COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO
DEDICACIÓN DE LA ARCHIBASÍLICA DEL SALVADOR
Forma Extraordinaria del Rito Romano
La liturgia nos invita a celebrar
hoy la Dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, llamada "madre y
cabeza de todas las Iglesias de la urbe y del orbe". En efecto, esta
basílica fue la primera en ser construida después del edicto del emperador
Constantino, el cual, en el año 313, concedió a los cristianos la libertad de
practicar su religión. Ese mismo emperador donó al Papa Melquíades la antigua
propiedad de la familia de los Laterani, y allí hizo construir la basílica, el
baptisterio y patriarquio, es decir, la residencia del Obispo de Roma, donde
habitaron los Papas hasta el período aviñonés. El Papa Silvestre celebró la
dedicación de la basílica hacia el año 324, y el templo fue consagrado al
Santísimo Salvador; sólo después del siglo VI se le añadieron los nombres de
san Juan Bautista y san Juan Evangelista, de donde deriva su denominación más
conocida. Esta fiesta al inicio sólo se celebraba en la ciudad de Roma;
después, a partir de 1565, se extendió a todas las Iglesias de rito romano. De
este modo, honrando el edificio sagrado, se quiere expresar amor y veneración a
la Iglesia romana que, como afirma san Ignacio de Antioquía, "preside en
la caridad" a toda la comunión católica (Carta a los Romanos, 1, 1).
En esta solemnidad, la Palabra de
Dios recuerda una verdad esencial: el templo de ladrillos es símbolo de la
Iglesia viva, la comunidad cristiana, que ya los apóstoles san Pedro y san
Pablo, en sus cartas, consideraban como "edificio espiritual",
construido por Dios con las "piedras vivas" que son los cristianos,
sobre el único fundamento que es Jesucristo, comparado a su vez con la
"piedra angular" (cf. 1 Co 3, 9-11. 16-17; 1 P 2, 4-8; Ef 2, 20-22). "Hermanos:
sois edificio de Dios", escribe san Pablo, y añade: "El templo de
Dios es santo: ese templo sois vosotros" (1Co 3, 9.17). La belleza y la
armonía de las iglesias, destinadas a dar gloria a Dios, nos invitan también a
nosotros, seres humanos limitados y pecadores, a convertirnos para formar un
"cosmos", una construcción bien ordenada, en estrecha comunión con
Jesús, que es el verdadero Santo de los Santos.
Esto sucede de modo culminante en
la liturgia eucarística, en la que la ecclesia, es decir, la comunidad de los
bautizados se reúne para escuchar la Palabra de Dios y alimentarse del Cuerpo y
la Sangre de Cristo. En torno a esta doble mesa la Iglesia de piedras vivas se
edifica en la verdad y en la caridad, y es plasmada interiormente por el
Espíritu Santo, transformándose en lo que recibe, conformándose cada vez más a
su Señor Jesucristo. Ella misma, si vive en la unidad sincera y fraterna, se
convierte así en sacrificio espiritual agradable a Dios.
Queridos amigos, la fiesta de hoy
celebra un misterio siempre actual: Dios quiere edificarse en el mundo un
templo espiritual, una comunidad que lo adore en espíritu y en verdad (cf. Jn
4, 23-24). Pero esta celebración también nos recuerda la importancia de los
edificios materiales, en los que las comunidades se reúnen para alabar al
Señor. Por tanto, toda comunidad tiene el deber de conservar con esmero sus
edificios sagrados, que constituyen un valioso patrimonio religioso e
histórico. Por eso, invoquemos la intercesión de María santísima, para que nos
ayude a convertirnos, como ella, en "casa de Dios", templo vivo de su
amor.
Benedicto XVI, 9 de
noviembre de 2008