NOVENA PREPARATORIA DE NAVIDAD CON BENEDICTO XVI.
20 de diciembre
LOS REYES MAGOS
Benedicto XVI, 6 de enero de 2011
¿Qué clase de personas eran y qué tipo
de estrella era esa? Probablemente eran sabios que escrutaban el cielo, pero no
para tratar de «leer» en los astros el futuro, quizá para obtener así algún
beneficio; más bien, eran hombres «en busca» de algo más, en busca de la
verdadera luz, una luz capaz de indicar el camino que es preciso recorrer en la
vida. Eran personas que tenían la certeza de que en la creación existe lo que
podríamos definir la «firma» de Dios, una firma que el hombre puede y debe
intentar descubrir y descifrar. Tal vez el modo para conocer mejor a estos
Magos y entender su deseo de dejarse guiar por los signos de Dios es detenernos
a considerar lo que encontraron, en su camino, en la gran ciudad de Jerusalén.
Ante todo encontraron al rey Herodes.
Ciertamente, Herodes estaba interesado en el niño del que hablaban los Magos,
pero no con el fin de adorarlo, como quiere dar a entender mintiendo, sino para
eliminarlo. Herodes es un hombre de poder, que en el otro sólo ve un rival
contra el cual luchar. En el fondo, si reflexionamos bien, también Dios le
parece un rival, más aún, un rival especialmente peligroso, que querría privar
a los hombres de su espacio vital, de su autonomía, de su poder; un rival que
señala el camino que hay que recorrer en la vida y así impide hacer todo lo que
se quiere. Herodes escucha de sus expertos en las Sagradas Escrituras las palabras
del profeta Miqueas (5, 1), pero sólo piensa en el trono. Entonces Dios mismo
debe ser ofuscado y las personas deben limitarse a ser simples peones para
mover en el gran tablero de ajedrez del poder. Pero deberíamos preguntarnos:
¿Hay algo de Herodes también en nosotros? ¿También nosotros, a veces, vemos a
Dios como una especie de rival? ¿También nosotros somos ciegos ante sus signos,
sordos a sus palabras, porque pensamos que pone límites a nuestra vida y no nos
permite disponer de nuestra existencia como nos plazca?
Los Magos, luego, se encuentran con
los estudiosos, los teólogos, los expertos que lo saben todo sobre las Sagradas
Escrituras, que conocen las posibles interpretaciones, que son capaces de citar
de memoria cualquier pasaje y que, por tanto, son una valiosa ayuda para
quienes quieren recorrer el camino de Dios. Pero, afirma san Agustín, les gusta
ser guías para los demás, indican el camino, pero no caminan, se quedan
inmóviles. Pero podemos preguntarnos de nuevo: ¿no existe también en nosotros
la tentación de considerar las Sagradas Escrituras, este tesoro riquísimo y
vital para la fe la Iglesia, más como un objeto de estudio y de debate de
especialistas que como el Libro que nos señala el camino para llegar a la vida?
Sigamos el camino de los Magos que
llegan a Jerusalén. Sobre la gran ciudad la estrella desaparece, ya no se ve.
¿Qué significa eso? También en este caso debemos leer el signo en profundidad.
Para aquellos hombres era lógico buscar al nuevo rey en el palacio real, donde
se encontraban los sabios consejeros de la corte. Pero, probablemente con
asombro, tuvieron que constatar que aquel recién nacido no se encontraba en los
lugares del poder y de la cultura, aunque en esos lugares se daban valiosas
informaciones sobre él. En cambio, se dieron cuenta de que a veces el poder,
incluso el del conocimiento, obstaculiza el camino hacia el encuentro con aquel
Niño. Entonces la estrella los guió a Belén, una pequeña ciudad; los guió hasta
los pobres, hasta los humildes, para encontrar al Rey del mundo. Los criterios
de Dios son distintos de los de los hombres. Dios no se manifiesta en el poder
de este mundo, sino en la humildad de su amor, un amor que pide a nuestra
libertad acogerlo para transformarnos y ser capaces de llegar a Aquel que es el
Amor.
Así
resulta muy claro también un último elemento importante del episodio de los
Magos: el lenguaje de la creación nos permite recorrer un buen tramo del camino
hacia Dios, pero no nos da la luz definitiva. Al final, para los Magos fue
indispensable escuchar la voz de las Sagradas Escrituras: sólo ellas podían
indicarles el camino. La Palabra de Dios es la verdadera estrella que, en la
incertidumbre de los discursos humanos, nos ofrece el inmenso esplendor de la
verdad divina. Dejémonos guiar por la estrella, que es la Palabra de Dios;
sigámosla en nuestra vida, caminando con la Iglesia, donde la Palabra ha
plantado su tienda. Nuestro camino estará siempre iluminado por una luz que
ningún otro signo puede darnos. Y también nosotros podremos convertirnos en
estrellas para los demás, reflejo de la luz que Cristo ha hecho brillar sobre
nosotros. Amén.