«¡Oh Tú, el más allá
de todo!
¿cómo llamarte con otro nombre?
No hay palabra
que te exprese
ni espíritu
que te comprenda.
Ninguna
inteligencia puede concebirte.
Sólo tú eres
inefable, y cuanto se diga ha salido de ti.
Sólo tú eres
incognoscible,
y cuanto se
piense ha salido de ti.
Todos los
seres te celebran,
los que hablan y los que son
mudos.
Todos los
seres te rinden homenaje,
los que
piensan y los que no piensan.
El deseo
universal, el gemido de todos, suspira por ti.
Todo cuanto
existe te ora,
y hasta ti
eleva un himno de silencio
todo ser capaz
de leer tu universo.
Cuanto
permanece, en ti solo permanece.
En ti desemboca
el movimiento del universo.
Eres el fin de
todos los seres; eres único.
Eres todos y no
eres nadie.
Ni eres un ser
solo ni el conjunto de todos ellos.
¿Cómo puedo
llamarte, si tienes todos los nombres?
¡Oh Tú, el
único a quien no se puede nombrar!,
¿qué espíritu
celeste podrá penetrar las nubes que velan el mismo cielo?
Ten piedad, oh Tú, el
más allá de todo: ¿cómo llamarte con otro nombre?».