17 de mayo
San Pascual Bailón, confesor
Pascual Bailón, nacido en el pueblo aragonés de Torrehermosa, diócesis de Sigüenza, de padres pobres aunque piadosos, desde sus tiernos años dio muchas señales de su futura santidad. Era de espíritu bondadoso e inclinado en gran manera a las cosas del cielo; pasó su infancia y su adolescencia guardando rebaños. Amaba especialmente este género de vida porque le servía y ayudaba para la practica de la humildad y la conservación de la inocencia. En la comida era muy moderado, era asiduo en la oración, y gozaba de tal prestigio y simpatía entré sus compañeros y entre todos los que le rodeaban, que dirimía sus divergencias, corregía sus faltas, les instruía, y estimulaba su desidia, por lo cual era venerado y amado como el padre y maestro de todos. Ya entonces muchos le llamaban santo.
Aquel que en el siglo, que es tierra desierta y árida, había esparcido de tal manera su fragancia, cual flor de los valles, plantado en la casa del Señor esparció admirable olor de santidad. Habiendo, pues, abrazado un género de vida más severo, y entrado en la Orden de Hermanos Menores Descalzos de estricta observancia, lanzose como un gigante para recorrer su carrera. Entregándose totalmente al Señor, pensaba día y noche cómo se podría conformar más con Jesucristo. Así aconteció que en breve, los más adelantados lo tomaron como modelo de perfección seráfica. Siendo de los legos, teniéndose a sí mismo por el más inútil, aceptaba gozoso los más difíciles ministerios de la casa, como si le correspondiesen por derecho propio, y los cumplía con humildad y paciencia. Si la carne se rebelaba contra el dominio del espíritu, la castigaba con continuas mortificaciones, reduciéndola así a la esclavitud. Mediante una abnegación de sí mismo, hacía cada día nuevos progresos en la santidad.
Veneraba a la Virgen Madre de Dios, bajo cuya protección se había puesto desde su infancia, como a madre amantísima, obsequiándola cotidianamente y rogándole con filial confianza. Difícilmente puede expresarse su ardiente afecto para con el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, devoción que pareció conservar aún después de muerto, ya que colocado en el féretro, en el momento de la elevación de la sagrada Hostia, abrió y cerró dos veces los ojos, con admiración de todos los presentes. Confesando manifiestamente ante los herejes su fe en la presencia real, tuvo que sufrir muchos malos tratamientos. Varias veces intentaron darle la muerte, mas, por una especial providencia de Dios, se libró de las manos de los impíos. Con frecuencia, mientras oraba, quedaba privado de todos sus sentidos, experimentando dulces deliquios de amor. Créese que en estos momentos aprendió aquella ciencia celestial, por la cual, siendo hombre rudo y sin letras, pudo responder acerca de los misterios más difíciles y aun escribir libros. Finalmente, lleno de méritos, voló felizmente hacia el Señor en la hora que había predicho, en el año 1592, el día 17 de mayo, aniversario de su nacimiento y fiesta de Pentecostés, teniendo 52 años de edad. Considerando sus virtudes y los milagros por él realizados, así en vida como después de su muerte, el papa Paulo V le declaró Beato; después Alejandro VIII le incluyó en el número de los Santos, y por último el papa León XIII le constituyó especial y celeste Patrono de los Congresos Eucarísticos y de todas las cofradías del Santísimo Sacramento existentes y futuras.
Oremos.
Oh Dios, que adornaste a tu bienaventurado Confesor Pascual con un amor admirable para con los sagrados misterios de tu cuerpo y sangre: concédenos misericordioso que merezcamos recibir de este divino banquete la misma abundancia de gracias que él consiguió. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos. R. Amén.