la penitencia y del dominio de las pasiones, la cama de sus desfallecimientos y de su enfermedad, en la que tanto tiempo le habían retenido el orgullo, la carne y la avaricia. Desde entonces, fiel a la palabra del Señor que le ha repetido la Iglesia, va andando hacia su casa, el paraíso, donde le esperan las alegrías fecundas de la eternidad.
Y la multitud de las turbas angélicas, al velen la tierra semejante espectáculo de renovación y de santidad se llena de admiración y glorifica a Dios, que tal poder ha dado a los hombres.
MOISÉS, MODELO DE SACERDOTES. — El Ofertorio recuerda el altar figurativo que Moisés erigió para recibir las oblaciones de la ley de esperanza, que anunciaban el gran sacrificio en este momento presente a nuestros ojos. A continuación de la antífona ponemos los versículos que estuvieron en uso antiguamente. Moisés se muestra aquí en verdad como el tipo de los profetas fieles que saludábamos en el Introito, como el modelo de los verdaderos jefes del pueble de Dios, que se dan de lleno a conseguir para sus gobernados la misericordia y la paz. Dios lucha con ellos y se deja vencer; a cambio de su fidelidad los admite a las manifestaciones más íntimas de su luz y de su amor. El primer versículo nos muestra al sacerdote en su vida pública de intercesión y de sacrificio en favor de los demás; el segundo nos revela su vida privada que se alimenta de la contemplación. No debemos extrañar la extensión de estos versículos; su ejecución por el coro de los cantores excedería hoy con mucho el tiempo que dura la ofrenda de la hostia y del cáliz, pero hay que tener cuenta con que antiguamente participaba toda la asamblea en la oblación del pan y del vino necesarios al sacrificio. Igualmente, las pocas líneas a que hoy se reduce la Comunión, en los antifonarios antiguos eran la antífona de un Salmo señalado para cada día; de ese salmo se tomaba la antífona a no ser que se tomase de otro libro de la Escritura, en cuyo caso ya no se volvía al salmo del Introito; se cantaba el salmo, repitiendo la antífona después de cada versículo, mientras duraba la participación común en el banquete sagrado.