Santo Rosario.
Por la señal...
Monición inicial: Se
hace hoy memoria de San Francisco Coll, sacerdote español de la Orden de
Predicadores, que, al ser injustamente exclaustrado, prosiguió su firme
vocación y anunció por toda la región el nombre del Señor Jesucristo. Fundó la
Congregación de Dominicas de la Anunciata. Falleció el 2 de abril de 1875. Decía sobre el rezo del santo Rosario:
“Rezadlo con fe viva, con toda
humildad, con todo el fervor y
atención posibles”. Con sus mismas meditaciones contemplamos los misterios
del rosario.
Señor
mío Jesucristo…
MISTERIO DE DOLOR
1.- La oración de Jesús
en el Huerto de Getsemaní.
¡Ay alma mía! ¿cómo piensas vencer tus
tentaciones sin las armas de la oración, cuando
ves a tu Redentor que acude a ella antes de entrar en la batalla de su
pasión? Considera a tu divino Redentor
en compañía de los tres discípulos amados, San Pedro, Santiago y San Juan,
orando en el Huerto, postrado con tal angustia y mortales agonías, que se
le revientan los poros de todo el
cuerpo, brotando copioso sudor de sangre hasta regar la tierra, no tanto por la aprensión de los tormentos que
le esperaban, como por la ingratitud con que
malograrían los hombres el fruto de sus padecimientos. Contempla al
mismo tiempo su resignación a la
voluntad de su eterno Padre en beber el cáliz de la pasión, a María recogida
en su oratorio con igual resignación y
angustias. Acompañemos, pues, a Jesús y María en el ansia por nuestra salvación, en la conformidad a la
voluntad divina, y perseverancia en la oración,
diciendo un Padre nuestro y diez Ave Marías.
2.-Jesús fue atado y
cruelmente azotado en la columna.
¡Oh ángeles de paz: no ceséis, que hacéis bien
en llorar, viendo en tal infamia a vuestro Criador!;
pero, ¡oh dureza de mi corazón! que yo no muera de dolor, viendo a mi Dios
sufrir el castigo de mis iniquidades. Considera la extremada dignación de
la Majestad de tu divino Redentor, desnudo delante de
mucha gente, atado a una columna, y sufriendo más de cinco mil azotes, tan
crueles, que rompiendo y arrancando su delicada
carne, le dejaban al descubierto el blanco de sus huesos entre
las sangrientas heridas. ¡Quién había de pensar que hubiesen de caer azotes
sobre las espaldas de un Dios! ¡Cuán enorme
será la gravedad y malicia de nuestra culpa mortal, que se basta
para afear y desfigurar a aquél que es figura y perfectísima imagen de la
divina substancia del Padre y
resplandor de su gloria! Pidamos la humildad y devoción a María santísima y
vivos afectos de compasión y penitencia
por nuestros pecados, ofreciendo un Padre nuestro y diez Ave Marías.
3.- La coronación de
espinas.
¡Oh excesos de un Dios enamorado, que carga
sobre su cabeza la maldición de la tierra,
con la dureza y amargura de las espinas, para proporcionar al campo de
mi alma bendiciones de dulzura! Considera al Rey de la gloria todo llagado
por los azotes, en manos de los más rabiosos
enemigos, que con crueldad nunca vista clavan en su delicadísima cabeza una
corona de agudas y penetrantes espinas,
abriendo tantas fuentes de sangre, que eclipsan la hermosura de aquella divina cara que es la alegría de la patria
celestial, y en la que desean mirarse los ángeles. Contempla la inaudita paciencia con que aquella
Majestad soberana sufre tan cruel tormento e
ignominia, vestido de púrpura por escarnio, en su mano un cetro de caña,
y es saludado en son de burla por rey; y
que a este nunca visto oprobio y abatimiento le han conducido los
desprecios de tus ofensas y las espinas
de tus vanos y feos pensamientos: con afectos, pues, de arrepentimiento y compasión, adoremos a
nuestro Rey y Redentor, diciendo un Padre nuestro y diez Ave Marías.
4.- Jesús es condenado a muerte y a llevar la cruz por la calle de
la Amargura.
¡Oh obedientísimo Isaac! ¿cómo tan
voluntariamente lleváis este pesado leño en que habéis de ser víctima del rigor? ¡Mira,
alma mía, dónde, gustoso, le arrastra su gran amor! Considera la humildad, obediencia y amor con
que el Autor de la vida se somete a la cruel sentencia de la más infame muerte,
y a llevar la pesada cruz sobre sus lastimadas espaldas; camina
desangrado y sin fuerzas, pregonado por facineroso; cae una y otra vez en
tierra aquél que
con su sola palabra sostiene la tierra y los cielos; va por entre los pies de
las más viles criaturas
el Rey de la gloria, ante quien tiemblan los serafines. Entre tanto dolor e
ignominia mira,
alma cristiana, el más lastimoso espectáculo, al encontrar Jesús a su afligida
Madre casi sin vida
en la calle de la Amargura, así llamada, porque fue tan grande la de sus
corazones que, bastaba
para acabar mil vidas. Acompañémosles, pues, con afectos de compasión, llevando
con humildad
y amor la cruz de nuestro estado, y digamos un Padre nuestro y diez Ave Marías.
5.- Jesús fue clavado
y muerto en la cruz.
¡Oh dulcísimo Jesús, qué ceguera la mía, que
os ha obligado a abrir en vuestro cuerpo cinco
llagas, para que yo entrase en conocimiento de vuestra bondad y amor! Considera
a tu divino Redentor en lo más alto del Calvario; que como manso cordero no sólo
se deja desnudar, sino arrancar a pedazos la piel por la violencia con que
separan la túnica de sus secas llagas, renovándose de nuevo todas sus heridas.
Obediente a aquellos sayones, extiende los brazos y pies en la cruz donde lo
clavan; y elevada ya, convertida en árbol de lavida, con el mayor desamparo,
clamor y lágrimas, entrega su espíritu al eterno Padre, e inclina la cabeza
hacia su afligida Madre, que queda transformada en un mar de dolor. Mira, alma cristiana,
¿qué más podía hacer, y no hizo por ti este amantísimo Señor? Corresponde a tal
exceso de fineza, crucificando con Cristo por la penitencia los apetitos,
afectos y pasiones, y ofreciéndole un Padre nuestro y diez Ave Marías.