9 de mayo
San Gregorio Nacianceno, obispo, confesor y doctor de la Iglesia
Gregorio, noble capadociano, llamado el Teólogo a causa de su gran conocimiento de las letras divinas, nació en Nacianzo, Capadocia. Instruido en Atenas, junto con San Basilio, en toda clase de ciencias, se consagró con ardor al estudio de la Sagrada Escritura. En esto se ejercitaron ambos algunos años en un monasterio, interpretando los Libros sagrados, no según su ingenio, sino siguiendo el criterio y la autoridad de los antiguos. Resplandecieron en la doctrina y santidad de vida, y llamados a predicar la verdad evangélica, engendraron muchos hijos para Jesucristo.
Volviendo Gregorio por un tiempo a su casa, fue creado obispo de Sásimo, y luego gobernó la iglesia de Nacianzo. Fue llamado poco después a regir la iglesia de Constantinopla, a la que purificó de las herejía y la ganó a la fe católica; mas cuando debía conciliarle el más grande amor de todos, le atrajo la envidia de muchos. Habiendo surgido por su causa graves disensiones entre los obispos, renunció al episcopado, aplicándose las palabras del Profeta: “Si por mi causa se ha levantado esta tempestad, arrojadme al mar, a fin de que no os perjudique a vosotros”. De vuelta a Nacianzo, tras conseguir que se confiriese el gobierno de aquella iglesia a Eulalio, se consagró a la contemplación de las cosas divinas y a escribir obras teológicas.
Escribió mucho, en prosa y en verso, con admirable piedad y elocuencia; mereció que los sabios y santos dijeran que nada se encuentra en sus escritos que no se ajuste a las reglas de la verdadera piedad y fe católica; nada que pueda ponerse en duda. Fue defensor acérrimo de la consubstancialidad del Hijo. Nadie le aventajó en la santidad de vida, y es también superior a los demás por la gravedad de su estilo. Dedicándose al estudio y a escribir, llevó en la soledad una vida monacal, hasta que subió al cielo, agotado por los años, en tiempo del emperador Teodosio.
Oremos.
¡Oh Dios, que pusiste a San Gregorio al servicio de tu pueblo, para que lo guiase a la salvación eterna!; concédenos que este maestro de vida en la tierra sea nuestro intercesor en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.
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