lunes, 1 de marzo de 2021

SAN JOSÉ, MAESTRO Y MODELO DE CARIDAD. (15) Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.


SAN JOSÉ, MAESTRO Y MODELO DE CARIDAD. (15)

Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.

 

Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

Oración a san José

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en este mes, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

 

MEDITACIÓN

San Enrique de Ossó

SAN JOSÉ, MAESTRO Y MODELO DE CARIDAD.

 

Composición de lugar. Contempla a san José sudando y trabajando por amor a Jesús y a María.

 

Petición. Dame, Santo mío, la perfecta caridad.

 

Punto primero. ¿Qué es caridad? La caridad es la reina y madre de todas las virtudes, la que les da vida y mérito para la eternidad. El que más ame a Dios será más amado y glorificado en el cielo, porque el premio se da al amor. Quien tenga grande caridad, grande es; quien la tenga pequeña, pequeño es; quien nula la tenga, nada es. Ni la fe, ni la esperanza, ni todo el cortejo de virtudes religiosas y morales aprovechan para el cielo si no están informadas por la caridad. Ella es el más excelente camino para ir a Dios; es vínculo de la perfección, fin de los mandamientos, plenitud de toda la ley. “Ama, decía san Agustín, y haz lo que quieras”, porque quien verdaderamente ama nunca dará disgusto al amado, sino que procurará complacerle en todo. El modo de amar a Dios es amarle sin modo, porque cuanto más le amamos, mas motivos descubrimos de su infinito amor. La caridad ama a Dios con amor de complacencia, porque es infinitamente bueno y perfecto; ámale con amor de benevolencia, procurándole su mayor honra y gloria, pues aunque Dios no tiene necesidad de nuestros bienes, no obstante exige de sus criaturas racionales esta gloria y honra exterior. Ama a Dios sobre todas la cosas, devoto josefino, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, y ama al prójimo por amor de Dios y serás cabal y perfecto. Con la misma medida que midieres, medido serás. Amar a Dios es temerle y reverenciarle, confiar y tener celo de la honra divina, pureza de intención en las obras de su servicio, oración y recurso a Él en todas las necesidades, agradecimiento a sus beneficios, obediencia y entera conformidad a su voluntad, y humildad y paciencia en los azotes y trabajos que nos enviare.

 

Punto segundo. Amor de san José a Dios. –Nadie tuvo mejor los motivos y raíces del amor de Dios que san José, porque ningún Santo y solo san José fue ayo, padrino, tutor, dueño, amo de leche, padre adoptivo y padre de tan buenas obras de Jesucristo Hijo de Dios, como san José; luego de ningún santo fue Cristo cliente, ahijado, pupilo o menor, familiar, adoptado, elegido padre; luego además de las razones generales del amor, hay en el Santo estas particulares, y además con otro más particular amor, por ser hijo de su hijo, y cliente de su cliente. Solo el trato y comunicación familiar y casera con Jesús y María por treinta años; los besos, abrazos, regalos y caricias del Niño Dios, habían de producir tales incendios de caridad en el corazón puro, sencillo, amoroso y bien dispuesto de san José, que no se pueden explicar. ¡Cuántas veces pondría el Santo su boca sobre el pecho de Cristo, y oiría los latidos de su Corazón divino, que le abrasarían y derretirían y desmenuzarían en amor, oyendo y viéndole saltar y dar vuelcos dentro del pecho con deseos de romperse para meter dentro de sí a todos los hijos de Adán! ¡Cuántas veces y qué de abrazos no daría Jesús a san José, ya cuando niño, ya cuando mayorcito y en todo tiempo!... ¡Qué de veces le saludaría y le llamaría amorosamente padre y se colgaría de su cuello, mostrándole tiernísimo amor e infundiéndole inmensa gracia!... Tengo muy por cierto, dice un devoto escritor, que después del abrazo infinito entre el eterno Padre y el Hijo, del cual procede el infinito amor que es el Espíritu Santo, entre todos los otros principios de amor ninguno hubo más eficaz que los abrazos amorosos que Jesús daba a María y a san José; y así como por el abrazo de este mismo Hijo con el Padre eterno procedía amor infinito, de estos abrazos de la madre y padre temporales procedió amor inaccesible y soberano, el mejor que cabe en puras criaturas.

