jueves, 11 de marzo de 2021

SENTIMIENTOS DEL CORAZÓN DE SAN JOSÉ EN LA CIRCUNCISIÓN DE JESUCRISTO. (25) Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.


SENTIMIENTOS DEL CORAZÓN DE SAN JOSÉ EN LA CIRCUNCISIÓN DE JESUCRISTO. (25)

Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.

 

Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

Oración a san José

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en este mes, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

 

MEDITACIÓN

San Enrique de Ossó

SENTIMIENTOS DEL CORAZÓN DE SAN JOSÉ EN LA CIRCUNCISIÓN DE JESUCRISTO

 

Composición de lugar. Ver la sangre que derrama Jesús con dolor y gozarme con san José y la Virgen de que se le llame Jesús.

 

Petición. Santo mío, pronuncie yo con fervor: ¡Viva Jesús, mi amor!

 

Punto primero. El orgullo del hombre exigía para su reparación el abatimiento de un Dios; la corrupción de la carne reclamaba por medicina la mortificación del hombre-Dios. Conocía el Señor que el origen de todos nuestros males eran la soberbia y sensualidad, y como sabio médico empleó todos los recursos de su sabiduría para curarlos… Jesucristo, sujetándose a la circuncisión, condena nuestra delicadeza y altanería. ¡Cuánta humillación no sufre el infante Jesús en esta dolorosa ceremonia! Era el Santo de los santos, y aparece como inmundo y necesitado de perdón, como cualquier hijo de Adán… Tanto amaba Jesús la humillación, que no le sufrió el corazón esperar al fin de su vida muriendo en una cruz, para hacerse como objeto de maldición; después de nacido se confunde luego con los pecadores… Pondera, devoto de san José, el dolor que experimentaría su corazón al ver correr las primicias de la sangre inocente de su adorado Jesús… Oye sus tiernos vagidos… llora san José de compasión. ¡Oh Jesús de mi alma!, exclama san José, ¿Qué tiene que ver con vos la marca del pecador? ¿Por qué imprimís sobre vuestra pura carne el oprobioso remedio del pecado? ¡Oh, el más grande y el más pequeño, el más excelso y el mas abatido, el primero y el último de los hijos de los hombres!, cuanto más abatido te contemplo, mejor eres, Jesús, para mi corazón… ¡Devoto josefino!, confiesa que no tiene cura tu soberbia si no basta la humillación de todo un Dios a arrancarla de tu corazón.

 

Punto segundo. Suena a los oídos de san José el dulcísimo nombre de Jesús, y cual sagrado conjuro disipa su dolor y llena de inefables consolaciones su alma. Jesús es nombre de grandeza, porque expresa el Dios de los hombres; nombre de dulzura, por ser Padre de los hombres; nombre de poder, porque significa el Salvador de los hombres… Por ello san José adoró el nombre de Jesús por su excelencia, le amó por su dulzura y le invocó con confianza por su poder. ¡Oh Jesús, padre de los pobres y consuelo de los afligidos!, ¡verdaderamente eres Jesús, Hijo mío, decía san José, pues tan presto derramas tu sangre para salud del hombre!... En este momento el Padre eterno, que se complace en ensalzar a los humildes, descubrió a san José todo el fruto de su sangre divina y las ruidosas victorias que este nombre santo reportaría sobre las potestades del Averno, y su eficacia para conseguir del eterno Padre todo cuanto por Él se le pidiese. Contempló postrados de rodillas al oír este nombre suavísimo al cielo, a la tierra, y a los abismos, adorando su soberana excelencia. ¡Qué gozo para el corazón paternal de san José causarían estas nuevas!... Medítalo en silencio… Yo también os adoro, oh Jesús de mi José, y por su intercesión os pido pongáis vuestro divino nombre como un sello sobre mi corazón y mis labios, para que no ame ni suspire sino por Jesús. ¡Oh Emmanuel amabilísimo!, sé para mí Jesús y salud; Jesús a mi memoria, Jesús a mi entendimiento, Jesús a mi corazón, Jesús en vida y en la eternidad.

 

Punto tercero. ¿Cómo has practicado hasta hoy, devoto del Santo, la humildad y la mortificación? ¿Es Jesús verdaderamente Jesús para tu alma?... Quizás no sabes siquiera qué es humildad, y la necesidad suprema que tienes de esta celestial virtud para salvarte… Por ventura ignoras lo que es mortificación, y huyes de mortificar tus desordenados apetitos como del mal más temible, y buscas medios de halagar y satisfacer tus pasiones, como si en ello estuviese cifrada tu mayor dicha, y evitas con sumo cuidado todo lo que puede ser doloroso a tu sensualidad… ¡Oh devoto del Santo!, yerras, yerras si así pretendes contentar a Dios y salvar tu alma. Siguiendo este camino sembrado de flores que te ofrece el mundo y te exige tu concupiscencia, pararás al fin en tormentos eternos. Los que son de Cristo, dice san Pablo, crucificaron su carne con todas sus concupiscencias; siempre llevan ceñido su cuerpo con la mortificación de Cristo Jesús. No será para ti Jesús, si no te aplicas la medicina que te ofrece, si no aprendes las lecciones de vida eterna que te da… Si quieres reinar con Jesús en el cielo, humíllate con Él en la tierra. Si pretendes gozar de las delicias de su casa y de su gloria, menester es que padezcas con Él. Humildad, mortificación: he aquí las dos condiciones que exige de ti el Niño Jesús para salvarte… Humillación, sufrimiento: he aquí las dos lecciones de vida eterna que te da Jesús en su circuncisión para ser Jesús de tu alma… ¡Feliz mil veces, devoto de san José, si las oyes y practicas con fidelidad!... ¡Jesús humilde y mortificado!, reina en mi corazón por gracia eternamente. Amén.

 

Obsequio. Repetiré en todas mis tentaciones: ¡Viva Jesús, mi amor!

 

Jaculatoria. Jesús, Jesús, Jesús mío, misericordia. (100 días de perdón).

 

Oración final para todos los días

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad.