Comentario al Evangelio
Dom Gueranger
V domingo de Pascua
EL
ADIÓS DE CRISTO. — Cuando el Salvador, en la última Cena, anunció de este modo
a sus apóstoles su próxima partida, estos estaban aún lejos de comprender lo
que significaba. Con todo; ya creían “que había salido de Dios”. Pero esta
creencia era vacilante, ya que no debía tener una realización inmediata. En los
días en que nos encontramos, rodeando a su Maestro resucitado, iluminados por
sus palabras, lo llegan a comprender mejor. Ha llegado el momento “en que no
les habla ya en parábolas”; hemos visto qué enseñanzas les da, cómo, les
prepara para ser los doctores del mundo. Ahora pueden decirle: “Oh Maestro,
verdaderamente has salido de Dios.” Pero por esto mismo comprenden ya la
pérdida de que son amenazados; tiene la idea del vacío inmenso que su ausencia
les hará sentir.
Jesús
comienza a recoger el fruto que su divina bondad sembró en ellos y que esperó
con una paciencia tan inefable. Si en el Cenáculo, el Jueves Santo les
felicitaba ya por su fe; ahora que le han visto resucitado, que le han oído,
merecen sus elogios pero de un modo muy distinto, porque se han hecho más firmes
y más fieles. “El Padre os ama—les decía entonces—porque vosotros me amáis”;
¿cuánto más debe amarlos el Padre ahora que su amor se ha acrecentado? Estas
palabras deben infundirnos también a nosotros esperanza. Antes de la Pascua
nosotros amábamos flojamente al Salvador, estábamos vacilantes en su servicio;
ahora que hemos sido instruidos por El, fortalecidos por sus misterios, podemos
esperar que el Padre nos amará, porque nosotros amamos más, amamos mejor a su
Hijo. Este divino Redentor nos invita a pedir al Padre en su nombre todas
nuestras necesidades. La primera de todas es nuestra perseverancia en el
espíritu de la Pascua; insistamos para obtenerla y ofrezcamos a esta intención
la Santa Víctima que dentro de pocos instantes será presentada sobre el altar.