martes, 19 de mayo de 2015

EL ROSARIO DE HOY CON SAN FRANCISCO COLL


Santo Rosario.
Por la señal... 
Monición inicial: Se hace hoy memoria de San Francisco Coll, sacerdote español de la Orden de Predicadores, que, al ser injustamente exclaustrado, prosiguió su firme vocación y anunció por toda la región el nombre del Señor Jesucristo. Fundó la Congregación de Dominicas de la Anunciata. Falleció el 2 de abril de 1875.  Decía sobre el rezo del santo Rosario: “Rezadlo con fe viva, con toda humildad, con todo el fervor y  atención posibles”. Con sus mismas meditaciones contemplamos los misterios del rosario.
Señor mío Jesucristo…
 MISTERIO DE DOLOR
1.- La oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní.
 ¡Ay alma mía! ¿cómo piensas vencer tus tentaciones sin las armas de la oración, cuando  ves a tu Redentor que acude a ella antes de entrar en la batalla de su pasión?  Considera a tu divino Redentor en compañía de los tres discípulos amados, San Pedro, Santiago y San Juan, orando en el Huerto, postrado con tal angustia y mortales agonías, que se le  revientan los poros de todo el cuerpo, brotando copioso sudor de sangre hasta regar la tierra, no  tanto por la aprensión de los tormentos que le esperaban, como por la ingratitud con que  malograrían los hombres el fruto de sus padecimientos. Contempla al mismo tiempo su  resignación a la voluntad de su eterno Padre en beber el cáliz de la pasión, a María recogida en  su oratorio con igual resignación y angustias. Acompañemos, pues, a Jesús y María en el ansia  por nuestra salvación, en la conformidad a la voluntad divina, y perseverancia en la oración,  diciendo un Padre nuestro y diez Ave Marías.
2.-Jesús fue atado y cruelmente azotado en la columna.
 ¡Oh ángeles de paz: no ceséis, que hacéis bien en llorar, viendo en tal infamia a vuestro  Criador!; pero, ¡oh dureza de mi corazón! que yo no muera de dolor, viendo a mi Dios sufrir el  castigo de mis iniquidades.  Considera la extremada dignación de la Majestad de tu divino Redentor, desnudo delante  de mucha gente, atado a una columna, y sufriendo más de cinco mil azotes, tan crueles, que  rompiendo y arrancando su delicada carne, le dejaban al descubierto el blanco de sus huesos  entre las sangrientas heridas. ¡Quién había de pensar que hubiesen de caer azotes sobre las  espaldas de un Dios! ¡Cuán enorme será la gravedad y malicia de nuestra culpa mortal, que se  basta para afear y desfigurar a aquél que es figura y perfectísima imagen de la divina substancia  del Padre y resplandor de su gloria! Pidamos la humildad y devoción a María santísima y vivos  afectos de compasión y penitencia por nuestros pecados, ofreciendo un Padre nuestro y diez Ave  Marías.
3.- La coronación de espinas.
 ¡Oh excesos de un Dios enamorado, que carga sobre su cabeza la maldición de la tierra,  con la dureza y amargura de las espinas, para proporcionar al campo de mi alma bendiciones de  dulzura!  Considera al Rey de la gloria todo llagado por los azotes, en manos de los más rabiosos  enemigos, que con crueldad nunca vista clavan en su delicadísima cabeza una corona de agudas  y penetrantes espinas, abriendo tantas fuentes de sangre, que eclipsan la hermosura de aquella  divina cara que es la alegría de la patria celestial, y en la que desean mirarse los ángeles.  Contempla la inaudita paciencia con que aquella Majestad soberana sufre tan cruel tormento e  ignominia, vestido de púrpura por escarnio, en su mano un cetro de caña, y es saludado en son  de burla por rey; y que a este nunca visto oprobio y abatimiento le han conducido los desprecios  de tus ofensas y las espinas de tus vanos y feos pensamientos: con afectos, pues, de  arrepentimiento y compasión, adoremos a nuestro Rey y Redentor, diciendo un Padre nuestro y  diez Ave Marías.
4.- Jesús es condenado a muerte y a llevar la cruz por la calle de la Amargura.
 ¡Oh obedientísimo Isaac! ¿cómo tan voluntariamente lleváis este pesado leño en que  habéis de ser víctima del rigor? ¡Mira, alma mía, dónde, gustoso, le arrastra su gran amor!   Considera la humildad, obediencia y amor con que el Autor de la vida se somete a la cruel sentencia de la más infame muerte, y a llevar la pesada cruz sobre sus lastimadas espaldas;  camina desangrado y sin fuerzas, pregonado por facineroso; cae una y otra vez en tierra aquél  que con su sola palabra sostiene la tierra y los cielos; va por entre los pies de las más viles  criaturas el Rey de la gloria, ante quien tiemblan los serafines. Entre tanto dolor e ignominia  mira, alma cristiana, el más lastimoso espectáculo, al encontrar Jesús a su afligida Madre casi sin  vida en la calle de la Amargura, así llamada, porque fue tan grande la de sus corazones que,  bastaba para acabar mil vidas. Acompañémosles, pues, con afectos de compasión, llevando con  humildad y amor la cruz de nuestro estado, y digamos un Padre nuestro y diez Ave Marías.
5.- Jesús fue clavado y muerto en la cruz.

 ¡Oh dulcísimo Jesús, qué ceguera la mía, que os ha obligado a abrir en vuestro cuerpo  cinco llagas, para que yo entrase en conocimiento de vuestra bondad y amor! Considera a tu divino Redentor en lo más alto del Calvario; que como manso cordero no sólo se deja desnudar, sino arrancar a pedazos la piel por la violencia con que separan la túnica de sus secas llagas, renovándose de nuevo todas sus heridas. Obediente a aquellos sayones, extiende los brazos y pies en la cruz donde lo clavan; y elevada ya, convertida en árbol de lavida, con el mayor desamparo, clamor y lágrimas, entrega su espíritu al eterno Padre, e inclina la cabeza hacia su afligida Madre, que queda transformada en un mar de dolor. Mira, alma cristiana, ¿qué más podía hacer, y no hizo por ti este amantísimo Señor? Corresponde a tal exceso de fineza, crucificando con Cristo por la penitencia los apetitos, afectos y pasiones, y ofreciéndole un Padre nuestro y diez Ave Marías.