COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO
IV DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTES
IV DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTES
Forma Extraordinaria del Rito Romano
La llamada de Pedro a ser pastor, que hemos oído en
el Evangelio, viene después de la narración de una pesca abundante; después de
una noche en la que echaron las redes sin éxito, los discípulos vieron en la
orilla al Señor resucitado. Él les manda volver a pescar otra vez, y he aquí
que la red se llena tanto que no tenían fuerzas para sacarla; había 153 peces
grandes y, “aunque eran tantos, no se rompió la red” (Jn 21, 11). Este relato
al final del camino terrenal de Jesús con sus discípulos, se corresponde con
uno del principio: tampoco entonces los discípulos habían pescado nada durante
toda la noche; también entonces Jesús invitó a Simón a remar mar adentro. Y
Simón, que todavía no se llamaba Pedro, dio aquella admirable respuesta:
“Maestro, por tu palabra echaré las redes”. Se le confió entonces la misión:
“No temas, desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 1.11). También hoy se
dice a la Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar
de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el
Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera. Los Padres han
dedicado también un comentario muy particular a esta tarea singular. Dicen así:
para el pez, creado para vivir en el agua, resulta mortal sacarlo del mar. Se
le priva de su elemento vital para convertirlo en alimento del hombre. Pero en
la misión del pescador de hombres ocurre lo contrario. Los hombres vivimos
alienados, en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de
oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte
y nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera. Así es,
efectivamente: en la misión de pescador de hombres, siguiendo a Cristo, hace
falta sacar a los hombres del mar salado por todas las alienaciones y llevarlo
a la tierra de la vida, a la luz de Dios. Así es, en verdad: nosotros existimos
para enseñar Dios a los hombres. Y únicamente donde se ve a Dios, comienza
realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo
que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada
uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es
querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que
haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más
bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él. La tarea del
pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa
y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de
Dios que quiere hacer su entrada en el mundo.
Benedicto XVI