MI AMADO PARA MÍ Y
YO PARA MI AMADO
¡Oh, verdadero Amador, con cuánta piedad,
con cuánta suavidad, con cuánto deleite, con cuánto regalo y con cuán
grandísimas muestras de amor curáis estas llagas que con las saetas del mismo
amor habéis hecho! ¡Oh, Dios mío y descanso de todas las penas, qué desatinada
estoy! ¿Cómo podía haber medios humanos que curasen a los que ha enfermado el
fuego divino? ¿Quién ha de saber hasta dónde llega esta herida, ni de qué
procedió, ni cómo se puede aplacar tan penoso y deleitoso tormento? No sería
justo que tan precioso mal pudiera poderse aplacar con algo tan vulgar como son
los medios que pueden tomar los mortales. Con cuánta razón dice la esposa en
los Cantares: "Mi Amado para mí y yo para mi Amado" (2, 16); porque
semejante amor no es posible que tenga su origen en amor tan pobre como el mío. Pues si es pobre, Esposo mío, cómo no
para en ninguna criatura hasta llegar a su Creador? ¡Oh mi Dios!, ¿por qué yo
para mi Amado?. Vos, mi verdadero Amador, comenzáis esta guerra de amor, que no
parece otra cosa el desasosiego y desamparo de todas las potencias y sentidos
que salen por las plazas y barrios conjurando a las hijas de Jerusalén que le
digan a su Dios. ¡Oh, alma mía, qué batalla tan admirable has tenido en esta
pena, y cuán al pie de la letra pasa así! Pues mi Amado para mí y yo para mi
Amado, ¿quién será el que podrá extinguir y apagar dos fuegos tan encendidos?
Será trabajar en balde, porque ya se han convertido en uno (E 16).