 

Además que en el amor de los padres a los hijos, el amor natural entíbiase con el amor divino. Mas en el amor de san José a su Hijo Jesús no hay división, ni cosa que ponga límite; no se entremete escrúpulo ni temor, porque todo es acerca de un mismo objeto: amor natural y divino, amor de Hijo y de Dios; y como arden los apetitos naturales y la voluntad como con en el fuego de un mismo amor, por eso es el mayor amor. Dábale el bueno de san José, al volver a casa de su trabajo, al Niño Jesús, manzanas y nueces y otras cosas que apetecen los niños, y así como los niños suelen ser tan generosos que a quien les da una manzanita alargan la joya que tienen en la mano aunque valga un reino, así Jesús le daría de la manzanas del sol y de la luna, que son los frutos del árbol de la cruz. Contemplando a Jesús y gorjeando con Él, le decía san José regaladísimas palabras de amor, y Cristo correspondía con mayores muestras de amor. Por fin, ninguno de los hombres nacidos fue más semejante a Cristo que san José, así en hermosura exterior como en costumbres y condiciones y en haber padecido trabajos por Jesús. Diole además el eterno Padre, a quien representó en la tierra, un corazón de padre para con su Hijo, el más hermoso de los hijos de los hombres, y estos eran motivos sobrehumanos que encendían y aquilataban más y más el amor de san José a su Dios. ¿Quién no admira y envidia tan soberano amor? ¿Amas tú de este modo a tu Dios, devoto josefino? Pide a tu Santo te dé siquiera una centellica de su volcán de amor divino para cumplir con la ley.

 

Punto tercero. Caridad nuestra. ¿Cuál es nuestra caridad? ¡Ay dolor!, no conocemos esta virtud hermosa. Miremos en san José, no solo el amor a Dios, sino también el amor al prójimo. Si es una misma la caridad con que amamos a Dios que con la que amamos al prójimo, claro está que había de ser inmenso nuestro amor al prójimo como debe serlo el amor a Dios. Amar al prójimo es aconsejarle bien. San José era el pacificador en todas las contiendas, dando consejos de paz. ¿Lo haces tú así, devoto josefino? –Amar al prójimo es socorrerle. Mira cómo san José le da aún de lo necesario, y nadie se vuelve sin una limosnita de felicidad de la presencia del Santo. ¿Lo haces tú así, devoto josefino? –Amar al prójimo es sufrirle. ¡Oh!, no hallarás otro Santo que más haya sufrido que san José del prójimo. ¡Y con qué paciencia y mansedumbre! ¿Lo haces tú así, devoto josefino? –Amar al prójimo es perdonarle. Mira cómo san José perdona de corazón a todos sus perseguidores, y ora por ellos. ¿Lo haces tú así, devoto josefino? –Amar al prójimo es edificarle con nuestras palabras, y sobre todo con nuestros buenos ejemplos. Mira al carpintero de Nazaret, modelo de todas las virtudes, y cómo las gentes acudían en tropel a verle trabajar con su Niño Jesús para admirar su modestia, su humildad, su mansedumbre, su caridad. Cómo les explicaba a los pastores, Magos, egipcios y gentes sencillas a quienes trataba, las bondades de Jesús y de María, los tesoros de gracia que en ellos estaban encerrados, y con esto los aficionaría a ellos. Mató una ternera en Belén para darla a los pobrecitos en el día del natalicio de su Hijo Jesús. ¿Qué haces tú para probar tu amor al prójimo? ¿Qué debes hacer? Enmiéndate. 

Obsequio. No dejaré pasar día sin hacer un acto de caridad con el prójimo.

 

Jaculatorias. Os amo, Dios mío, sobre todas las cosas, por ser Vos quien sois; aumentad mi amor. Quisiera amaros como vos mismo os amáis.

 

Oración final para todos los días

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad.