COMENTARIO AL
EVANGELIO
II DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
Jesús
en el Evangelio nos habla de la respuesta que se da a la invitación de Dios
—representado por un rey— a participar en su banquete (cf. Mt 22, 1-14). Los
invitados son muchos, pero sucede algo inesperado: rehúsan participar en la
fiesta, tienen otras cosas que hacer; más aún, algunos muestran despreciar la
invitación. Dios es generoso con nosotros, nos ofrece su amistad, sus dones, su
alegría, pero a menudo nosotros no acogemos sus palabras, mostramos más interés
por otras cosas, ponemos en primer lugar nuestras preocupaciones materiales,
nuestros intereses. La invitación del rey encuentra incluso reacciones
hostiles, agresivas. Pero eso no frena su generosidad. Él no se desanima, y
manda a sus siervos a invitar a muchas otras personas. El rechazo de los
primeros invitados tiene como efecto la extensión de la invitación a todos,
también a los más pobres, abandonados y desheredados. Los siervos reúnen a
todos los que encuentran, y la sala se llena: la bondad del rey no tiene
límites, y a todos se les da la posibilidad de responder a su llamada. Pero hay
una condición para quedarse en este banquete de bodas: llevar el vestido
nupcial. Y al entrar en la sala, el rey advierte que uno no ha querido
ponérselo y, por esta razón, es excluido de la fiesta. Quiero detenerme un
momento en este punto con una pregunta: ¿cómo es posible que este comensal haya
aceptado la invitación del rey y, al entrar en la sala del banquete, se le haya
abierto la puerta, pero no se haya puesto el vestido nupcial? ¿Qué es este
vestido nupcial? En la misa in Coena Domini de este año hice referencia a un
bello comentario de san Gregorio Magno a esta parábola. Explica que ese
comensal responde a la invitación de Dios a participar en su banquete; tiene,
en cierto modo, la fe que le ha abierto la puerta de la sala, pero le falta algo
esencial: el vestido nupcial, que es la caridad, el amor. Y san Gregorio añade:
«Cada uno de vosotros, por tanto, que en la Iglesia tiene fe en Dios ya ha
tomado parte en el banquete de bodas, pero no puede decir que lleva el vestido
nupcial si no custodia la gracia de la caridad» (Homilía 38, 9: pl 76,1287). Y
este vestido está tejido simbólicamente con dos elementos, uno arriba y otro
abajo: el amor a Dios y el amor al prójimo (cf. ib., 10: pl 76, 1288). Todos
estamos invitados a ser comensales del Señor, a entrar con la fe en su
banquete, pero debemos llevar y custodiar el vestido nupcial, la caridad, vivir
un profundo amor a Dios y al prójimo.
Benedicto XVI, 9 de octubre de 2011