Comentario al Evangelio
Dom Gueranger
LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
DESEAR
A CRISTO. — Después de haber acabado el diácono estas palabras, un acólito sube
al ambón, y apaga el Cirio que nos recordaba la presencia de Jesús resucitado.
Este rito expresivo anuncia el comienzo de la viudez de la Iglesia y advierte a
nuestras almas que para contemplar en lo sucesivo a nuestro Salvador, nos es
preciso mirar al cielo donde él reside. ¡Qué rápido ha sido su paso por aquí
abajo! ¡qué de generaciones se han sucedido! ¡qué de generaciones se sucederán
aún hasta que se muestre de nuevo!
Lejos
de él, la Santa Iglesia siente las tristezas del destierro; sigue sin embargo
habitando este valle de lágrimas; porque de la tierra ha de elevar al cielo a
los hijos que la ha dado su Esposo divino por medio de su Espíritu; pero le
falta la vista de Jesús y si somos cristianos, también a nosotros nos debe
faltar. “¡Oh, cuándo llegará el día en que revestidos de nuevo con nuestra
carne, nos lancemos al cielo al encuentro del Señor, para morar con El
eternamente”!’. Entonces, y solamente entonces, alcanzaremos el fin para el que
fuimos creados.
Todos
los misterios del Verbo encarnado que hemos celebrado hasta aquí debían
desembocar en la Ascensión; las gracias que recibimos día por día deben
terminarse con la nuestra. “Este mundo no es más que una sombra que pasa”. Y
estamos en camino para irnos a juntarnos con nuestro Jefe. En Él está nuestra
vida, nuestra felicidad; en vano trataremos de buscarla en otra parte. Todo lo
que os acerca a Jesús es bueno para nosotros; todo lo que nos aleja de El es
malo y funesto. El misterio de la Ascensión es el último destello que Dios hace
brillar ante nuestros ojos para mostrarnos el camino. Si nuestro corazón aspira
a encontrar a Jesús, es que vive la verdadera vida; si está apegado a las
criaturas y no siente atracción de Jesús, imán celestial, es que está muerto.
Levantemos,
pues, los ojos como los discípulos y sigamos con el deseo a aquel que sube hoy
para prepararnos un lugar. ¡Arriba los corazones! “¡Sursum corda!” Tal es el
grito de despedida que nos envían nuestros hermanos que suben en pos del divino
Triunfador: es el grito de los santos Angeles congregados ante el Emmanuel, y
que nos invitan a formar parte de sus filas.