miércoles, 17 de marzo de 2021

NUESTRA GLORIA JOSEFINA EN LA TIERRA, O SEA UN DÍA O TODA LA VIDA PASADA EN LA CASITA DE NAZARET. (31) Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.


NUESTRA GLORIA JOSEFINA EN LA TIERRA, O SEA UN DÍA O TODA LA VIDA PASADA EN LA CASITA DE NAZARET. (31)

Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.

 

Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

Oración a san José

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en este mes, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

 

MEDITACIÓN

San Enrique de Ossó

NUESTRA GLORIA JOSEFINA EN LA TIERRA,

O SEA UN DÍA O TODA LA VIDA PASADA EN LA CASITA DE NAZARET.

 

Antes de despedirnos del mes de san José vamos a dar una meditación de la casita de Nazaret a los devotos josefinos. ¡Ojalá todos los devotos josefinos viviésemos y muriésemos, o no saliésemos en espíritu de la casita de Nazaret sino para entrar en los palacios eternos de la celestial Sión! ¡Qué vida tan tranquila, tan feliz, tan santa, tan ordenada, llevaríamos todos! ¡Oh! Entonces sí que asemejaría cada casa cristiana la casita de Nazaret, sería este mundo de miserias, este valle de lágrimas, una antesala del cielo.

 

Pasemos, pues, a lo menos un día, o visitemos cada día en espíritu la casita de Nazaret, y estemos allí con la consideración lo más que pudiéremos. ¡Qué bien se está aquí! Yo nunca me movería de aquí. Si nos acostumbramos a morar en tan dulce compañía, en tan santa casa, con tan ejemplar familia, no sabremos movernos de allí y diremos como Pedro en el Tabor: “Señor mío Jesucristo, hagamos aquí tres tabernáculos: uno para Ti, otro para María y otro para José”.

 

Hagamos aplicación de sentidos. ¡Oh! Todo deleita y hace feliz al alma en esta casita, porque todo es orden, todo es paz, todo concordia, todo felicidad. ¡Qué bien se está aquí!

 

Punto primero. Sentado, o en pie, o arrodillado, o postrado según tu devoción, da una mirada por toda la casa… ¡qué modesta… qué pequeña… qué aseada… qué bien ordenada…! Cada cosa ocupa su lugar… nada de inmundicias… ¡qué pobrecita…! Pero ¡qué alegría respira… qué bien se está aquí…! Es un oasis en medio del desierto… sabe a cielo… esta casa es un cielo, si le puede haber en la tierra… Es el paraíso de Dios… la mansión de delicias de toda la beatísima Trinidad… Mira el ajuar… los enseres del taller… de la cocina… las camas… las ropas… pobrecito todo, modesto, como corresponde a unos pobres artesanos… pero ¡qué limpio, qué bien arreglado…! ¿Está así tu casa… y tus cosas?

 

Mira a las personas… san José y el Niño Jesús están aserrando unas tablas… ¡cómo se fatigan trabajando…! Mas ¡con qué gusto…! ¡Trabajan por Dios… en la casa de Dios!, ¡qué consuelo! ¡Oh, cómo esfuerza y santifica el trabajo esta consideración!

 

María cose… borda… hila… remienda la ropa de su esposo san José y de su Hijo Jesús, en los momentos que tiene libres después de hacer la comida y arreglar la casa…

 

¿No quieres ayudarles?... ¿Te desdeñarás de hacer lo que hacía la Madre de Dios, hija de cien reyes?

 

Punto segundo. Oye el silencio que reina en esta santa morada, que habla mejor al alma que los más elocuentes sermones… oye las palabras de vida que salen de la boca de Jesús, sabiduría eterna… oye las indicaciones de san José, que tienen fuerza de mandatos para Jesús… oye las pláticas espirituales de sobremesa, por la tarde… al anochecer… en los paseos o recreaciones… oye sobre todo las fervientes plegarias, los suspiros, los clamores de esta Sagrada Familia, por la gloria del Padre, por la salvación del mundo.

 

Oler… ¡qué fragancia tan celestial se respira en esta santa casa…! ¡Qué olor del cielo…! ¡Qué atmósfera de santidad… recogimiento… orden… virtud…! Solo entrar aquí y ya se trasmuda el alma y se mejora… Más vale un día pasado en la casita de Nazaret que mil años en los palacios fastuosos de los mundanos, de los pecadores. ¡Qué bien hace al alma el olor de la casita de Nazaret! Es como de un campo lleno.

 

Gustar… gusta la comida… la compañía santa… la pobreza con aseo, orden y limpieza que reina aquí… gusta la miel suavísima que mana de los nombres santísimos de Jesús, María y José… saboréalos… Di muchas veces: Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

Punto tercero. Tocar… a lo menos las vestiduras de Jesús, de María y de san José, ya que no seas digno de otra cosa… y si ni aún esto mereces… tocar las herramientas que usan en su trabajo Jesús y san José… ¿Deseas más, devoto josefino? Pide permiso a la Virgen para que te deje ver y admirar y tocar sus agujas, sus bordados, sus cosidos… ofrécete a continuar sus tareas… a ayudarle… en la cocina… barrer, arreglar la casa… Pídele siempre ser el primero en los trabajos y en los oficios humildes, para serlo después también en el premio, en la gloria.

 

¡Qué bien se está aquí, en la casita de Nazaret junto con Jesús, María y José! Yo nunca me movería de aquí. ¡Hagamos nuestra mansión en ella para siempre! ¿Qué más podemos desear? Aquí está Jesús, mi buen Jesús, mi adorado Jesús, mi Amor, mi Esposo, mi Dios y todas las cosas. Aquí está María, mi madre, mi buena madre, mi mejor madre, madre mía de mi alma, madre mía de mi corazón. Aquí está san José, el ayo de Jesús, el esposo de María, el abuelito de casa, mi señor y padre san José. ¡Santo bendito, Santo sin igual! ¡Qué bien se está aquí mirando y tornando a mirar, oyendo, gustando, oliendo y tocando a Jesús, María y José!

 

¿No es verdad que vale más un día pasado en la humildísima casa de Nazaret que mil años en los palacios de los pecadores?... ¡Oh si supiese aprovecharme de las lecciones que me dais, Jesús, María y José! ¡Cuán presto sería santo, modesto, recatado, humilde, obediente, trabajador, enamorado de vos! Hacedlo a vuestra mayor gloria, ¡oh Jesús, María y José!

 

Obsequio. Lo más que me permitan mis pensamientos visitaré y moraré en espíritu en la casita de Nazaret con Jesús, María y José.

 

Jaculatoria. Jesús, José y María, guardadme siempre en vuestra compañía.

 

Oración final para todos los días

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad.