domingo, 7 de marzo de 2021

NO TEMÉIS IRRITAR A JESUCRISTO. San Alfonso María de Ligorio

 


 COMENTARIO AL EVANGELIO 

San Alfonso María de Ligorio 

III domingo de Cuaresma


DE LOS QUE CALLAN PECADOS EN LA CONFESIÓN

 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO


Erat Jesus ejiciens dæmonium, et illud erat mutum.

«Estaba Jesús lanzando un demonio, el cual era mudo»

(Luc. XI, 14)

El demonio no lleva los pecadores al Infierno con los ojos abiertos, sino que los ciega, primeramente con la malicia de sus mismos vicios. Excœcavit enim illos malitia eorum: «desatinaron cegados de su propia malicia»: (Sap. II, 21); y después los conduce consigo a la eterna perdición. Así, el enemigo procura, primero, cegarnos, para que no veamos el pecado que cometemos, y la ruina que nos preparamos, ofendiendo a Dios. Luego que hemos pecado, procura cegarnos para que no nos confesemos por vergüenza, y así nos ata a una doble cadena para conducirnos al Infierno, haciendo que después del pecado cometido cometamos otro pecado mayor: el sacrilegio. De este asunto quiero hablaros hoy, para que conozcáis toda la gravedad y las consecuencias del callar pecados en la confesión.

1. Escribiendo San Agustín sobre aquel texto de David: Pone, Domine, ostium circumstantiae labiis meis«Pon, Señor, un candado que cierre enteramente mis labios (Psal. CXL, 3); dice así: Non dixit claustrum, des ostium et aperitur et clauditur; aperiatur ad confessionem peccati: claudatur ad excusationem peccati«No dijo claustro, sino puerta; la puerta se abre para confesar el pecado, y se cierra para callarlo». Quiere decir con esto, que el hombre debe tener la puerta en la boca para cerrarla a las palabras deshonestas, a las murmuraciones y a las blasfemias; y abrirla para confesar los pecados cometidos. El callar, cuando nos vemos instigados a pronunciar palabras injuriosas contra Dios, o contra el prójimo, es acto de virtud; pero el callar en la confesión los pecados cometidos, es la ruina del alma. Esto es lo que pretende de nosotros el demonio, que tengamos la boca cerrada después que hemos pecado, y no nos confesemos. Refiere San Antonino, que vió cierto solitario en una ocasión al demonio que estaba en una iglesia, andando alrededor de algunas personas que querían confesarse: preguntóle, que hacía en ese sitio y respondióle: Reddo pænitentibus, quod antea eis abstuli, abstuli verecundiam, ut peccarent; reddo nunc, ut a confessione abhorreant«Estoy restituyendo a los penitentes lo que antes les quité; quitéles la vergüenza para que pecaran, y se las restituyo ahora para que no se confiesen»: Putruerunt et corruptae sunt cicatrices meae a facie insipientiae meae«Encontráronse y corrompiéronse mis llagas a causa de mi necedad» (Psal. XXXVII, 6). Las llagas, cuando se granguenan, acarrean la muerte; y lo mismo acontece con los pecados callados en la confesión, por que son unas llagas del alma grangrenadas.

2. San Juan Crisóstomo dice, que «Dios puso vergüenza en el pecado para que no le cometamos, y nos da la mayor confianza en la confesión, prometiendo el perdón al pecador que se acusa de él»: Pudorem dedit Deus peccato, confessioni fiduciam: invertit rem diabolus,  peccato fiduciam præbet, confessioni pudorem. (Chrys. proæm. in Isa.) El demonio practica todo lo contrario: inspira confianza al pecador con la esperanza del perdón, para que peque; pero después que ha pecado, le llena de vergüenza para que no se confiese.

 3. Un discípulo de Sócrates, al salir de casa de una mala mujer, vió que su maestro que pasaba por allí, y retrocedió para que éste no le viera. Entonces Sócrates, acercándose a la puerta, le dijo: «Hijo mío, vergonzoso es entrar en esta casa, más no lo es el salir de ella»: Non te pudeat, fili agredi ex hoc loco; intrasse pudeat. Así os digo yo al presente: Hermanos míos pecadores, cosa vergonzosa es ofender a un Dios tan grande y tan bueno; pero no lo es confesar el pecado después que lo hemos cometido. ¿Tuvo acaso vergüenza Santa María Magdalena de confesar en público a los pies de Jesucristo, cuando se convirtió, que era una mujer pecadora? Aquella confesión fue la que la hizo santa. ¿Tuvo acaso vergüenza San Agustín, no digo solamente de confesar sus pecados, sino de escribirlos en uno de sus libros, para que fuesen conocidos por todo el mundo? ¿Tuvo vergüenza de confesarse Santa María Egipciaca, que había sido tantos años una mujer deshonesta? Así se hicieron estos santos, y al presente son venerados en los altares.

4. En los tribunales de la tierra se dice, que el que confiesa, es condenado; pero en el tribunal de Jesucristo, el que confiesa obtiene perdón y recibe la corona del Paraíso. San Juan Crisóstomo dice, que «después de la confesión, el penitente recibe una corona»: Post confessionem, datur pænitenti corona. El que quiere curarse una llaga debe mostrarla al médico: de otro modo se empeorará y le arrastrará a la muerte: Quod ignorat, -dice el Concilio de Trentomedicina non curat. Por lo tanto, hermanos míos, si vuestra alma está mancillada con el pecado, no os avergoncéis de manifestarlo al confesor, porque de otro modo pereceréis: Pro anima tua me confundaris dicere verum: «No te avergüences de decir la verdad cuando se trata de tu alma». (Eccl. IV, 24) Pero, me diréis: yo, padre, tengo mucha vergüenza de confesar aquél pecado. Pues, hijos míos, respondo yo, esa vergüenza es la que debéis vencer si queréis salvaros: Est enim confusio adducens peccatum, et est confusio adducens gloriam et gratiam«Hay  vergüenza que conduce al pecado, y hay también vergüenza que acarrea la gloria y la gracia» (Ibid. IV, 25): la una conduce los hombres al pecado, y esta es aquella vergüenza que te hace callar en la confesión las culpas cometidas: la otra es aquella que se siente al confesarlas, y nos hace recibir la gracia de Dios en esta vida, y la gloria del Paraíso en la otra.

5. San Agustín escribe, que el lobo coge del cuello a la oveja con los dientes, para que no se le escape de las manos, y no pueda buscar ayuda balando: así se la lleva con seguridad y la devora. Lo mismo practica el demonio con tantas infelices ovejas de Jesucristo: después que las indujo a pecar, las coge por el cuello para que no se confiesen, y así conduce la presa con seguridad al Infierno. Luego que uno ha cometido una culpa grave, no le queda otro remedio de salvarse que confesarla. Pero ¿que esperanza de salvación puede tener aquel que va a confesarse y calla el pecado, sirviéndose de la confesión para ofender más a Dios, y para constituirse más esclavo del demonio? ¿Qué diríais de aquél enfermo, que tomase una taza de veneno, en vez del remedio que le había ordenado el médico? Y ¿qué es la confesión para un pecador que calla sus pecados, sino una taza de veneno, que añade a su conciencia la malicia del sacrilegio? Cuando el confesor absuelve al penitente, le dispensa la sangre de Jesucristo, puesto que le absuelve de su pecado por el mérito de aquélla santísima sangre. Pero ¿que hace el que calla pecados en la confesión? Huella la sangre de Jesucristo. Y si además recibe la comunión en pecado, según San Juan Crisóstomo, arroja en cierta manera, a una cloaca la hostia consagrada: Non minus detestabile est in os pollatum, quam in sterquilinium miltere Dei Filium. (Hom. 83, in Matth.) ¡Cuántas pobres almas arrastra al Infierno la maldita vergüenza, porque -como dice Tertuliano-, atiende más a la vergüenza que a la salvación! Éstas desgraciadas tienen solamente presente la vergüenza, y no piensan que se condenan irremisiblemente, si no confiesan sus pecados.

6. Algunos dicen: «¿Qué dirá mi confesor cuando sepa que he cometido tal pecado?» ¿Que ha de decir? Dirá que sois unos miserables, como lo son cuantos viven en éste mundo: dirá, que si habéis cometido el pecado, habéis hecho una acción gloriosa venciendo la vergüenza que teníais de confesarlo.

7. Otros dicen: «Si confieso tal pecado, temo que se publique». A éstos pregunto yo: ¿a cuántos confesores tenéis que confesarlo? Basta decírselo a un solo sacerdote; y así como éste escucha el tuyo, escucha también otros muchos de otras personas. basta que le confieses una vez, para que el confesor te absuelva, y así quedarás con la conciencia tranquila. «Es verdad», dice el pecador; «pero yo tengo grande repugnancia en manifestar mi pecado a mi padre espiritual». Pues díselo a otro confesor, cualquiera que sea. «Pero mi confesor lo llevará a mal, si llega a saber que me confieso con otro». Pues ¿que es lo que quieres hacer? ¿Quieres cometer acaso un sacrilegio confesándote mal, y condenarte por no disgustar a tu confesor? Esto sería la mayor locura.

8. Otro pecador dice: » Temo que el confesor descubra a otros mi pecado…» ¿Qué es lo que dices? ¿que necedad es sospechar, que sea tan malvado el confesor que quebrante el sigilo de la confesión, y comunique a otras personas tu pecado? ¿Ignoras, acaso, que el sigilo de la confesión, y comunique a otras personas tu pecado? ¿Ignoras, acaso, que el sigilo de la confesión es tan estrecho, que no puede el confesor al salir del confesionario hablar una palabra, ni aun acerca de un pecado venial, hasta con la persona misma que se confesó, y que si lo hiciese, cometería un delito muy grave?

9. Pero el pecador replica: «Temo que al saber el confesor mi debilidad, me la echará en cara y se irritará». Pero ¿no ves, -le respondo yo- que todos esos temores son engaños del demonio, para arrastrarte a los Infiernos? El confesor ni te echará nada en cara, ni se irritará, sino que con la dulzura evangélica, propia de un discípulo de Cristo, te dará aquellos avisos que te convengan. Y debes saber, que el mayor consuelo que puede tener cualquier confesor es, absolver al penitente que se acusa de sus culpas con sinceridad y verdadero dolor. Si una reina fuese herida de muerte por un esclavo, y tu la pudieses curar con algún remedio, ¿que gozo no tendríais si la librabas de la muerte? Pues un placer semejante recibe el confesor que absuelve al alma que estaba en pecado: con su auxilio libra de la muerte, y la hace reina del Paraíso, haciéndole recobrar la gracia divina.

10. Más los pecadores tenéis muchos temores infundados, y no teméis condenaros cometiendo un pecado tan enorme, como es el callar pecados en la confesión. Teméis irritar al confesor, y no teméis irritar a Jesucristo que os ha de juzgar a la hora de la muerte. Teméis que sepan otros vuestros pecados, siendo así que es imposible, puesto que los manifestáis en secreto al confesor, y éste tiene que guardar el secreto precisamente; y no teméis que el día del juicio han de saber vuestros pecados todos los habitantes del mundo, si ahora los calláis. Si supierais que no confesando al confesor aquél pecado, lo habían de saber todos vuestros parientes y conocidos, seguramente lo confesaríais. Pero ¿tenéis fe o no la tenéis? ¿No sabéis, -dice San Bernardo– que : «si no decís vuestra culpa a un hombre, que es pecador, lo mismo que vosotros, aquel pecado lo han de saber el día del juicio, no solamente vuestros parientes y conocidos, sino todos los hombres del mundo»? (Joann. cap. 11, Lazare, veni forus). Dios mismo, para confusión vuestra, si no os confesáis ahora, publicará entonces, no solamente ese pecado que calláis por vergüenza, sino todas las inmundicias que hubieres cometido durante la vida, en presencia de los ángeles y de todos los hombres: Revelabo pudenda tua in facie tua: «Descubriré tus infamias ante tu misma cara» (Nahum III, 5).

11. Oye, pues, pecador, lo que San Ambrosio te aconseja: «El demonio tiene preparado el proceso de todos tus pecados para acusarte de ellos en el tribunal de Dios. Si quieres evitar esta acusación toma la delantera a tu acusador, acúsate a tí mismo ante un confesor, y no habrá entonces ninguno que te acuse» (S. Ambr. lib. 2 de Pænitent. cap. 2). Al contrario, dice San Agustín; «el que no se acusa en la confesión, tiene oculto su pecado y cierra la puerta al perdón de Dios» (Hom. XII, 50).

12. Ánimo, pues, hermanos míos; y si alguno de vosotros ha cometido el error de callar pecados por vergüenza, esfuércese y manifiéstelos todos a un confesor: Bono animo gloriam redde deo: «da con alegre corazón gloria a Dios» (Eccl. XXXV, 10), y confunde al demonio. Inducía éste a cierta penitente, a que no confesase por vergüenza un pecado que había cometido; pero determinó al fin confesarlo, y, mientras iba a buscar al confesor, se le presentó el demonio, y le dijo ¿Dónde vas? Ella respondió con valor: Voy a confundirme a mí y a tí. Así os digo yo ahora: si habéis callado algún pecado grave, manifestadlo al confesor, confundid al demonio: tened presente, que cuanto más os hayas violentado para hacer esta confesión, mayor será la recompensa que os dará Jesucristo.

13. ¡Ea, pues! desatad esa serpiente que tiene presa a vuestra alma, y cuyas mordeduras continuas no os dejan sosegar. ¡Que Infierno tan cruel sufre una persona que conserva en su alma un pecado, que dejó de confesar por vergüenza! Verdaderamente es un Infierno anticipado. Para librarse de él, basta decir al confesor «Padre, yo tengo cierto escrúpulo de no haber confesado un pecado de mi vida pasada; pero tengo vergüenza de decirlo». Entonces el confesor tendrá cuidado de sacaros del corazón esta serpiente que os roe la conciencia. Y para que no forméis escrúpulos sin fundamento, sabed, que si este pecado que teméis confesar, no es mortal, o no lo habéis tenido por tal, no estáis obligado a confesarlo, porque no estamos obligados a confesar sino los pecados mortales. Además, si dudáis de haber confesado o no algún pecado de vuestra vida pasada, pero estáis seguros de haber hecho desde entonces escrupulosamente el examen de la conciencia, y de que no habéis callado ningún pecado voluntariamente o por vergüenza, en este caso, aunque la falta de que dudáis si la habéis confesado o no, sea muy grave, no estáis obligados a confesarla ya, estando moralmente seguros de que la confesasteis antes. Al contrario, si sabéis que esta falta es grave y no la confesasteis, es necesario confesarla o condenaros. Pero no, volad prontamente al confesor, almas descarriadas, que Jesucristo os espera con los brazos abiertos para perdonaros y abrazaros desde el instante que confeséis vuestra falta. Yo os aseguro que, después de una confesión completa sentiréis una alegría tan grande por haber limpiado vuestra conciencia y recobrado la gracia de Dios, que bendeciréis el instante en que os resolvisteis a hacer una sincera confesión.

Apresuraos a buscar un confesor, no deis tiempo al demonio para que os tiente a retardar más esta confesión saludable: volad contritos, que Jesucristo os espera cual padre amoroso que desea abrazar a sus hijos descarriados.