domingo, 2 de noviembre de 2014

LA OFENSA SOLO SE PUEDE SUPERAR CON EL PERDÓN


COMENTARIO AL EVANGELIO
XXI DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria del Rito Romano

Esta petición presupone un mundo en el que existen ofensas: ofensas entre los hombres, ofensas a Dios. La superación de la culpa es una cuestión central de toda existencia humana; la historia de las religiones gira en torno a ella. La ofensa provoca represalia; se forma así una cadena de agravios en la que el mal de la culpa crece de continuo y se hace cada vez más difícil superar. Con esta petición, el Señor nos dice: la ofensa solo se puede superar mediante el perdón, no a través de la venganza. Dios es un Dios que perdona porque ama sus criaturas; pero el perdón solo puede penetrar, solo puede ser efectivo, en quien a su vez perdona. El tema del “perdón” aparece continuamente en todo el Evangelio. Dios mismo, sabiendo que los hombres estábamos enfrentados con El como rebeldes, se ha puesto en camino desde su divinidad para venir a nuestro encuentro, para reconciliarnos. Recordemos, que antes del don de la Eucaristía, se arrodilló ante sus discípulos y les lavó los pies sucios, los purificó con su amor humilde. Y finalmente escuchamos la petición de Jesús desde la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34).
La petición del perdón supone algo más que una exhortación moral, que también lo es y, como tal, representa un desafío nuevo cada día. Pero en el fondo es -como las demás peticiones- una oración cristológica. Nos recuerda a Aquel que por el perdón ha pagado el precio de descender a las miserias de la existencia humana y a la muerte en la cruz. Por eso nos invita ante todo al agradecimiento, y después también a enmendar con El el mal mediante el amor, a consumirlo sufriendo. Y al reconocer cada día que para ello no bastan nuestras fuerzas, que frecuentemente volvemos a ser culpables, entonces esta petición nos brinda el gran consuelo de que nuestra oración es asumida en la fuerza de su amor y, con él, por él y en él, puede convertirse a pesar de todo en fuerza de salvación.
Benedicto XVI (Raztinger, Jesús de Nazaret)