lunes, 15 de marzo de 2021

SENTIMIENTOS DEL CORAZÓN DE SAN JOSÉ EN LA PÉRDIDA DEL NIÑO JESÚS. (29) Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.

SENTIMIENTOS DEL CORAZÓN DE SAN JOSÉ EN LA PÉRDIDA DEL NIÑO JESÚS. (29)

Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.

 

Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

Oración a san José

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en este mes, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

 

MEDITACIÓN

San Enrique de Ossó

SENTIMIENTOS DEL CORAZÓN DE SAN JOSÉ EN LA PÉRDIDA DEL NIÑO JESÚS

 

Composición de lugar. Contempla a san José y a María sumidos en la más profunda pena por la pérdida de Jesús, llenos de gozo al hallarle en el templo.

 

Petición. No permitas, Santo mío, que jamás pierda a Jesús por el pecado.

 

Punto primero. Deslizábanse tranquilos los días de la vida de san José en la modesta tienda de Nazaret, como corren calladamente al mar las aguas del manso río. Ganaba el pan con el sudor de su frente en el humilde oficio de carpintero, es verdad; pero este sudor lo enjugaban, o al menos lo refrescaban, la presencia y conversación de su divino Jesús… ¡Oh! ¡Gozar en este destierro de la compañía y trato familiar de Aquel que forma las delicias de los bienaventurados, es la suprema dicha a que puede aspirar un mortal!... Pero Dios, que mezcla el gozo con el llanto para dar mayor ocasión de merecer a sus siervos, permite días de grandes tempestades, y a esta ley debían estar sujetos María y José… Muchos fueron los dolores de san José, mas el que experimentó en la pérdida de su Hijo, superó a todos… Orígenes asegura que san José sufrió en esta ocasión más que todos los mártires… Jesús, hasta entonces tan sumiso y atento, se aparta de sus padres; los deja partir sin advertirles, prevé el abismo de penas en que ha de sumirles su ausencia, y sin embargo los abandona. ¡Qué dolor para nuestro Santo!... ¡Su humildad profunda teme haber perdido por su culpa aquel tesoro!... Ignora si será perpetua esta separación. Tal vez solo quiso el Señor confiar a sus cuidados a Jesús durante sus infantiles años… Quizás padece ya por los hombres…, quizás empieza a verter su sangre lejos de sus paternales ojos… ¿Quién podrá medir el dolor y las angustias de una alma tan santa como la de nuestro patriarca, apartada de la presencia de su Dios? ¡Oh santo mío! Dame a gustar de tu pena, para compadecerte y compadecer a las almas a quienes Dios se oculta con amor, y llorar las veces que yo lo he perdido por mis culpas.

 

Punto segundo. San José con María su esposa no se entregó a una consternación inerte… buscó a Jesús diligentemente en el camino y en Jerusalén, sin dejar sitio por registrar, ni persona a quien pedir… ¡Jesús, hijo mío! –iba clamando san José-, ¡hijo mío Jesús!, “¿adónde te escondiste, amado mío y me dejaste con gemido? ¡Como la cierva huiste! ¡Voy corriendo en tu busca, y no te encuentro!”. Hechas en lo humano todas las diligencias sin resultado, acuden al templo a encomendar a Dios el negocio. Mas ¡oh sorpresa!, ¡oh gozo inexplicable! Ven al Niño Jesús, a quien lloraban perdido por tres días, sentado en el templo en medio de los doctores, oyéndolos e interrogándolos, y asombrando a todos con la profundidad y sabiduría de sus respuestas. Suspensos y llenos de estupor, adelantándose María, le dice: “Hijo mío, ¿por qué obraste así? Tu padre y yo te buscábamos consternados”. Tiernísima reconvención fue esta, por cierto, para lo cual la autorizaba su calidad de madre, y que nos revela la vehemencia suma del dolor que experimentó san José, a quien llama por esto con el tierno nombre de padre. ¡Oh corazón paternal de mi señor san José! ¡Cómo exclamarías en esta ocasión con el Profeta: A proporción de los muchos dolores que atormentaron mi corazón, tus consuelos ¡oh buen Jesús! llenaron de alegría mi alma! Llorábate perdido, hijo mío Jesús, maltratado, ignominiosamente muerto, y te hallo en el templo honrado y admirado de los doctores, dándoles vida con tu doctrina celestial… Aprende, ¡oh devoto del Santo! la diligencia con que debes buscar a Jesús, si por desgracia le pierdes por el pecado. No le busques donde le perdiste, esto es, en el bullicio del mundo, no en medio de amigos y parientes, sino en el retiro y soledad del templo, en el recogimiento de la oración, en el sosiego del santuario. Aquí se manifestará a tu alma, será tu Jesús que llenará los senos inmensos de tu corazón… ¡Oh mi Jesús, a quien tantas veces he arrojado de mi alma por el pecado, ven y abrázame con tu gracia, y muera yo en tu amor!

 

Punto tercero. Saca por fruto de esta meditación el imitar al divino Jesús en la conducta que observó con sus padres. Aunque Jesús aprobó en su interior la reconvención que le dio su Madre, nacida del tierno amor que le profesaba, para nuestro ejemplo repuso gravemente: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debía ocuparme en los negocios que conciernen a mi Padre celestial?”... ¡Qué lección encierran estas divinas palabras para tantas almas débiles y contemporizadoras, que no reparan en faltar a su conciencia y resistir a los llamamientos del cielo por no malquistarse con el mundo, por no romper con una amistad! ¡Ay dolor! Para todos se guardan atenciones menos para nuestro Dios: se teme incurrir en el desagrado de las criaturas, y no se teme descontentar a Dios: la gratitud nos obliga, la buena cortesía nos sujeta a mil descortesías e ingratitudes con nuestro primer Amigo y principal Bienhechor. ¿Y por qué todo esto? Porque nos olvidamos que la primera ley superior a todo que debemos observar, es la gloria de Dios cumpliendo su santa voluntad… ¿Lo exige la divina gloria? ¿Cumpliréis la voluntad de Dios? Romped cualquier vínculo, renunciad a vuestra casa y comodidades, a vuestros padres terrenos, para seguir la voz del Padre celestial. “Pisad por ellos, si se oponen a vuestro paso al cumplir este máximo deber”, dice san Jerónimo… Primero Dios que todo, porque debemos mas a Él que a nadie. La primera gratitud, la primera obediencia, la primera atención para Dios; y en tanto guardaremos ley a los demás en cuanto no se opongan a la del Señor… Húndase el mundo antes que descontentar a mi Dios; húndase todo antes que ofender a Dios. Su gloria y el cumplimiento de su voluntad santa serán la norma de mi conducta, mi alimento, mi vida… ¡Oh Jesús, María y José!, hacedme la gracia de vivir y morir cumpliendo vuestra santísima voluntad. Amén.

 

Obsequio. Procuraré que se confiese algún pecador extraviado.

 

Jaculatoria. San José, alcanzadme la gracia de primero morir que pecar.

 

Oración final para todos los días

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad.